Juan Mari Gastaca, EL PAÍS, 21/10/11
El mediador sudafricano cumple con el anuncio final de la banda armada sus objetivos
“Para que se haya llegado a este escenario sin violencia se ha contado con muchas manos, pero el más contento es Brian Currin”. A esta conclusión llegan las principales voces autorizadas que han pergeñado en los dos últimos años, con diferentes estados de ánimo, un tormentoso guión encaminado a que el final de ETA y la apuesta democrática por las vías políticas confluyeran para siempre en Euskadi, y que ha tenido en la Conferencia de Paz de San Sebastián el penúltimo eslabón antes del comunicado de la banda terrorista.
En realidad, Currin (Sudáfrica, 1950) no podía imaginar que aquella escéptica acogida que se le dispensó entre la clase política —excepción hecha del nacionalismo— cuando puso un pie el 28 de octubre de 2009 en el Kursaal de San Sebastián para hablar en una conferencia sobre ¿Cómo reactivar el proceso hacia la paz? fuera el punto de partida para acabar con cinco décadas de violencia terrorista. Lógicamente, este veterano mediador en los conflictos de Irlanda del Norte y de Sudáfrica conocía directamente el tímido pero embrionario propósito de la izquierda abertzale de «derrotar entre todos» el escenario armado al que había conducido el atentado de la T-4 de Barajas.
Fue entonces cuando inició su relación con Lokarri, la red social a favor del acuerdo y la consulta y que organizó su conferencia. Pero no fue un comienzo fácil. La izquierda abertzale tenía vetada a Lokarri, a quien consideraba próxima al PNV y sucesora del movimiento ya desaparecido Elkarri, a quien tampoco admitía. Este rechazo visceral obedecía a que Batasuna nunca consiguió el control de estos grupos, a los que se incorporaban, además, antiguos simpatizantes abertzales disconformes con la violencia. De hecho, esta exclusión solo quedó rota cuando Lokarri promovió el pasado mes de febrero, en el Palacio de Euskalduna, el acto de presentación de la izquierda abertzale a favor exclusivamente de las vías políticas.
Para entonces, varios protagonistas habían entrado ya en el escenario de las negociaciones. Posiblemente el primero, Iñigo Urkullu, Hacia él se dirigió Currin para aventurar, durante una reunión en la sede central del PNV en Bilbao, cuál podría ser la hoja de ruta. Colaboradores del grupo de mediadores internacionales destacan que “la disposición de Urkullu fue determinante porque se ofreció desde el primer momento y lo ha cumplido”.
En el PNV admiten este compromiso “que se ha hecho sin tener en cuenta los réditos electorales”, advertía un miembro del EBB al repasar los múltiples contactos “a varias bandas” mantenidos en los dos últimos años. Lógicamente, hay quien resta “trascendencia” al valor añadido del factor Urkullu. Desde el PSE-EE y el PP asocian, por ejemplo, el papel del presidente del PNV a “su nerviosismo por el avance de la izquierda abertzale que les amenaza electoralmente”. En la dirección popular se recuerda, incluso, que “hemos tenido varias fuentes para que Rajoy supiera de primera mano lo que iba pasando como el CNI o el Gobierno”. Con todo, Zapatero y Rubalcaba, especialmente, así como Rajoy han sido destinatarios directos de la toma de temperatura que, con relativa frecuencia, Urkullu ha ido realizando entre los dirigentes de la antigua Batasuna.
Dirigentes del PNV admiten que sus interlocutores del movimiento abertzale «siempre han aprovechado cada reunión con nosotros para dejarnos un mensaje que querían que Madrid conociese en ese momento”. Incluso, en los momentos más complicados. Por ejemplo, en el pasado verano, Urkullu mostró a Zapatero su “honda preocupación” porque atisbaba “un parón” en el proceso abierto. En un reciente encuentro con las juventudes de su partido (EGI), el líder del PNV, discreto y conocido entre los suyos como El Hermético, llegó a leer, como muestra elocuente de esta privilegiada interlocución, varios de los mensajes cruzados con el presidente del Gobierno y Rufi Etxeberria, que alcanzaron especial intensidad en la segunda quincena de agosto.
Esta evidente sintonía entre Zapatero y Urkullu, compartida en muchas fases de este proceso con Rubalcaba y que siempre ha dejado sin cuota de protagonismo al Gobierno vasco, ha alentado al grupo de Currin, sobre todo ante los momentos más duros. Sectores de la negociación recuerdan en este sentido las tensiones vividas en torno a la ilegalización de Sortu, la prohibición del juez Moreno de las dos manifestaciones en Bilbao a favor de los derechos civiles y políticos en octubre de 2010, la larga espera hasta la autorización electoral de Bildu y la sentencia del caso Bateragune.
Pero la preocupación de las partes directamente concernidas era más profunda, más estratégica. Como recordaba uno de ellos, “la clave estaba en no dejar pasar el tiempo suficiente para que quienes dudaban del proceso tuvieran justificación para volverse atrás”. Así, la acción-reacción consistía en “no dejar pasar tres meses sin que hubiera un gesto nuevo” por parte de la izquierda abertzale que “impidiera pensar a la otra parte en algún tipo de crítica que complicara los pasos que se daban”.
En este intrincado proceso seguido hasta el cese definitivo de la violencia, la Declaración de Bruselas, en marzo de 2010, marcó un punto de inflexión. Un amplio grupo de mediadores internacionales, entre ellos cuatro premios Nobel de la Paz (Betty Williams, John Hume, Frederik Willem de Klerk y Desmond Tute) pedían a ETA su compromiso “de un alto el fuego permanente y completamente verificable”, al tiempo que elogiaban los pasos de la izquierda abertzale por su apuesta a favor de los medios “exclusivamente políticos y democráticos” y una “total ausencia de violencia”.
Tras este nítido pronunciamiento, Currín veía encarrilado el doble objetivo con el que arrancó, ayudado por la mediación de Lokarri, sus contactos multilaterales y que se basaban entonces en: “acabar con la amenaza de la violencia y en que todos los partidos tienen que trabajar desde la legalidad”.
Y es que la vertiginosa sucesión de episodios que han desencadenado ahora en un escenario de paz responde a un guión elaborado hace más de dos años sobre los parámetros abertzales. Cuando en aquel cuarto de la sede central de LAB, en San Sebastián, Rufi Etxeberria, Arnaldo Otegi y Rafa Díez Usabiaga, algunas tardes en compañía del exdirigente etarra Eugenio Etxebeste Antxon, definían su apuesta y ni por asomo sospechaban que la justicia viera el germen del caso Bateragune, desde luego que no tenían garantizada la victoria que hoy les corresponde.
Hay quien recuerda cómo durante el proceso de debate interno y de resistencia por parte del sector más intransigente de la banda terrorista y de la antigua Batasuna, «en marzo de 2009 no estaba claro que salía adelante» este tránsito hacia las vías políticas con al renuncia expresa de los métodos violentos. Quizá la duración de este pulso interno en el mundo radical explique el medio año que tardó ETA en responder al emplazamiento de la Declaración de Bruselas. Fue el 18 de septiembre de 2010, apenas dos semanas después del cese de sus acciones armadas qu había decretado meses atrás, cuando la banda terrorista se compromete con las peticiones internacionales, pero ya deja claro que «la clave de la solución está en Euskal Herria».
Así las cosas, el proceso negociador ya se había instalado en el escenario internacional, el escaparate siempre anhelado por ETA porque entiende que favorece al máximo su estrategia de presión hacia el Gobierno español ya que ramifica el denominado conflicto vasco. No resulta baladí que hasta ahora, la banda terrorista, rodeada de su habitual parafernalia, siempre se había decantado por elegir a medios de comunicación extranjeros para anunciar sus treguas.
Resulta por todo ello fácil de entender que la izquierda abertzale y el grupo de mediadores de Currin llegasen rápidamente al acuerdo de que el penúltimo eslabón también debería de disponer de similar proyección. Ahí estaba el germen de la Conferencia de Paz de San Sebastián.
Las conversaciones previas, que alcanzaron a todos los partidos “en el caso del PSE, con Jesús Eguiguren”, menos al PP, pretendían la máxima resonancia internacional “como una muestra más de exigencia a ETA” para que se sintiera concernida precisamente por el ámbito al que siempre ha pretendido llevar su conflicto. Además, con la fórmula de la Conferencia se disipaban algunas dudas surgidas en Euskadi sobre el papel estelar del grupo de contacto instigado por Currin y a las que no era ajeno el propio PNV, defensor luego del formato finalmente elegido.
En el Gobierno vasco jamás se planteó siquiera la duda sobre su presencia. Todavía hoy, en el equipo del lehendakari, Patxi López, se sigue manteniendo que la Conferencia ha servido “únicamente para dar cobijo a unas necesidades de la izquierda abertzale y de ETA que tenían que disfrazar de algún modo su fracaso porque no han conseguido ninguna de sus reivindicaciones históricas y ahora lo han adornado de una notoria repercusión mediática”.
Para el PNV, esta ausencia del Gobierno constituye “un error inexplicable”, sobre todo porque los nacionalistas habían escuchado el propósito socialista de “trabajar para que López liderara este proceso de paz’. El Ejecutivo, en cambio, cree que la muestra de liderazgo del lehendakari está en “ejemplos como el decálogo que presentó en el Parlamento vasco” donde fija su posición sobre el reconocimiento a un relato del proceso recorrido hasta llegar a la paz y a su consolidación en un entorno de libertad, además del reconocimiento a las víctimas.
Entre quienes participaron en la Conferencia, la dimensión de los asesores internacionales constituye un elemento “desequilibrante” para justificar “que había que estar”. Además, como admiten en el PNV, “el propio Gobierno sabía de qué se trata y nunca se opuso”.
La receptividad que Urkullu ha encontrado en La Moncloa guarda una estrecha relación, como se reconoce dentro del EBB, con la “especial” situación de Zapatero. “No sabemos si hubiera seguido como candidato, cuál habría sido su postura, pero ha estado con más frialdad, con menos protagonismo”. En el PNV recuerdan que “la experiencia de 2006 también puede influir en no volcarse tanto, aunque ahora el hecho de que no sea el candidato lo ha facilitado bastante”, añaden. No obstante, Rubalcaba, candidato del PSOE, también ha participado de estas informaciones que les transmitía Urkullu, aunque siempre ha procurado mantener una posición pública menos hiriente con la ausencia de Patxi López.
Y es que el contexto electoral también ha flotado sobre la preparación de la Conferencia de San Sebastián. En el PNV consideran que “pueda entenderse el comportamiento de algunos en función de una repercusión electoral, pero la mayoría de los ciudadanos ya tienen claro cómo ha actuado cada uno”. Incluso, que el trabajo de desgaste personal de Urkullu con una implicación reconocida en el proceso durante los dos últimos años no se vea recompensado porque pueda identificarse el final de la violencia con la apuesta política de la izquierda abertzale y así sea Amaiur quien finalmente rentabilice la situación de paz.
El PP, en cambio, juega en otro campo. Desde el País Vasco no comparte la gestación de la Conferencia de San Sebastián porque la identifica con los intereses de la izquierda abertzale, aunque algunos partidos han querido ver en la postura de los populares “una prudencia que deja entrever sus ganas de no quedarse fuera”. La dirección de los populares sólo actuará “en consecuencia con lo que haga ETA y siempre sobre la base de que nunca pueden poner condiciones”. Eso sí, hay quienes interpretan la posición menos beligerante de los populares en Euskadi como un reflejo de su planteamiento político: “unidos al PSE en el Gobierno les ha permitido disponer de presencia en la sociedad y ahora van a empezar a volar por su cuenta”, prevén desde el EBB.
Desde los impulsores de la Conferencia de Paz que ha obligado al último posicionamiento de ETA no se dibuja un horizonte tan lejano. En su pragmatismo prefieren refugiarse en la conquista, ahora ya definitiva, de los dos objetivos de aquel septiembre de 2009: ya no hay violencia y los partidos solo van a hablar de vías políticas. Por eso, en Lokarri, donde se ha vivido entre bambalinas la versatilidad de los contactos, se llega a la conclusión de que “Currín sí que está contento”.
Juan Mari Gastaca, EL PAÍS, 21/10/11