Florentino Portero-El Debate
  • ¿Ha entendido la Administración Trump que la existencia de la Alianza Atlántica –un sistema de defensa colectivo al servicio de la preservación y promoción de la democracia– es de interés para los Estados Unidos? En caso contrario ¿Qué espera esa Administración de la OTAN?

Los días 24, 25 y 26 de junio se celebrará en La Haya una Cumbre Atlántica, la reunión a máximo nivel de la OTAN. De su importancia nadie duda. Será la primera desde que accedió por segunda vez Donald Trump a la Casa Blanca. Desde entonces, el presidente de los Estados Unidos ha cuestionado el sentido de la Alianza, la vigencia del Tratado y la permanencia de su país en la OTAN, condicionada indirectamente a que sus miembros acepten invertir en defensa el equivalente al 5% de sus respectivos PIB.

Trump cuestionó el sentido de la Alianza al renegar del orden liberal internacional, la defensa de la democracia y el compromiso en su promoción. A su juicio, el interés de Estados Unidos aconsejaba un entendimiento directo con Rusia, del que se derivaría una nueva relación con sus aliados, siempre en clave de dependencia.

Reinterpretó el tratado al considerar que la vigencia del compromiso recogido en su célebre art. 5º, el referido a la mutua defensa, pasaba por la exigencia de que el Estado miembro agredido estuviera al corriente de sus obligaciones.

Ha exigido arbitrariamente que los Estados miembros justifiquen una inversión anual por un tiempo indeterminado equivalente al 5 % del PIB, sin más argumentación que la urgencia en recuperar la ausencia de inversión en años precedentes. No voy a insistir más en algo que tanto otros colaboradores de este periódico como yo mismo hemos escrito al respecto: no es un problema de números sino de estrategia y definición de capacidades.

Se comprometió a resolver en un tiempo muy breve la guerra de Ucrania, en el marco del ansiado entendimiento con Rusia. Eso no ha ocurrido y no parece que vaya a ocurrir en las próximas semanas. Las propuestas norteamericanas eran vagas e inconsistentes y ni en Moscú ni en Pekín las tomaron en consideración. Tenían razón los que desde instancias diplomáticas europeas aconsejaron bajar el tono y dejar que el tiempo realizara su labor ¿Ha renunciado Trump a su objetivo de establecer un directorio de grandes potencias para así evitar conflictos directos y repartirse áreas de influencia? ¿Ha conseguido Marco Rubio imponer una posición clara y coherente sobre la dimensión atlántica de la política de los Estados Unidos?

La cumbre de La Haya tiene ya garantizado su sitio en la historia europea y ello por varias razones. La primera tiene que ver con las preguntas previas ¿Ha entendido la Administración Trump que la existencia de la Alianza Atlántica —un sistema de defensa colectivo al servicio de la preservación y promoción de la democracia— es de interés para los Estados Unidos? En caso contrario ¿Qué espera esa Administración de la OTAN?

La segunda se refiere a los restantes socios. La crisis de la OTAN es previa a Trump, de hecho se hizo pública durante la Administración Bush, y tiene su origen en la pérdida de cohesión estratégica y en la consiguiente falta de inversión ¿Creen los restantes miembros en la Alianza? Todos saben que es mejor estar que no estar en ella, pero eso no es suficiente. La Alianza necesita identidad y objetivo y ahora, cuando Trump parece haber fracasado en su relación con Rusia, resulta urgente resolver estas carencias.

La tercera tiene que ver con la inversión. La exigencia de Trump es desproporcionada, lo que en él no resulta sorprendente. Aquí tenemos que agradecer el trabajo del secretario general, el experimentado político neerlandés Rutte, al lograr descomponer la cifra mágica en 3,5 de inversión directa y un 1,5 en acciones vinculadas, pero no estrictamente de defensa. Aun así, algunos estados lo van a tener muy difícil, como es el caso de España. De lograrse un acuerdo será un ejemplo de cómo una casa puede comenzar a construirse por el tejado. Urgirá entonces redactar documentos de estrategia serios, optar por determinadas capacidades, reelaborar doctrinas, reformar organigramas… en pocas palabras, acelerar la adaptación de nuestras Fuerzas Armadas a un nuevo entorno estratégico. Una labor titánica.

Entre unos y otros se ha hecho un grave daño a la Alianza, uno de los grandes activos de Occidente. El gran reto de la Cumbre de La Haya, empezando esta vez la casa por sus cimientos, es volver a dotarla de sentido. Todo lo demás llegará después, con dificultades de todo tipo, pero estamos en condiciones de lograrlo.