FERNANDO GAREA-El Confidencial
Guía para leer los resultados de los comicios autonómicos según las expectativas de los cinco partidos nacionales y su repercusión en la política nacional
Alberto Núñez Feijóo e Iñigo Urkullu ya han conseguido que todo el mundo dé por hecho que los dos ganarán las elecciones del 12 de julio en Galicia y País Vasco, respectivamente. Todo parece indicar que uno seguirá al frente de la Xunta con mayoría absoluta y el otro en Ajuria Enea con acuerdos cómodos, previsiblemente, con los socialistas.
Sin más emoción, que la que pueda traer por sorpresa la nueva normalidad en forma de elevada abstención, como ocurrió recientemente en Francia, todo parece indicar que serán las elecciones de la estabilidad. Son las primeras posteriores al inicio de la pandemia y no hay signos que indiquen que quienes gobiernan vayan a sufrir desgaste por su gestión de la crisis sanitaria.
Si se cumplen los pronósticos, Galicia será la última aldea gala, la única con mayoría absoluta, precisamente porque sería la única en la que el centroderecha solo tenga un partido hegemónico (PP) y Ciudadanos y Vox seguirían siendo extraparlamentarios.
El PNV mantendría la hegemonía política en Euskadi, solo interrumpida en el breve periodo del ‘lehendakari’ socialista Patxi López, rentabilizando lo que tan bien sabe hacer en Madrid: negociar para hacer valer sus seis diputados, como si fueran 50, sea con gobiernos del PP o con gobiernos del PSOE. Su electorado se lo premia.
Y para los cinco partidos nacionales quedan algunas dudas mínimas que se transformarán en movimientos subterráneos, en algunos casos con consecuencias solo a medio o largo plazo. Por ejemplo, sobre futuros pactos, liderazgos o estrategias.
Por el momento, el 12 de julio ha tenido un efecto balsámico y ha servido para implantar una tregua en el Congreso y para santificar la moderación y el diálogo, después de la dura polarización que se impuso durante el estado de alarma. Aunque habrá que esperar al 21 de julio para poder ver un acuerdo de mínimos entre partidos, si es que llega a producirse.
De los resultados electorales no será fácil sacar consecuencias para los cinco partidos nacionales, por los hechos diferenciales de la vida política e institucional de las dos comunidades y porque algunas de las decisiones que influyen, como el pacto PP-Ciudadanos en el País Vasco, fueron tomadas en un contexto muy distinto, cuando la pandemia no era imaginable.
Si la liturgia de las noches electorales se basa en la gestión de las expectativas, en este caso es probable que los cinco partidos tengan algún ángulo al que mirar para no considerarse derrotados.
PSOE
Solo una sorpresa mayúscula haría perder a Feijóo la mayoría absoluta y daría alguna opción a que el candidato socialista, Gonzalo Caballero, pudiera buscar un acuerdo con diferentes partidos para formar un Gobierno de coalición alternativo. «Hay que jugar el partido», dijo Pedro Sánchez el jueves en La Sexta, en un intento forzado por dar ánimos a los suyos.
La media de las encuestas indica que los socialistas quedarían como segunda fuerza y, probablemente, con sus mismos 16 escaños. En ese dato está la expectativa de la dirección socialista.
Solo puede quedar alguna incertidumbre sobre si el BNG da el sorpaso a los socialistas, aunque los sondeos los mantienen aún en 13 o 14 escaños. Si lo hubiera, podría ocurrir lo que periódicamente ocurre con los socialistas gallegos cuando pierden elecciones: una crisis interna y búsqueda de un nuevo líder. Caballero sería hecho responsable del resultado, como antes lo fueron otros.
En el País Vasco, los socialistas de Idoia Mendía son la tercera fuerza, detrás de Bildu, y los sondeos no muestran apenas variación.
No es fácil que puedan usarse los resultados de Galicia y del País Vasco para sacar conclusiones sobre valoración de las estrategias o la gestión del Gobierno de Pedro Sánchez. Y menos aún en referencia al coronavirus, porque los gobiernos autonómicos ya han asumido las competencias plenas y, por tanto, Feijóo y Urkullu son percibidos como los protagonistas de esa gestión.
También porque hay lógicas distintas como los bandazos en Galicia para encontrar candidatos; la fortaleza de Feijóo; el desánimo de la oposición de izquierdas y el tirón de la candidata del BNG, Ana Portón, entre otras.
Y en el País Vasco, la disputa entre PNV y Bildu por la hegemonía nacionalista/independentista; el desgaste por el Gobierno de coalición PNV/PSE y el hundimiento de Unidas Podemos, por ejemplo.
Para los socialistas, la opción más favorable sería un resultado en el que el PNV necesite al PSE, para poder establecer una cierta reciprocidad entre ese acuerdo y el apoyo que los nacionalistas vascos dan a Sánchez en el Congreso.
No ven posible un pacto entre PNV y Bildu para gobernar y tampoco, obviamente, un acuerdo alternativo con Bildu y Unidas Podemos frente a Íñigo Urkullu, como han explicado Idoia Mendía y el propio Sánchez.
Es decir, que su aspiración es que el PNV esté en condiciones de ser su socio en Madrid. Un socio exigente, que negocia como nadie y obtiene siempre réditos, pero un socio que siempre ha estado dispuesto a pactar. ‘Do ut des’.
Partido Popular
En Galicia es probable que el candidato del PP arrase y en el País Vasco las encuestas no aventuran nada bueno para los populares. Pero en ambos casos, la victoria en uno y el fracaso en otro pueden traer consecuencias a medio plazo para el PP de Pablo Casado, que, probablemente, no se pondrán de manifiesto la noche electoral, pero si pueden provocar efectos secundarios a medio o largo plazo. De hecho, el PP es el más concernido por el 12-J de todos los partidos nacionales.
En el País Vasco, el PP experimenta con una fórmula inédita de coalición con Ciudadanos, acordada en los tiempos previos al covid y cuando Pablo Casado se disponía a poner en marcha una estrategia a largo plazo en busca de la reunificación del centroderecha, única opción posible matemáticamente para poder tener mayoría suficiente en el Congreso para gobernar en España.
El PP no tiene casi nada que perder, porque ya tenía solo siete diputados y un papel intrascendente en la política vasca. Sus escaños en la Cámara de Vitoria no servían para sumar nada con nadie y, quizás por eso, Casado asumió el riesgo de sustituir al candidato natural, Alfonso Alonso, para recuperar a Carlos Iturgaiz. El resultado del PP en el País Vasco el 12 de julio será el resultado de Casado, por su apuesta personal.
El problema es que el designado está lejos de ser un buen candidato. Ya lideró el PP cuando ETA teñía de sangre la actualidad diaria y ahora ha sido rescatado del retiro cuando el foco político vasco ha cambiado radicalmente.
O quizás para el PP no, porque sigue poniendo el foco en el terrorismo y sus rescoldos, a pesar de que según todas las encuestas este asunto no está entre los que más preocupan a los vascos.
Quizás por eso, Iturgaiz busca temas de campaña diferentes y lo hace con éxito relativo. Por ejemplo: hace unos días el candidato del PP se dedicó a hablar de la ocupación de viviendas, con el argumento de que hay una «ola de ocupación» porque «no puede ser que una familia salga de paseo y, al volver, su casa esté ocupada». Las estadísticas del Poder Judicial no reflejan datos elevados sobre este tipo de conductas en Euskadi.
No parece el candidato para ilusionar a quienes quieran agarrarse a la bandera del constitucionalismo, sacando a los socialistas vascos de esa categoría. Se está viendo en la campaña. Como se vio hace 20 años cuando eran célebres sus lapsus en el Parlamento vasco. Por ejemplo, el que describe Pedro Gorospe en una crónica de ‘El País’ de mayo de 1999: «En la primera de sus intervenciones Iturgaiz provocó la risa en la Cámara cuando se trabucó y acabó una frase dirigiéndose a los parlamentarios como ‘señor Elías’, cuando en realidad debería haber dicho señorías. ‘Perdón, señorías’, rectificó un instante después ante el regocijo de sus adversarios políticos».
Si Vox lograra un escaño por primera vez como indica alguna encuesta, la apuesta de Casado habría terminado sentando al partido de Santiago Abascal y al de Inés Arrimadas en el Parlamento vasco.
Y es seguro que en breve tendrá que buscar un nuevo líder para el PP vasco, uno más. Quizás sin tener que esperar a que Iturgaiz se vaya otra vez en breve.
En Galicia la situación es la contraria: Feijóo no solo no es Casado, sino que representa un modelo político muy diferente. Si, como parece, se refuerza en estas elecciones se le verá como la espada de Damocles permanente sobre la cabeza del líder del PP en caso de un traspié de este. En Galicia el PP presenta moderación y en el País Vasco dureza. Es decir, el 12-J es una especie de competición entre dureza y moderación, entre lo que representa Casado y lo que representa Feijóo, entre la manera de actuar de Ana Pastor y la de Cayetana Álvarez de Toledo.
El presidente de la Xunta no quiso dar el paso para liderar el PP en 2018, se arrepiente, y se ha trabajado un perfil político de moderación y diálogo que se vería reforzado, frente a la dureza de Casado, como la alternativa permanente, el salvador llegado de Galicia en caso de fracaso. Un antagonismo que explotará el resto de partidos como argumento para debilitar a Casado.
Se reivindicará también la utilidad de su estrategia para sacar del tablero a Ciudadanos y Vox y mantener unificado al centroderecha. Comprobar si lo mejor para frenar a Ciudadanos y Vox es la moderación o mimetizarse con la ultraderecha.
Unidas Podemos
El partido de Pablo Iglesias, con las diferentes denominaciones en cada comunidad, basó su gran éxito de las elecciones generales de 2016 en espectaculares resultados en Galicia, País Vasco y Cataluña.
Fue ese año la primera fuerza política en generales en Euskadi con un espectacular 29% de los votos y en Galicia, como En Marea, fue tercera, pero con el 22% de los sufragios. Ambos proyectos se fueron deshilachando y ahora las encuestas le atribuyen una expectativa del 11% en el País Vasco y el 9% en Galicia.
No se juegan casi nada en estas elecciones, porque Unidas Podemos es el partido de la rara paradoja que consiste en que cuantos menos votos tiene más poder real tiene.
Al menos en el Gobierno central, porque en comunidades autónomas no han conseguido ninguno. Y han vivido crisis, pulsos y purgas en casi todas sus organizaciones territoriales. Tienen una vicepresidencia y cuatro ministerios y, sin embargo, ha bajado su presencia electoral e institucional en toda España.
Se concreta en la imagen de Yolanda Díaz, la ministra revelación, que procede de En Marea, un proyecto que no para de languidecer, ahora en beneficio del ascendente BNG.
El único riesgo de Unidas Podemos el 12-J es seguir rompiéndose en pedacitos en dos comunidades. En este momento, la preocupación de Iglesias y su equipo no son precisamente las elecciones vascas y catalanas. Bastante tiene ahora con el goteo diario de la tarjeta de memoria que le persigue y su gestión en el Gobierno.
Ciudadanos
El de Inés Arrimadas es el partido que más ha cambiado en los últimos meses. Ha pasado de pactar solo con el PP —y apoyo de Vox— a ser el aliado del Gobierno de coalición PSOE/Unidas Podemos.
Y antes de ese giro pactó con el PP ir juntos a las elecciones del País Vasco, un acuerdo inusual que chirría en su nueva normalidad. Esa coalición hace que el 12-J no le sirva tampoco para medir en las urnas su nueva estrategia de bisagra útil que rentabiliza sus 10 diputados en el Congreso.
Dirigentes de Ciudadanos aseguran que Iturgaiz les parece un candidato pésimo, de tal forma que su principal interés es que pase cuanto antes el 12 de julio.
No obstante, la noche del 12 de julio arreciarán las voces de los que pidan que el experimento de sujetar con el PP la bandera del constitucionalismo se repita en la elecciones catalanas. Esa presión vendrá, sobre todo, desde fuera de Ciudadanos.
Ciudadanos tiene garantizado un escaño en el Parlamento vasco y tiene muy difícil lograrlo en Galicia donde concurre en solitario.
Es decir, que no tiene tampoco nada que perder y es muy difícil que pueda lograr más. Su gestión de expectativas es relativamente sencilla.
Vox
El partido de Santiago Abascal ha decidido hace tiempo salirse del tablero de juego institucional, con gestos como, por ejemplo, ausentarse de la Comisión de Reconstrucción.
No están en el Parlamento vasco, ni en el gallego y, por tanto, no tienen nada que perder. Sí podrían ganar un diputado en el País Vasco donde, precisamente, tienen un discurso experimentado y basado en la lucha contra el terrorismo que fue. Ese discurso y esa campaña les sirve, además, para el futuro en el resto de España.