En Europa, cada vez que se ha iniciado un alto el fuego, o se ha detenido a líderes de bandas armadas y se les ha dado la oportunidad de «reintegrarse», éstos han aprovechado para reorganizarse, rearmarse y atacar de forma inesperada.
Hace diez días leí el twitter de un amigo: «Indignado. La seguridad democrática debe continuar siendo la prioridad. No hay prosperidad sin seguridad. Descansa en paz Mateo».
JC escribió ese twitter con rabia contenida, con tristeza por su país, con desesperanza por la muerte de un amigo y su novia: Mateo Matamala y Margarita Gómez, los dos jóvenes asesinados el 10 de enero en San Bernardo del Viento, Córdoba.
Al día siguiente, cené con un europeo y comentaba: «vine a Bogotá hace 9 o 10 años. Salí corriendo y asustado, pensando en no volver. Volví hace año y medio y me sorprendió el cambio tan grande desde el punto de vista de seguridad». Este último, PG, hablaba con esperanza, ilusionado por el potencial de negocio y por la mejora de la «calidad de vida» en la calle.
Dos impresiones, la inmediata de una tragedia y la de la perspectiva histórica que reflejan el reciente empeoramiento de la seguridad ciudadana tras la mejoría de una década. ¿Puede ser consecuencia del cansancio y autosatisfacción tras años de intenso trabajo e importantes éxitos?
Mucho se ha escrito desde el terrible asesinato del 10 de enero. Aún así, me gustaría compartir con usted, querido lector, mi reflexión desde la experiencia europea y las lecciones aprendidas como consecuencia de los errores de sus dirigentes. Repasemos algunos hechos.
Los mas jóvenes no habrán oído hablar de la banda Baader-Meinhof de Alemania, o de las Brigadas Rojas de Italia. Dos grupos responsables de atentados como el de la sede del Ejercito Americano en Europa en 1972 o el asesinato del primer ministro italiano, Aldo Moro, en 1978. A pesar de las expectativas de los gobernantes, tuvieron que pasar tres generaciones de líderes en ambas bandas para que, con la detención y muerte de la mayoría de ellos, los terroristas se debilitasen de forma real.
El IRA (Grupo terrorista de Irlanda del Norte) declaró dos famosos «alto el fuego» en 1972 y 1975. La presión policial y judicial se redujo. El IRA se reorganizó. Las treguas terminaron con sendos atentados y años de mucha mayor violencia: el retorno a las armas en 1976 produjo 276 muertes y miles de heridos en doce meses.
ETA, responsable de más de 200 atentados terroristas por año durante final de los 70 y principio de los 80, así como de extorsiones, secuestros, etc., ha reducido su actividad en los últimos 15-20 años, gracias a un excelente trabajo policial y judicial.
Los políticos españoles han relajado la presión a ETA en tres ocasiones en las que ETA, a punto de sucumbir, ha declarado «alto al fuego unilateral». La tregua iniciada en 2006, acabó de forma irónica y trágica: el 29 de diciembre de 2006, el Presidente Zapatero afirmó «Hoy estamos mejor que hace un año (…) Dentro de un año estaremos mejor»; el día siguiente, 30 de Diciembre, ETA puso una bomba en el aeropuerto de Barajas con 500 kilogramos de explosivos. A continuación se reiniciaron las extorsiones y el «impuesto revolucionario» (la llamada «vacuna» en Colombia).
Denominador común en Europa: cada vez que se ha iniciado un alto el fuego, o se ha detenido a líderes de bandas armadas y se les ha dado la oportunidad de «reintegrarse», éstos han aprovechado para reorganizarse, rearmarse y atacar de forma inesperada.
En Colombia no ha habido alto el fuego, pero, como apuntaba el editorial de LR el pasado 15 de enero, quizás el cansancio del trabajo prolongado sea visible para los violentos.
Colombia ha pasado por un duro y exitoso proceso de normalización democrática, reduciendo el número de terroristas y paramilitares y acabando o deteniendo a muchos de sus líderes. La tentación de las autoridades de relajarse, de bajar la presión, de atender a peticiones de clemencia es alta. Sin embargo las repetidas ocasiones en las que los europeos se han equivocado y su coste en vidas humanas, no deben repetirse en Colombia.
Este es el momento de incrementar la presión política, judicial y policial.
Mi más profundo pésame a las familias de Margarita y Mateo y a las de todas las víctimas en Colombia y mi apoyo mas entusiasta a aquellos que luchan por erradicar la violencia de este hermoso país.
Manuel Sánchez, La República (Colombia), 22/1/2011