Estefanía Molina-El Confidencial
No contento con exigir su gobierno en solitario al arco parlamentario, ahora Sánchez también avisará a los ciudadanos: o me dais más votos, o esto no lo gobernará nadie
Piensan en la sala de máquinas de Moncloa que si vamos a elecciones, lío e investidura-performance mediante, los ciudadanos harían el trabajo a Pedro Sánchez. «O el caballo ganador, que no tira la toalla, que no se rinde a derecha e izquierda, o los bloqueadores. O la gobernabilidad, o más bloqueo», vaticinan sobre el tablero de un eventual 10-N. Y cómo —¡cuánto!— habrá cambiado el país en estos años, que si hace cuatro el paradigma del 15-M era patear el sistema, castigarlo y reventar hasta sus últimos cimientos, ahora sea devolver la cordura a políticos del ‘establishment’.
Pues no contento con exigir su gobierno en solitario al arco parlamentario, ahora Sánchez también avisará a los ciudadanos: o me dais más votos, o esto no lo gobernará nadie. Paseíllo electoral por los territorios y con los agentes sociales, entre tanto.
Paradójico y flagrante, en esa línea se confiesan los datos. Mientras el PSOE es culpabilizado claramente del bloqueo en un 31% de los ciudadanos (según Metroscopia), es también, el partido al que los electores dan mejores y crecientes perspectivas electorales. Y no será de la omnipotencia del presidente, con dos investiduras fracasadas a las espaldas y una estabilidad forjada a la contra de un Rajoy quemado. Es que la factoría monclovita goza de una demostrada habilidad para leer las encuestas y montarse a la ola del caldo de cultivo ciudadano.
Pues cuatro años después, los electores tienen menos necesidad de consumir lío y discursos ‘hardcore’, sino que lo que necesitan es sentir que la política sirva para algo. «Las palabras pueden ser como los rayos X: si se usan apropiadamente lo atraviesan todo«, que diría el padre de la distopía, Aldous Huxley.
Pero esa era otra España. La España de hace cuatro años, donde la retórica urdida por Podemos —la «casta», «los de arriba y los de abajo»…— alivió el malestar y suplió la expectativa de familias, jóvenes, dependientes, parados… sacudidos por la crisis más feroz en años. Luego fue Ciudadanos, acuñando las ideas de «regeneración» y denunciando el «golpe de Estado».
Los ciudadanos están empachados de discursos adanistas y revolucionarios. Saben que algunos no han servido de nada y otros es mejor evitarlos
Y quizás fue Vox, casi en silencio, el primer gran síntoma de un cambio de rumbo en sentido contrario. El partido de la derecha con mayor ferocidad dialéctica no fue capaz de sacar más de 24 escaños.
Un denominador parecido viene socavando a Iglesias y Rivera: los ciudadanos están empachados de discursos adanistas y revolucionarios. Saben a 2019 que algunos no han servido de nada, y otros es mejor evitarlos, mientras que la «nueva política» ha envejecido demasiado rápido.
Y aviso a navegantes. Pareciera que Albert Rivera anda sobre la hipótesis contraria a la de Moncloa. Es decir: que las ganas de sacudir el sistema sean más poderosas que las ganas de desbloquearlo. Antipolítica y hartazgo. Véase la dialéctica histriónica de la formación naranja: más cercana a Vox que a la del PP, —la «banda», el «Plan Sánchez»… En la harina de campaña, sería hasta de esperar que Cs trate de tapar a voxitas y populares con más voltaje, debido a que los sondeos van para Rivera a la baja.
Y es que el bumerán está en el aire con unos niveles de hastío que colocan a la política como el segundo problema para el 38,1% de los españoles. Pero basta sentarse un rato en el parque, o tomarse una caña para observar que las consignas de laboratorio partidario pierden fuerza frente a la realidad que sufren cada día millones de españoles. Que gobiernen…, que gobierne alguien, ¡que hagan algo! Y en eso cualquier Gobierno, el de Sánchez, tiene capacidad de visibilizar que pasa «algo»: subida del salario mínimo, ayudas a la dependencia, los parados…
Así se explicaría hasta su palpable falta de miedo a elecciones, amortiguando la caída de un Vox polarizante, a diferencia del 28-A. Y la desmovilización será menos preocupante cuando lo que movilice no sea la ilusión progresista, sino la resignación para poner fin al desaguisado. ‘Made in bipartidismo’: antes doblar la muñeca al elector a golpe de llevarlo a las urnas, que entenderse con nadie. Igual Casado también tiene ligada su suerte a Sánchez.
Esta es España después de cuatro años. Lo saben mucho mejor los ciudadanos.