Manuel Montero, EL CORREO, 28/4/12
La estrategia batasuna obtiene resultados. El PP aseguró que no habría cambios en tanto ETA no se disolviese. No se ha disuelto, pero algún cambio ha habido. Lo suficiente para que la izquierda abertzale interprete que es una cesión
Ha habido unanimidad en el calificativo. El Gobierno ha cambiado su política penitenciaria y se ha dicho que es «un primer paso» o «un primer gesto». «En la dirección correcta», para algunos. «Insuficiente», dicen otros, pero en la línea que demanda «la mayoría política y social de Euskal Herria». No ha cambiado su política, asegura el Gobierno, pero no se entiende que introduzca novedades de calado si quiere mantenerla. Llega el cambio que dicen que no cambia nada y lo hace por sorpresa, literalmente de un día para otro. Sin que nadie explique las razones de la iniciativa.
La confusión que ha creado no es irrelevante. En «los nuevos tiempos» que han seguido a la declaración del «cese definitivo» de ETA, las fuerzas próximas al «exterrorismo» situaron en el primer plano del «nuevo escenario» la cuestión de los presos. Venían a decir que la movilización popular arrancaría cambios en la política penitenciaria: acercar los presos al País Vasco, primero; una especie de amnistía después o al mismo tiempo. Sobre ello planteó el ‘tour de force’, en el que se juega quién diseñará el futuro. Así conseguiríamos que el cese definitivo del terror fuese definitivo, pues en la expresión de ETA éste no tiene la rotundidad del término.
Pues bien: a la vista de los acontecimientos parece que la estrategia batasuna obtiene resultados. El PP –incluso el mismo ministro de Interior– aseguró en su día que no habría cambios en tanto ETA no se disolviese. No se ha disuelto, pero algún cambio ha habido. Lo suficiente para que la izquierda abertzale pueda interpretar que es una cesión, un primer gesto, que ha conseguido que lo inamovible deje de serlo. Que puede moverse. En la dirección correcta. Por lo que dicen, la medida no les satisface, pero cuando menos constituye un acicate para que mantenga su presión. No para que el MLNV se acerque a la democracia, sino que ésta cambie sus criterios. Puede decir a los suyos que la estrategia funciona, que torres más altas han caído. Visto lo visto no habría argumentos serios para negárselo.
El principal efecto de la medida gubernamental está, precisamente, en el nombre de «primer paso», «primer gesto» que se le ha dado sin discrepancias. Es importante por la doble sugerencia que el calificativo implica. Primero, porque se ha hecho un gesto que cambia la política penitenciaria, un paso que no cabe explicar desde la lógica democrática o gubernamental tal y como se había expuesto. Y está la idea de que es una primera iniciativa. El ordinal sugiere que habrá o puede haber un segundo paso, y un tercero, y más. Al margen de su amplitud o distancia recorrida, no se suele dar un primer paso para quedarse ahí, sino para andar un camino en la dirección emprendida. Tras un primer paso a la opinión le sorprenderá menos el segundo. Va implícito en el concepto «primer gesto».
En cierto sentido, lo de menos es la envergadura de la iniciativa, aunque no resulta una cuestión menor que el acercamiento al País Vasco no exija ahora la petición de perdón a las víctimas. Más significativa aún es la impresión que extiende. Por lo que se deduce, el criterio que valida la política penitencia no consiste en que responda a una estrategia democrática, sino a que lo acepten los presos. La ‘vía Nanclares’, se sobreentiende, no alcanzó su consenso. ¿Si tampoco lo hace el nuevo plan habrá que elaborar otro que sí les guste? De ser así, hasta podríamos ahorrarnos los sucesivos pasos e ir al último, cuyo contenido cabría preguntar a quienes han de sancionarlo. Aunque quizás guste más la rendición gota a gota.
En este envite, otro fracaso democrático lo constituye la confusión que ha rodeado a la decisión del Gobierno. Ha sorprendido a propios y extraños, exasperado a las víctimas y dado lugar a rectificaciones argumentales del Gobierno y del PP, que abren una nueva política e incomprensiblemente dicen que no la cambian. Lo peor es que no han explicado las razones del cambio, si tienen una estrategia o no, o todo está al albur de las improvisaciones. ¿El Gobierno tiene criterio sólido al respecto o no?, ¿da palos de ciego o sabe a dónde va? Convendría que explicase a qué sitio quiere llegar. La incertidumbre da pábulo a los imaginarios que sugieren pactos no confesados con la organización terrorista. No basta que el presidente del Gobierno asegure que «el objetivo es el mismo, ETA tiene que desaparecer»: sólo faltaba una opinión distinta.
Resulta además incomprensible que el PP haga ahora lo que sin duda hubiese criticado airadamente si estuviese en la oposición. Estos cambios sobre la marcha, en el tránsito hacia «la responsabilidad del poder» son las actitudes que desazonan a la ciudadanía, que no sabe a qué carta quedarse ni si sus votos sirven para algo, puesto que la oposición convertida en gobierno cambia sus opiniones. El Gobierno muestra una sorprendente incapacidad para explicar su política, en esta materia y en otras. Ni siquiera lo intenta, como si la mayoría absoluta les diese venia para hacer y deshacer sin contar a los ciudadanos las razones de sus decisiones.
La inexistente o borrosa comunicación tiene efectos fatales en la política antiterrorista. Acentúa la confusión. Es, al final, otro éxito de quienes están recurriendo a los presos y la política penitenciaria para convulsionar la democracia. Hay que reconocerlo: es obvio que el entorno de ETA tiene una estrategia –no la oculta– y sabe a dónde va. Lamentablemente, no puede decirse lo mismo del Gobierno y de buena parte de los partidos democráticos.
Manuel Montero, EL CORREO, 28/4/12