MIQUEL ESCUDERO-EL IMPARCIAL

El pasado 8 de junio se cumplió siglo y medio del nacimiento de José Martínez Ruiz, el gran escritor y periodista Azorín. Murió con 93 años y casi 9 meses. Se suele creer que los aniversarios son la ocasión de hablar sobre alguien que ya murió y que está ‘fuera de la actualidad’. Pero esta es una expresión a menudo confusa y equivocada. Ramón Gómez de la Serna Puig (otro eximio escritor, fallecido en 1963) afirmó que veía a Azorín como “nexo de todo tiempo”, esto es, como alguien capaz de unir y vincular todo tiempo con nosotros, convertirlo en actual, y capaz de romper las fronteras temporales de la realidad. Airear la realidad oculta del mundo.Azorín quería mostrar la circunstancia adecuada de cada cual y, en particular, “sentirse ligado a toda la cadena de antecesores que ha dado España”. A mí, este objetivo intelectual me parece admirable por inteligente y generoso. No sólo se refería a escritores y a artistas, sino a cualquier hombre en general. En Cavilar y contar aludía a su gusto “por contemplar en silencio, con avidez, el espectáculo de la vida humana. ¿Y dónde se puede observar este espectáculo mejor que en las multitudes?”.

Julián Marías lo valoraba tanto que llegó a preguntarse si habíamos absorbido algo de su estilo literario, de su persona: ¿quén lleva dentro a Azorín? Y lamentaba “el hecho de que la lectura de Azorin ha sido inferior a la necesaria para la salud de un país”. Muchos, decía, disuaden de su lectura, la cual nos permitiría abrir los ojos a la realidad de las personas, pues él supo verla y transmitirla en sus escritos. Mirar con ojos amorosos suministra “potencia, pone a la luz para que dé ante nosotros todas sus reverberaciones”.

En La fuerza de la razón, el último libro de artículos de Julián Marías (publicado pocos meses antes de su fallecimiento y ayudado en su selección por su gran amigo el profesor Enrique González Fernández) el filósofo hablaba de nuevo sobre Azorín. Fijaba la clave de su importancia benefactora en su generosidad y destacaba su estilo sosegado: “Azorín fija la mirada en alguna realidad: aspecto mínimo de la vida cotidiana”, con una ternura abrumadora que no impone nada, ni avasalla, ni deslumbra. Infinitamente respetuoso con sus lectores, procura que nada se pierda de lo realmente valioso.

Azorín evolucionó también en sus posiciones políticas. Como es lógico, todas son inevitablemente discutibles, pero la mesura o falta de virulencia con que sucesivamente las defendió deberían hacernos cautos y no duros al juzgarlas; la viciosa costumbre de juzgar a los demás con severidad.

En 1905, escribió cinco largos artículos que, reunidos bajo el nombre de Andalucía trágica, fueron publicados por El Imparcial, diario dirigido por José Ortega Munilla, padre de Ortega y Gasset. Azorín se presentó en Lebrija y encontró jornaleros humildes con “una profunda y súbita comprensión que se os lanza y que os coge desde los pies a la cabeza”, labriegos en el paro, sentados anonadados en la plaza: se levantan, “entran en su casa, oyen los lamentos de sus mujeres y de sus hijos; vuelven a salir; tornar a recorrer, exasperados, enardecidos, por centésima vez la calle”. El escritor alicantino terminaba por dirigirse a los gobernantes y legisladores: “quiero que temáis y respetéis a estos hombres que a vosotros os parecen insignificantes y opacos, a estos hombres que pasan inadvertidos por la vida, ellos hacen las cosas grandes, ellos son tremendos, ellos guían e inspiran a las muchedumbres en las revoluciones”.

Estos hombres que pasan inadvertidos por la vida, con ellos habría que contar. Siete años después, en 1912, Azorín finalizaba su libro Lecturas españolas con este mensaje:

“No saldrá España de su marasmo secular mientras no haya millares y millares de hombres ávidos de conocer y comprender”.

Vivir es ver volver, efectivamente. Estas palabras azorinianas tienen ya 111 años, y una vez más comprobamos que lo mejor nunca se acaba de lograr y que los mejores proyectos siempre tienen vigencia y nunca expiran; así, la óptima distribución del desarrollo intelectual y económico, el claro avance de la virtud.

No me quiero entretener con las gentes que, con los bolsillos llenos, chulean, amenazan y gustan de hacer daño, tanto a las palabras como a las personas que tienen a mano. Quiero volver a fijarme en las mujeres y los hombres que pasan inadvertidos por la vida pública, pero que dejan huella en su alrededor personal, siendo rectos, flexibles, sensatos y pacientes, abnegados y generosos. Aunque no os lleguen estas líneas, sois nuestra mejor esperanza. Tomemos conciencia de ello y obremos en consecuencia. Hoy como ayer, habrá que decir que por nosotros no quede y que lo que tenga que ser será.