Tenemos que Georgia era muy importante en el imaginario nacionalista vasco, sección lingüística. A priori, se está afectivamente con Georgia, país en el que, según el relato de una egregia escritora de la CAV, tú dices que eres vasco y enseguida te hablan de Xabier Kintana y así. Pero resulta que Georgia ha atacado a Osetia del Sur, que, según se mire, podía ser como nosotros.
Anda el patio nacionalista vasco revuelto por su eterna disputa de medallas domésticas: demostrar quién es más nacionalista. Al dueto titular desde hace años -PNV, ETA- se ha unido ahora EA, que afea al PNV que no sea lo suficientemente desconsiderado con la Justicia y sostiene que, en caso de que el Tribunal Constitucional eche para atrás el referéndum divisor, hay que poner las urnas y que los vascos voten. Embelesados estaban en este concurso de sokatira nacionalista dos de los tres miembros del Gobierno vasco cuando un factor externo, pero no ajeno, ha venido a agudizar las contradicciones en el seno del bloque dominante nacionalista.
Va Georgia y en un santiamén arremete contra los osetas del Sur que viven en su territorio y provoca un número de muertos que los rusos cifran en 2.000. Con la contundencia a la que Putin nos tiene acostumbrados, el ejército ruso demuestra su perfecto engrase y en menos de lo que duran unos Juegos Olímpicos se zampa a los georgianos, sigue la ofensiva, aprovecha el viaje y se hace con Abjasia. Después de una demoledora operación militar -blindados, centenares de carros de combate, aviación, artillería, fuerzas de tierra, armada, propaganda-, Rusia ha logrado sacarse de encima a los georgianos y se ha hecho con el control de Osetia del Sur y de Abjasia, zonas de gran relevancia desde el punto de vista estratégico, político y económico por ser, entre otras cosas, rutas de abastecimiento energético. Concluido el abrumador desbroce militar, viene la narración del éxito y la consolidación de las nuevas fronteras: el Senado y la Duma estatal rusa (Parlamento) aprueban por unanimidad soviética (perdón por el pleonasmo) reconocer la independencia de Osetia del Sur y de Abjasia. Con la espontaneidad que cabía esperar en unos dirigentes políticos siempre dispuestos a oír a sus pueblos, el líder de la autoproclamada república de Osetia del Sur, Eduard Kokoiti, y el líder de Abjasia, Serguei Bagapsh, se ponen a aplaudir como sólo sabían hacerlo los soviéticos de antes y los chinos de ahora, y dicen que esa declaración rusa «hace justicia» y «ayudará a la estabilidad en el Cáucaso norte». Rusia le ha dado un mandoble al principal aliado de EE UU en la zona, Georgia, y se ha hecho con un puerto en el Mar Negro, cuyo control tenía en entredicho después de que la independencia de la muy pro OTAN Ucrania tuviera ‘alquilada’ a la flota rusa en Crimea.
Ante este inmenso caso práctico, en el que se mezclan en tropel el derecho a decidir, el derecho a no aceptar el derecho a decidir, la intervención militar a lo bestia, porque yo lo decido, los rencores étnicos acumulados en decenas de planes quinquenales, el lío de los ciudadanos desplazados desde la época estalinista y el ‘¿qué hay de malo en ello?’, ¿qué hacen nuestros nacionalistas vascos? Pues se lían. Tenemos que Georgia era muy importante en el imaginario nacionalista vasco, sección lingüística. A priori, se está afectivamente con Georgia, país en el que, según el relato de una egregia escritora de la CAV, tú dices que eres vasco y enseguida te hablan de Xabier Kintana y así. Pero resulta que Georgia ha atacado a Osetia del Sur, que, según se mire, podía ser como nosotros. ¿Y qué hace Rusia? Pues manda los carros de combate y bombardea en masa, pero no para atacar la independencia; no, utiliza su demoledora superioridad militar ¡para imponer la independencia!, por cañones. Y claro, piensan los vascos nacionalistas, también podíamos ser abjasos, que nos queremos separar de la lejana Tiflis, capital de Georgia, pero resulta que es el antiguo imperio ruso el que, ‘manu militari’ siempre, acude en nuestra ayuda y nos impone también la independencia. Las decisiones de ambas ‘independencias’ no salen de los dos parlamentos, el oseta y el abjaso, porque sencillamente esos instrumentos democráticos tan usados aquí no existen en aquellos lares. La independencia la imponen el Senado y el Congreso del antiguo imperio después del paseo militar. ¡Ay, mi madre! Todo es al revés de como nos gustaría.
El nacionalismo vasco se ha pasado toda la vida buscando referentes externos que otorgaran legitimidad a su discurso de la opulencia quejica. Primero fue Irlanda, como fuente germinal. En los últimos años hemos querido ser, consecutivamente y sin anestesia, palestinos, de todas las yugoslavias, albanos en lo político, de la llamada Alemania Democrática en lo económico, gibraltareños un rato, cubanos a jornada completa; las islas Aaland también fueron cabeza de lista un tiempo. Georgia, el cariño por aquella tierra, ha permanecido inmutable en todo este recorrido siempre adobado de colesterol. Ahora resulta que Georgia pisotea la independencia de Osetia y Abjasia y se alía con EE UU. Ahora resulta que ‘los buenos’ son los rusos, que imponen la independencia a sangre y fuego: carros de combate, aviación, armada y propaganda… (ya decía Urkullu que él iba con Rusia en la Eurocopa).
La perplejidad provocada por este caso práctico impregna la multitud de medios de comunicación que difunden el ideario nacionalista vasco en sus diferentes jerarquías. Hay balbuceos, dudas, frases confusas; se echa en falta la contundencia argumental de cuando éramos palestinos o checos. A este paso, con tamaña fractura de esquemas, corremos el riesgo de acabar como el coreano del chiste, cuando le preguntaban si era coreano del Norte o del Sur y, escamado de ver cómo el soldado preguntador había matado antes tanto a unos como a otros, respondía: ‘Mierda, niño, dilo tú primero’.
José María Calleja, EL CORREO, 30/8/2008