La manifestación de ayer en Madrid es una triste muestra de lo poco que se comparte si sólo se comparte el dolor. Precedida de un intenso y, en ocasiones, dramático debate, su convocatoria ha dividido a las víctimas del terrorismo de una manera hasta hoy desconocida.
No fue hasta la segunda sesión del ‘debate sobre el Estado de la Nación’ cuando José Luis Rodríguez Zapatero reaccionó tras el inesperado derechazo que Mariano Rajoy le había encajado el día anterior al acusarle de traicionar a los muertos. Si el primer día Zapatero sólo acertó a rogar, sin éxito, la retirada de dicha frase, al día siguiente, cuando el debate estaba finalizando y a pesar de que el escaño de Rajoy estaba vacío, devolvió el golpe con contundencia: «Para desgracia de nuestras formaciones políticas, del PP y el PSOE, a tenor de lo que hemos visto ayer sólo compartimos en estos momentos el mucho dolor que hemos sufrido unos y otros como consecuencia del terrorismo».
¿De verdad? Si así fuera, si lo único que actualmente comparten esas dos fuerzas políticas es el dolor sufrido, resultaría radicalmente insuficiente. Porque no estamos hablando del dolor en su expresión puramente anatómica, fisiológica o bioquímica. Hablamos de un dolor sentido, de un dolor con significado. Lo que se comparte, lo que debe compartirse, no es sólo ni fundamentalmente el haber sufrido unas experiencias similares (la violencia que mutila y mata, la amenaza que limita y anula la libertad), sino la interpretación que de estas experiencias hacen sus víctimas y quienes se compadecen con ellas. Por eso el dolor sufrido por las víctimas del terrorismo no se agota en la experiencia personal e intransferible de cada una de ellas. No es sólo dolor privado, de imposible representación colectiva. Se trata, también, de un dolor con significado político.
La manifestación de ayer en Madrid es una triste muestra de lo poco que se comparte si sólo se comparte el dolor. Precedida de un intenso y, en ocasiones, dramático debate, su convocatoria ha dividido a las víctimas del terrorismo de una manera hasta hoy desconocida. Muchas de ellas han rechazado la conveniencia de una manifestación «preventiva» que, al margen de la verdadera intención de sus convocantes, se ha convertido en una manifestación politizada. A esta politización no es ajena la desafortunada gestión del presidente de la AVT, que acaba de acusar a Gregorio Peces-Barba y a José Blanco de preferir participar en la movilización convocada por Batasuna en Bilbao. En estas circunstancias, la manifestación no debería haberse celebrado; no así. Pero ha tenido lugar.
Lo urgente ahora es evitar que la división se agudice hasta convertirse en fractura. Las víctimas son plurales, cierto, pero su valor testifical exige su unidad en lo fundamental. Para ello es imprescindible construir, a partir del mucho dolor compartido, una interpretación del mismo también compartida. Por las propias víctimas, en primer lugar, que deben ser una comunidad de memoria empeñada en la tarea de que su historia no sea sólo pasado sino narrativa constitutiva del presente y del futuro de nuestra sociedad.
Imanol Zubero, EL CORREO, 5/6/2005