LUCÍA MÉNDEZ-EL MUNDO

En vísperas de la repetición electoral de noviembre, lo que se lleva en la política española es la moderación, la búsquedadel centro, la responsabilidad, la templanza, la contención y la institucionalidad

El 45,3% de los españoles coloca a los políticos como el segundo problema de España después del paro, según el último barómetro del CIS. El instituto público hizo el trabajo de campo en pleno fragor de las negociaciones fracasadas PSOE-UP. La conversación en la calle se resume en un lamento general y enfadado por la incapacidad de los líderes de esta generación para hacerse cargo de los problemas del país. Semejante caldo de cultivo no podría ser más propicio para que apareciera un salvador de la patria cargado con la narrativa de la antipolítica y disparando contra los partidos convencionales. Un líder radical que prometiera arrasar con los equilibrios del sistema. Tenemos muchos ejemplos en el mundo. Trump, Salvini, Bolsonaro, Orban, hasta Boris Johnson. En España, Vox parecía llamado a cumplir ese papel, por su discurso con todos los ingredientes de la llamada guerra cultural contra la dictadura progre, el feminismo y los inmigrantes. La narrativa de Vox, sin embargo, no ha cuajado. Los discursos en el Congreso de Santiago Abascal –cargados con todas las armas dialécticas del populismo radical nacionalista que triunfa en otros países– no han traspasado la barrera de la opinión pública. Ni Abascal, ni la pareja madrileña Espinosa de los Monteros-Monasterio tienen el atractivo de Salvini para amplias capas de la población más castigada por la crisis de 2008.

Antes al contrario, lo que se lleva en la política española en estas vísperas de la repetición electoral del 10-N es la moderación, la búsqueda del centro político, la institucionalidad, la responsabilidad, la templanza y la contención. Se busca el centro en el bloque centro-derecha y el centro en el bloque de centro-izquierda. Una vez que el centro-centro ocupado por Ciudadanos en el año 2015 ha quedado algo abandonado por la huida de Albert Rivera hacia territorios más arriscados.

El centro político –como sinónimo de lugar templado– estará superpoblado en campaña. Pedro Sánchez, Pablo Casado e Íñigo Errejón quieren instalarse ahí. El último explorador a la conquista del votante moderado ha presentado esta semana el sexto partido de ámbito nacional, o casi nacional. Más País, bajo el liderazgo de Errejón, competirá en las provincias más pobladas por los votantes situados en la franja que separa al PSOE de Unidas Podemos. Pablo Iglesias ha probado estos días la más amarga de las medicinas. Habrá que ver si Errejón consigue su propósito el 10-N, que pasa por reconstruir el Podemos de los comienzos. Pero, de momento, en escasos tres días tras su pistoletazo de salida, ha asestado un golpe psicológico brutal a Iglesias. Sus aliados a lo largo y ancho de España le han dejado plantado sin contemplaciones y sin decirle ni adiós para pasarse a las filas de Errejón. Como si todos estuvieran quietos esperando sólo la señal para abandonar el barco. El discurso inaugural del líder de Más País no dejó lugar a dudas sobre el lugar que quiere ocupar en el bloque progresista. El sitio de la responsabilidad, la institucionalidad, la compostura y la contención. Todas las cualidades del único candidato nuevo frente a la irresponsabilidad de los líderes que han sido incapaces de darle un Gobierno a España. El único recurso que le queda a Unidas Podemos para salir del aparente agujero en el que ha caído es el carisma que conserve Iglesias entre los votantes más aguerridos del Podemos inicial y su capacidad para crecerse en campaña, acreditada en el debate del 28-A.

Aún así, llama la atención su soledad y su aparente falta de inquietud por los abandonos que ha sufrido, que ya son multitud.

Pedro Sánchez, retomando un discurso del primer Pedro Sánchez anterior a las primarias, ha situado a Iglesias en la «extrema izquierda» en una entrevista en la CNN. La Moncloa y Ferraz tienen el convencimiento de que el centro político es más suyo que de nadie en este instante. Los votantes moderados –la mayoría cautelosa que dice Iván Redondo–, que son los que han puesto y quitado gobiernos durante los 40 años de democracia, están del lado del PSOE, según los análisis que proporciona La Moncloa a ministros, dirigentes socialistas y medios de comunicación. El candidato a revalidar la Presidencia sustituirá «la foto de Colón» y «la ultraderecha que viene» de la anterior campaña por las palabras «estabilidad» e «institucionalidad».

El tercer hombre que disputa el centro es Pablo Casado. El presidente del PP parece haber tomado un sedante después de los dos últimos procesos electorales. Ha cambiado su imagen –la barba le da un aire más hecho y más maduro–, su discurso y su alocada agenda desde las primarias del PP que le auparon a la Presidencia. Ya no va de acá para allá incendiando los micrófonos con palabras gruesas contra Sánchez, ni quiere parecerse a Vox, como en la anterior campaña electoral. Ahora, para alivio de barones regionales, gasta un mensaje más acorde con lo que se considera el centro. Con algunos matices –el PP tiene 66 escaños, por lo que mucho tendría que aumentar su representación para ser una alternativa real de Gobierno–, Casado encara el 10-N con moderadas buenas perspectivas. Sobre todo para su futuro como líder del PP. Si nadie le disputó el cetro con 66 escaños menos lo harán con 85 o 90.