EL CONFIDENCIAL 15/12/15
JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS
· No dieron la talla los representantes del bipartidismo, ni en el fondo, ni en la forma, estableciendo en el debate público -no parlamentario- un hito que será difícil olvidar: los insultos cruzados
Uno por exceso y el otro por defecto, ninguno se merece obtener el reconocimiento de la victoria en una confrontación verborreica, confusa, cortocircuitada por constantes interrupciones y acusaciones recíprocas de falsedades argumentales y estadísticas. No dieron la talla los representantes del bipartidismo, ni en el fondo, ni en la forma, estableciendo en el debate público -no parlamentario- un hito que será difícil olvidar: los insultos cruzados (y de gravedad) que rompen lo que los británicos denominan ‘fair play’ y nosotros conocemos como juego limpio.
El debate transcurrió por fases varias, pero ninguna de ellas brillante, ni pedagógica. Sánchez acudió con la intención de dejar KO a su rival con los casos de corrupción popular, y Rajoy llegó a la cita convencido de que su interlocutor estaba ya desguazado por las malas expectativas de las encuestas. Se confundieron los dos, ofreciendo, por momentos, un espectáculo confuso y lamentabilísimo que aparcó cualquier sentido constructivo para convertirse en un ‘crescendo’ de reproches que transmitieron a la audiencia una sensación de discusión atrabiliaria y desnortada.
Si la confrontación entre Sánchez y Rajoy fue la “última del bipartidismo” resultó un último acto político de más mediocre y fea factura
El secretario general del PSOE eligió el ataque frontal, directo y sin pausa para aprovechar lo que era su última oportunidad de remontada, y seguramente se pasó de frenada. El presidente del Gobierno incurrió en una suerte de suficiencia, lindante con la soberbia, con la que no pudo contener a su adversario. El resultado fue la satisfacción no contenida de Pablo Iglesias y Albert Rivera en La Sexta, quienes, en una operación perspicaz, gestionaron el inmediato posdebate en beneficio de sus intereses electorales, que ayer salieron claramente favorecidos.
Poco más cabe concluir de una confrontación que terminó con el terreno embarrado, un árbitro desautorizado y dos contendientes amoratados por los empellones dialécticos del uno contra el otro. En política no todo vale. Ni Sánchez debió ofender personalmente al presidente del Gobierno -sí, por supuesto, reprocharle su gestión-, ni Rajoy debió devolver el exabrupto con una dolida tríada de descalificaciones, igualmente personales.
La campaña electoral terminó ayer. La estela del debate se comerá la discusión mediática y pública de los días que quedan hasta el domingo. Si la confrontación entre Sánchez y Rajoy fue la “última del bipartidismo”, como adujeron los líderes de Ciudadanos y Podemos, resultó un último acto político de la más mediocre y fea factura. Hubo momentos abochornantes.