Por si alguien mantenía esperanzas sobre las disensiones dentro de la banda, ETA le ha disipado las dudas. El liderazgo de Ibarretxe brilló por su ausencia en el doble atentado, que le sorprendió mirando hacia Estrasburgo. Urkullu sólo dijo que no se resignaba a una dinámica de acción-reacción en la política vasca. ¿Y? ¿Algún mensaje para el entorno de ETA?
Por si alguien mantenía cierta esperanza acerca de las posibles disensiones dentro de la banda terrorista, ETA se la ha cortado de cuajo; ha disipado las dudas. Las hipotéticas fricciones las resuelve a bombazo limpio. Sin más rodeos. El doble atentado contra la sede de la Caja Vital en Vitoria y contra la comisaría de la Ertzaintza en Ondarroa, ratifica la conclusión del consejero Balza que hace unos días había reconocido que la banda, a pesar de sus diferencias internas, había decidido seguir hasta el final. Sus declaraciones supusieron un jarro de agua fría para quienes creían que se empezaba a divisar, de nuevo, un halo de luz en el oscuro túnel del terrorismo, con la ilusión de que un posible enfrentamiento en la militancia de ETA terminase por provocar las bajas que, al final, nunca acaban de darse.
El caso es que, después de haber intentado matar a un policía nacional en Bilbao, la pasada semana, los terroristas han golpeado esta vez contra dos emblemas tan significativos de la comunidad autónoma vasca como la Caja Vital, gobernada por el Partido Socialista y la Ertzaintza, dirigida por el PNV. De su obsesión por atentar contra la Policía autónoma, como símbolo de la represión, es cosa sabida. De su intención de interferir, con voladura, en el proceso de fusión de las Cajas de Ahorro se empezará a verter ríos de tinta. Pero han sido numerosas las ocasiones en las que se ha dado, erróneamente, una clave analítica a las salvajadas de ETA que sólo han tenido un móvil de venganza más propio de una banda que vive de su negocio; eso sí, adornadas después de una retahíla de insultos cuidadosamente escritos en el comunicado de turno.
La historia está trufada de ejemplos. Uno de los más recordados es el caso del empresario guipuzcoano José María Korta. El 8 de agosto del 2000. Nadie, con un mínimo rigor intelectual, se atrevió a sostener que los terroristas habían acabado con la vida del representante de los empresario guipuzcoanos por su filia nacionalista. No. Como sabe todo el que se tomó la molestia de indagar, a Korta lo mató ETA por haberse negado a pagar el impuesto terrorista. Es decir: por no haber querido contribuir a seguir alimentando, con su dinero, el negocio del crimen. La banda necesitaba demostrar, días después de haber perdido a cuatro activistas, víctimas de su propio coche bomba en Bilbao, que mantenía intacta su capacidad operativa.
Ahora, con la ilegalización de su aparato político en las instituciones y con las caídas policiales vuelve a tener la necesidad de demostrar a los suyos que sigue tan fuerte como el acero. Y está en una situación tan desesperada que ha intentado hacer todo el daño del mundo. La mente de quien pensó en atacar la comisaría de la Ertzaintza pensaba en provocar una carnicería. Hubo suerte. Pero el hecho de que no haya habido víctimas mortales no debe hacer bajar la guardia a nuestros representantes políticos.
¿Dónde estuvo ayer el lehendakari? ha sido la pregunta del millón de las últimas horas. Ibarretxe no apareció en toda la jornada. Conocida es su distancia en relación al sufrimiento de las víctimas. Le cuesta la aproximación, la cercanía. Seguramente estará tan centrado en lo que él considera una violación de derechos humanos al no poder realizar su consulta que ayer se le pasó la violación que cometió ETA con su doble atentado. De todas formas, su ausencia, en un día tan convulso y doloroso como el de ayer, no es comprensible.
Todos estuvieron a la altura al comparecer, al menos, ante la opinión pública. Todos. Desde el presidente del Gobierno hasta la oposición, el delegado en Euskadi, Cabieces. Todos menos Ibarretxe que, con su inhibición, volvió a recordar aquella desgarradora acusación formulada por Maite Pagazaurtundúa cuando ETA mató a su hermano y reprochó a los representantes del Gobierno vasco de tener «corazones de hielo» por su insensibilidad ante el sufrimiento de las víctimas del terrorismo.
De la comparecencia del consejero Balza resultó extraño, sin embargo, que no hiciera una valoración política. Se limitó a narrar los hechos; como si se tratara de un cronista de nuestra profesión. Que ETA iba a provocar una masacre no se le escapa a nadie. Pero ¿qué más tiene que decir el responsable de la Ertzaintza? ¿Que los terroristas no lograrán sus objetivos, por ejemplo? El PNV evitó hacer una lectura política de los atentados. Porque Urkullu se contentó con decir que no se resignaba a que la política vasca estuviera alimentada con una dinámica de acción- reacción. ¿Y? ¿Algún mensaje para el entorno de ETA?
El presidente Zapatero dijo que el Estado de Derecho no va a retroceder ni un milímetro. Lógico. Si eso quiere decir que se va a impedir que el entorno de ETA vuelva a estar sentado en los escaños del Parlamento vasco, seguramente las asociaciones de las víctimas del terrorismo se lo agradecerán.
Tonia Etxarri, EL COREO, 22/9/2008