Eduardo Rodrigálvarez, EL PAÍS, 5/11/11
Te fuiste definitivamente un 28 de octubre, aunque en realidad la gente como tú solo se va de la vida, jamás de la memoria. Pero te habías ido anteriormente cuando abandonaste, un poco por convicción y un mucho por necesidad, la política activa. Te habías ido para mucha gente que, de pronto, sintió el frío del desierto como si un viento helado hubiera roto la lona de la jaima. Ya, ya lo sé, imprescindible no hay nadie, pero necesarios, también es verdad, hay muchos.
Mira. Mi madre, en aquellas elecciones cuando se construía la democracia que ahora los mercados se empeñan en derribar, tenía dos cosas claras. Empiezo por la segunda. Adoraba la elección del Senado que aún no sabe para qué sirve, pero que le permitía votar a tres tipos distintos y no limitarse a uno. Te cuento una anécdota. En una de aquellas primeras elecciones mi madre tenía claro el sentido de su voto en dos direcciones: uno, en el de Euskadiko Ezkerra, por ti; otro, en el del PSOE (a ser posible Ramón Rubial) por su marido (mi padre). El tercero estaba en discordia «¿Y quién es este Andoni Arrizabalaga?», me preguntó, que tenía la gran suerte de, por apellido, ir en los primeros lugares de la gran lista. «Es un expreso de ETA, ahora en LKI», le contesté. «¿En dónde?», pregunto mi madre. «Eso te lo explico otro día», le dije; «al que Telesforo Monzón le dedicó la famosa canción Itziarren semea» -«El hijo de Itziar», en euskera-, añadí. «¿Y ya no está en ETA?, repreguntó. «No, ya no». Y puso la x en su casilla.
Las listas al Congreso no admitían duda ninguna. Mi madre creo que jamás votó a Euskadiko Ezkerra, sino que siempre te votaba a ti, estuvieras donde estuvieras, a no ser que por algún viento extraño te hubiera dado por irte al otro lado, traspasar la frontera y situarte en el costado derecho. Por eso, cuando Euskadiko Ezkerra confluyó (se decía entonces) con el PSOE, pensó que había resuelto de un plumazo las divergencias ideológico-matrimoniales una vez más gracias a ti. Cuando vio que tú te quedabas al margen, ni a favor ni en contra, me preguntó: «¿Y ahora a quién voto yo?».
La verdad, nunca he sabido qué responderle, ni qué ha votado en este tiempo, ni qué cruces habrá marcado en la papeleta sepia del Senado donde en vez de a un candidato -todos los de la lista del Congreso son como un batallón mandado por un sargento- puedes votar a tres. Ni si habrá seguido un orden alfabético. La verdad es que me da igual. Total, para lo que sirve el Senado, como si vota a la Renfe (ahora Adif)
Lo que sí sé es que tú dejaste un lugar huérfano en la política. No sé por qué me da que tú fuiste el último político que caía bien a todo el mundo. Y ya ves, mi madre y yo nos encontramos, tanto tiempo después, haciéndonos la misma pregunta: «¿Y ahora a quién voto yo, Juan Mari Bandrés?»
Eduardo Rodrigálvarez, EL PAÍS, 5/11/11