Cristian Campos-El Español
  • Cónclave es una película para aquellos que no creen, pero saben mejor que la propia Iglesia Apostólica y Romana de qué pie ideológico debe cojear el próximo pontífice.

Se ha muerto el Papa, así que este lunes tocaba ver Cónclave, la película de Edward Berger sobre las intrigas de poder que se desatan en el Vaticano durante el proceso de elección de un nuevo pontífice. Como Contagio respecto a la Covid, Cónclave no es toda la verdad sobre un cónclave real, pero sí una aproximación razonable a ella.

A partir de aquí, spoilers.

Cónclave parece, a primera vista, una película sobre el catolicismo y la fe.

Una de esas que, como Los dos papasLas sandalias del pescador o incluso la comedia de Nanni Moretti Habemus Papam, aspira a colarte su opinión, así como a la remanguillé, sobre el eterno dilema entre una Iglesia atemporal y del misterio y una Iglesia terrenal y subordinada a las modas ideológicas de su época.

Es decir, entre una Iglesia y una sucursal de la Internacional Socialista.

Pocas fantasías tiene más lúbricas la izquierda que la de poder escoger un Papa a su gusto y conveniencia. O sea, un Papa que no le guste a ningún católico. Cónclave les concede ese gusto, aunque sea en la ficción.

En realidad, Cónclave es poco más que un thriller político sin demasiada profundidad intelectual más allá de la habitual apología, muy común entre quienes no pertenecen a la Iglesia, de la disolución del catolicismo en el magma de las religiones laicas.

La escena en la que un cardenal, por supuesto de izquierdas y por supuesto hispanoamericano, defiende, minutos después de un atentado islamista que ha matado a 52 personas, que la batalla «está en nuestros corazones», lo dice todo sobre el mensaje de la película: más peligroso que el propio yihadismo es quien no se esfuerza por comprender las razones y ganarse el corazón del yihadista.

Es decir, «los conservadores». A esos sí que los carga el diablo.

Curiosamente, en Cónclave, el candidato conservador, ese cardenal Tedesco que de ninguna de las maneras debe ser nombrado Papa por el peligro que supone para todos, es el único que no es corrupto, mentiroso o manipulador. Sí es brusco (pecado mortal en una época donde las formas lo son todo y el fondo es negligible) y, sobre todo, beligerante contra el yihadismo. Esos son todos sus pecados.

En una de las primeras escenas de la película, el cardenal Bellini y el cardenal Lawrence conversan sobre la muerte del Papa y sus consecuencias mientras el primero juguetea con las piezas de un tablero de ajedrez.

La metáfora es un tanto burda. Pero lo interesante es que quien ha dispuesto las piezas sobre el tablero para ‘amañar’ la elección del nuevo Papa no es Bellini, ni Lawrence, ni mucho menos Tedesco o cualquiera de sus rivales, sino el pontífice fallecido, muy progresista, pero reacio a que la elección de su sucesor quede en manos de Dios. Mejor en las suyas, que para eso es progresista. Es decir, inefable.

Como thriller político, Cónclave es una película palomitera y menos brillante de lo que ella misma se cree, pero que tiene la cortesía de recompensarte razonablemente bien por las dos horas que le dedicas.

Quien busque una película ácida, o más bien negro azabache, sobre las batallas de poder que desata la muerte de un líder casi omnipotente, que vea mejor La muerte de Stalin, de Armando Iannucci. Porque Cónclave no es ácida ni negra, sino más bien previsible.

Y como reflexión sobre el cristianismo y la figura del Papa, Cónclave es una mentecatez de tomo y lomo. Puro pienso para pollos.

Y por eso hay que quedarse con lo primero, con el thriller, y dejar lo segundo, el futuro de la Iglesia, para libros como El último Papa, de Giovanni Maria Vian, para Introducción al cristianismo, de Joseph Ratzinger, o para la novela en la que se basa la película, Cónclave, escrita por Robert Harris, publicada en 2016 y bastante más inteligente (aunque no menos efectista) que su adaptación cinematográfica.

Cónclave, en fin, el Paolo Sorrentino de El joven Papa o incluso La gran belleza le queda todavía bastante lejos. Pero es estéticamente atractiva (sólo faltaría que una película que transcurre en el Vaticano fuera fea) y sus actores tienen la delicadeza de tomarse en serio la historia y sus diálogos. No es poco.

La estupidez de su final, esa elección por iluminación divina de un papa transgénero (en la novela, el Papa elegido es una mujer que ha vivido toda su vida fingiendo ser un hombre para ser aceptada en el seno de la Iglesia, lo que cambia radicalmente el mensaje), le encantará a los cursis, pero es el deus ex machina más forzado que servidor ha visto en muchas décadas de cine.

De la metáfora del Papa que ‘conjuga’ en su cuerpo rasgos femeninos y masculinos como emblema de la naturaleza ‘asexuada’ de Dios hablamos otro día, porque aún ando recuperándome de la chorrada.

Como dice Guillermo Garabito, la película se deja ver hasta que, a partir de la escena del atentado yihadista, decide suicidarse. Tiene razón. La película llega a decir, de nuevo con la sutileza de un elefante en la Capilla Sixtina, que es el atentado terrorista el que permite que entre ‘la luz’ en el Vaticano al reventar las ventanas que poco antes se han cerrado para aislar a los cardenales del exterior.

Los atentados yihadistas son obra de Dios. O algo así.

Eso dice Cónclave: que los yihadistas siempre han estado en lo cierto. Las bombas son la forma que tiene Dios de decirnos que el que ha puesto la bomba es nuestro hermano.

Cónclave es, en fin, una película para aquellos que creer, no creen, pero sí creen saber mejor que la propia Iglesia Apostólica y Romana, por no decir mejor que los propios católicos, de qué pie debería cojear el próximo pontífice.

Como Javier Cercas.

A Cercas, Cónclave debe de parecerle un peliculón. Un peliculón «necesario», «comprometido» y «con mensaje». «Yo soy ateo, pero lo que creo que hay que hacer es volver a la Iglesia primitiva, la Iglesia de Cristo», dice.

La «Iglesia de Cristo» es, por supuesto, la que diga él, que es ateo. Es decir, creyente de la Santa Iglesia Socialista y Materialista.

El progresismo de Cónclave lo define el cardenal Lawrence cuando, en un sentido discurso, defiende la duda por encima de la certeza. Porque uno debe dudar de todo. Y, sobre todo, de Dios y de la propia Iglesia. Salvo del propio progresismo.

De eso no se duda.

En cuanto al resto, pues que lo decidan los yihadistas mientras nosotros nos ganamos sus corazones y ellos los vuelan por los aires.