Alejo Vidal-Quadras-Vozpópuli
- La batalla electoral de Cataluña ha de ser un punto de inflexión en la senda de nuestro país hacia el abismo
En principio, salvo accidentes imprevistos, el próximo 14 de febrero se celebrarán elecciones autonómicas enCataluña, las décimo terceras desde las inaugurales de 1980. Las anteriores vieron un acontecimiento insólito y esperanzador: un partido constitucionalista, comprometido inequívocamente con la unidad de España, la defensa de los derechos individuales y el pluralismo frente al totalitarismo secesionista se alzó con la victoria por primera vez en cuarenta años y fue la fuerza más votada y con mayor número de escaños. Sin embargo, este relámpago de racionalidad y libertad fue efímero y la enorme ilusión que despertó fue del mismo calibre que la decepción subsiguiente. El traslado a Madrid de la carismática líder de Ciudadanos, azote parlamentario de los separatistas y encarnación de la posibilidad de un cambio real en una parte de España prisionera del fanatismo, del nacionalismo supremacista y de la violencia subversiva, fue un devastador golpe moral a la parte aún sana de la sociedad catalana, sólo comparable al que sufrió un cuarto de siglo atrás con el desmantelamiento por José María Aznar del PP catalán.
El electorado constitucionalista en Cataluña ha sufrido un período tan largo de abandonos, renuncias y traiciones por parte de las fuerzas políticas que debían representarlo y defenderlo que de cara al 14 de febrero se encuentra en un estado de desánimo, desilusión y desmotivación muy notorio. Aunque el separatismo está dividido por luchas intestinas y el fugado de Waterloo ha perdido fuelle durante su largo exilio, no hay duda de que si los golpistas consiguen formar una mayoría en el Parlament se unirán contra el que perciben en sus delirios como el enemigo común, la España democrática, constitucional y plural. Si el resultado en las urnas les acompaña, no vacilarán en repetir la intentona fallida del 1 de octubre de 2017, sobre todo animados por el hecho de que en el Gobierno central cuentan con aliados dispuestos a facilitarles el camino hacia la ruptura.
Los constitucionalistas tendrían que considerar seriamente la incorporación a sus listas de personas sin adscripción partidista conocidas y reconocidas del activismo social opuesto al separatismo
En esta coyuntura tan difícil, los partidos constitucionalistas, Cs, PP y Vox, deben examinar con cuidado y dando primacía al interés general, fórmulas de colaboración que conduzcan a obtener el máximo número posible de papeletas y de escaños. Las posibilidades son varias, desde la más rotunda de una candidatura de unidad con un programa compartido hasta la más leve basada en un pacto de no agresión, la fijación de unos pocos puntos básicos a sostener como telón de fondo de la campaña y la exclusión de vetos en un eventual acuerdo post-electoral. Otro elemento que Carlos Carrizosa, Alejandro Fernández e Ignacio Garriga, así como las direcciones nacionales de sus formaciones, tendrían que considerar seriamente es la incorporación a sus listas de personas sin adscripción partidista conocidas y reconocidas del activismo social opuesto al separatismo que acumulan ya una larga trayectoria de combate ideológico, jurídico y cultural. Tampoco han de ignorar la existencia en Cataluña de organizaciones políticas de izquierda patriótica y constitucional que son hoy extraparlamentarias, pero que poseen un considerable arraigo en amplios sectores de la población y a las que habría que sumar a las candidaturas que se formen.
Horizonte partidista
Sería imperdonable que los tres partidos situados en el espacio de la legalidad, de las libertades y de la cohesión nacional actuasen en esta ocasión electoral como si las circunstancias fuesen normales y cada uno buscase su exclusivo beneficio particular que, por legítimo que sea, no es suficiente para responder a la amenaza existencial que gravita sobre Cataluña y sobre España en su conjunto. Los potenciales votantes constitucionalistas han experimentado demasiados desaires en el pasado para acudir a los colegios electorales con fe y entusiasmo. Si el mensaje que reciben es que aquellos que han de ser los garantes de sus derechos, libertades e intereses, afrontan el 14 de febrero enfrentados entre sí, atentos solamente a su estrecho horizonte partidista y todo ello en una disposición de business as usual, la desmovilización y la consiguiente abstención pueden alcanzar cotas alarmantes.
La historia de los grandes partidos nacionales en Cataluña no ha sido ejemplar, millones de catalanes se sienten abandonados, su determinación y su voluntad experimentan una corrosiva fatiga de materiales y hay que devolverles el tono vital
Los problemas exigen soluciones al nivel de su gravedad y los desafíos respuestas del calado de su peligrosidad. La historia de los grandes partidos nacionales en Cataluña no ha sido ejemplar, millones de catalanes se sienten abandonados, su determinación y su voluntad experimentan una corrosiva fatiga de materiales y hay que devolverles el tono vital y la convicción de que se ha aprendido de los errores pretéritos. España se encuentra inmersa en un proceso de autodestrucción y la batalla de Cataluña del 14 de febrero ha de ser un punto de inflexión en esta senda hacia el abismo.