Manuel Montero-El Correo
- El pronunciamiento de Sagunto abrió paso a un periodo de estabilidad constitucional y a un sistema oligárquico y caciquil
El 29 de diciembre de 1874, hace siglo y medio, tuvo lugar el pronunciamiento de Sagunto, llevado a cabo por el general Martínez Campos, que proclamó a Alfonso XII rey de España. Así, puso punto final al sexenio democrático, que había empezado con el destronamiento de Isabel II en septiembre de 1868, un periodo complejo en el que funcionó la monarquía de Amadeo de Saboya, hubo dos formas distintas de república, una guerra colonial y dos guerras civiles (carlista y cantonal). Al periodo lo caracterizó el desorden, pero se produjo un serio intento de construir democráticamente España, de forma que los derechos políticos dejaran de ser patrimonio exclusivo de una minoría.
Con el pronunciamiento de Sagunto comenzó la restauración. El retorno de los Borbones venía gestándose entre los generales que combatían al carlismo. Uno de los principales valedores de la restauración monárquica, el general Concha, murió unos meses después de liberar Bilbao. En conjunto, los grupos conservadores anhelaban el orden y la estabilidad, frente a los vaivenes del sexenio, proponiendo retornar a la monarquía asociada al liberalismo moderado que había desaparecido en 1868.
Pese al protagonismo de Martínez Campos, la restauración fue posible por la preparación y propaganda realizadas por Cánovas del Castillo. Desde agosto de 1873 lideraba a los partidarios de Alfonso XII y logró que una parte cada vez mayor de la opinión pública confiara en la restauración monárquica para recuperar el orden y lograr la paz, acabando con los enfrentamientos bélicos. Tras el golpe de fuerza del general Pavía, durante 1874 la república unitaria, presidida por el duque de la Torre, el general Serrano, carecía de grandes apoyos y no tenía una base constitucional.
Cánovas del Castillo pretendía que la restauración borbónica fuese pacífica y no fruto de un golpe de estado militar, por lo que la iniciativa de Martínez Campos contrarió su criterio y precipitó las cosas. Cánovas aspiraba a un régimen en el que los militares no tuvieran el protagonismo que adquirieron durante el reinado de Isabel II.
El golpe de Estado tuvo éxito, a medida que en el ejército se fue repitiendo la proclamación de Alfonso XII, sin que hubiera una seria resistencia republicana a la monarquía, tan solo la de alguna autoridad que exigía se formase un gobierno constitucional.
En pocos días la adhesión a la restauración monárquica fue masiva. Daba la impresión de que se había producido un vuelco drástico en la opinión y de que subyacía en España un enorme entusiasmo alfonsino, sorprendente en un país que había vivido sucesivas olas revolucionarias durante los seis años anteriores, que parecían tener un respaldo popular. En la época eran conscientes del oportunismo con el que cambiaban algunos apoyos políticos. De ello da muestra que al menos dos periódicos nacionales caracterizasen tal veletismo con una anécdota histórica: repetían los mensajes que sucesivamente transmitió a París el prefecto de Lyon cuando en 1815 Napoleón escapó de la isla de Elba e inició su marcha por Francia para recuperar el poder. Eran los siguientes:
«- El Ogro de Córcega ha abandonado su guarida. Su exterminio y el de los que le siguen es seguro.
– El usurpador se dirige hacia Grenoble. Nadie le sigue. El país no lo reconoce. No puede retrasarse el castigo de su temeridad.
– El general Bonaparte ha entrado en Grenoble. La población desierta. Avanzan sobre la ciudad fuerzas que arrojarán pronto al tirano.
– Napoleón marcha hacia esta capital. Me preparo a resistir.
– S.M. el Emperador ha entrado en Lyon en medio de las aclamaciones populares. Dios bendecirá la restauración del imperio pues es la felicidad de la Francia».
Ironías al margen -¿cambiar de opinión es de sabios?-, y con mayor o menor apoyo popular, se inició un régimen político que se caracterizaría durante décadas por la estabilidad institucional, basada en la Constitución de 1876 y en el turno del poder de los partidos liberal y conservador. Presentó graves deficiencias -fue un sistema oligárquico y caciquil-, pero desarrolló un modelo liberal que en 1890 incorporó el sufragio universal (masculino) y que funcionó con cierta normalidad hasta su rápida decadencia tras la crisis de 1917.
Hace 150 años muchos veían con esperanza el cambio de régimen: «En un solo día -se publicaba- la nación española ha pasado de la negación de todo gobierno regular a la afirmación de la monarquía constitucional, vínculo que enlaza el pasado y el presente y garantía precisa y universal de la moderna libertad; del reino de la arbitrariedad al reinado del derecho y de la justicia».
Los sucesos de Sagunto de fines de 1874 dieron lugar a un cambio fundamental en nuestra historia contemporánea, abriendo paso al que ha sido el periodo constitucional más duradero.