Manuel Montero-El Correo
- Trajo novedades radicales, pero, en un país con una clase media muy débil, las bases sociales que podían sostenerla resultaron precarias
El 11 de febrero de 1873, hace siglo y medio, se proclamó en Madrid la República. Fue la última experiencia revolucionaria española del XIX, que terminó a finales de año. En la República del 73 se entrecruzaron proyectos progresistas y tensiones políticas, en medio de una gran inestabilidad. Para Pérez Galdós, la historia de aquel año «es en parte luminosa, en parte siniestra y obscura».
Tras la revolución de septiembre de 1868, que llevó al exilio a Isabel II, la mayoría electoral era monárquica, aunque opuesta a los Borbones. La Constitución de 1869 instituyó una Monarquía democrática y se designó como rey a Amadeo de Saboya. Fue un reinado breve y conflictivo. Subsistía la insurrección de Cuba, iniciada en 1868, y desde 1872 podía hablarse de levantamiento carlista en el País Vasco y algunos enclaves de Cataluña y Levante. Amadeo I respetó los procedimientos constitucionales, pero sus alcances políticos eran limitados y debía reinar con partidos fragmentados y enfrentados. No logró un normal funcionamiento del mecanismo constitucional.
La dimisión de Amadeo, con un mensaje sobrio, dio lugar a la reunión conjunta del Congreso y el Senado, que la Constitución prohibía expresamente. Constituida en Asamblea Nacional, proclamó la República y eligió a Figueras como presidente. La República obtuvo 258 votos frente a 32. «Nadie trae la República, la traen todas las circunstancias», explicó Castelar, aludiendo a que la Monarquía democrática había fracasado por sí misma. Tenía razón, pero los apoyos a la República eran frágiles y tenían proyectos políticos distintos.
Los dirigentes de la República del 73 tenían una sólida preparación -«demócratas de cátedra» se les ha llamado-, pero hubieron de afrontar un complejo polvorín político y social. Saltaron enseguida movilizaciones obreras en Levante y Cataluña y problemas en el campo andaluz, con ocupación de latifundios. El cambio de régimen había levantado enormes expectativas, pero se vivía una grave crisis económica y los grupos republicanos más radicales no se fiaban de los que hasta la víspera habían sido monárquicos.
Inicialmente la República se definió como federal. Optó por crear la federación desde arriba, contra el criterio anterior de Pi y Margall -apóstol del federalismo y presidente de la República entre junio y julio-, que la había concebido de abajo arriba; es decir, federar Estados después de que éstos se constituyesen. Surgió el enfrentamiento cantonalista, en el que desde las juntas provinciales impulsaron cantones, para construir la federación desde abajo.
No llegó a aprobarse la Constitución de la República federal, que preveía diecisiete Estados, equivalentes a las autonomías actuales sin Madrid, Cantabria y La Rioja; y con dos Andalucías (occidental y oriental), Cuba y Puerto Rico. El proyecto fue desbordado por la agitación cantonalista de Levante y del sur, que llevó a insurrecciones. Algunas adoptaban formas esperpénticas, con el estallido de rivalidades locales. «La nación jumillana desea vivir en paz con todas las naciones vecinas y, sobre todo, con la nación murciana», pero estaba dispuesta a «no dejar en Murcia piedra sobre piedra». El «viva Cartagena», levantamiento cantonal de republicanos radicales, o la sublevación de Alcoy, de tintes anarquistas, formaron parte de este clima conflictivo.
La República del 73 trajo novedades radicales: por vez primera la República sustituyó a la Monarquía; se abandonó el tradicional modelo unitario, aunque no cuajó el sistema alternativo; y el Estado dejó de ser confesional. Aprobó también la desaparición de la esclavitud en Puerto Rico (no en Cuba, por la guerra). Y tuvo que hacer frente a tres insurrecciones simultáneas: la de Cuba, la carlista y la cantonal. En un país con una clase media muy débil, las bases sociales que podían sostener la República resultaron precarias. Los enfrentamientos con grupos obreros, en los que inicialmente se habían apoyado, le darían la puntilla.
Los dos últimos presidentes de la República (Salmerón y Castelar) dieron un giro conservador, con suspensión de derechos para conseguir el final de las agitaciones. La República federal terminó con el golpe de Estado del general Pavía el 2 de enero de 1874. Siguió una República conservadora y autoritaria. La restauración de los Borbones se produjo a fines de 1874.
El proceso revolucionario no logró estabilizar la política ni afrontar las cuestiones sociales. Los líderes republicanos proponían soluciones completas para los distintos problemas, pero no lograron un proyecto común. Lo resumió Hennessy: «La Primera República puso de manifiesto la impotencia de los sectores intelectuales en política». Más gráfico fue Figueras cuando dimitió: «Señores, voy a serles franco: estoy hasta los cojones de todos nosotros».