España lleva décadas perfeccionando con maestría el arte del fracaso en Eurovisión. Tanto hemos fracasado que pronto superaremos a los catalanes en derrotas históricas. Así de malos somos.
Aunque al menos todavía no celebramos nuestras derrotas con desfiles de antorchas, como hacen ellos. Algo es algo.
Por eso creo que ha llegado la hora de plantearse seriamente nuestra retirada de Eurovisión.
Y no por Israel (siento decepcionar a los antisemitas que me leen: alguno quedará que no se haya enterado todavía de que esta columna la financia el Mossad).
Los motivos para renunciar a Eurovisión son mucho más serios.
Y el principal de todos ellos es que estamos haciendo el RI-DÍ-CU-LO.
1. Asumámoslo: somos los Cristiano Ronaldo del fracaso
Desde 2005, España ha conseguido la gesta de quedar en los últimos puestos en casi todas las ediciones. Manel Navarro nos regaló el último puesto con un gallo épico que es ya historia del festival. Melody quedó antepenúltima con solo 37 puntos. El sueño de Morfeo quedó en el puesto 25. Blas Cantó, el 24. Amaia y Alfred, el 23. La lista de trompazos épicos sigue y sigue y sigue.
Si intentáramos fracasar a propósito enviando una horda de chimpancés con una zambomba atada al pecho no conseguiríamos un puesto tan malo como el que España consigue habitualmente.
Somos tan predecibles en nuestro fracaso que las casas de apuestas deberían prohibir a sus clientes apostar por el fracaso de España.
2. Los europeos no nos tragan, y con razón
Portugal es el país que más nos vota tradicionalmente, pero nosotros les damos nuestros puntos a Alemania y Francia porque somos unas ratas suplicantes sin orgullo. Es como tener un amigo que siempre te invita a cenar en DiverXo, pero al que tú le devuelves la invitación con falafeles indigestos.
No sólo somos unos mataos, sino que encima somos desagradecidos.
El voto geográfico, en fin, nos ha dejado huérfanos. Porque, seamos sinceros, ¿a quién le caemos bien en Europa? A nadie. Absolutamente a nadie. Si no tuviéramos sol, playa y la mejor gastronomía del planeta, no vendría aquí ni Perry.
3. Nuestras canciones son yihadismo musical
Cada año la misma turra: una balada espantosa, un tema pop que no utilizarías ni para torturar terroristas en Guantánamo, una chabacanada bailonga o un intento patético de fingirnos modernos que acaba sonando como una canción de hace cincuenta años. Un español en Eurovisión es como un alemán en un festival de salsa: una disonancia en Matrix. Simplemente, no estamos hechos para esto.
Incluso cuando por pura desesperación enviamos a un mamarracho de la factoría de mamarrachos bienpagaos de Buenafuente, el mamarracho hace el ridículo, provoca una epidemia de bostezos y no hace reír a nadie. Ni para trolear servimos.
Aceptémoslo. Somos rancios. Peor: mamarrachas rancias. Y lo que es peor, aburridas.
4. Los eurofans españoles se odian entre sí
A falta de guerras civiles, los horteras españoles con issues tienen Eurovisión. Así que, antes de que empiece siquiera la votación, ellos ya se han encargado de triturar a nuestro cantante en las redes sociales.
Chanel, por ejemplo, recibió amenazas porque las kaleborrokas eurovisivas preferían a unas abertzales gallegas disfrazadas de Rammstein con pandereta. Otras, las sojas de Malasaña, preferían a una moderna de ‘Todo a un euro’ cuya mayor transgresión era enseñar una teta ¡en la era de Onlyfans! al grito de “¿por qué les dan miedo nuestras tetas?”. La pobre andaba un poco desubicada.
Y eso que Chanel ha sido la única que no ha hecho el más espantoso de los ridículos. Probablemente porque no es española, sino cubana.
Si ni siquiera nosotros nos creemos a nuestros artistas, ¿por qué van a hacerlo en Europa?
5. Somos unos inquisidores
Cuando no estamos quejándonos de que una canción es «demasiado machista» estamos exigiendo que se eche a Israel de Eurovisión porque no tuvimos suficiente largándolos de España en 1492. RTVE se pasa más tiempo escribiendo manifiestos y cartas de protesta antisemitas que preparando las actuaciones de los artistas. Y así salen luego las cosas, claro.
Hemos convertido un festival de música en una asamblea progre con voto a mano alzada y olor a bromhidrosis y calimocho seco donde no hay zumbado que no exija a gritos que le den gusto a su obsesión particular. Una pesadez sólo soportable por otros zumbados que esperan, y no precisamente de forma paciente, su turno para darle rienda suelta a su propia obsesión.
6. La gran muralla china no se ve desde el espacio, pero nuestro complejo de inferioridad sí
Cada año, antes incluso de que termine la actuación, ya estamos cocinando las excusas: que si la política, que si los países del este se votan entre ellos y los nórdicos a los nórdicos, que si nos tienen manía, que si no nos entienden.
La posibilidad de que estamos enviando a medianías que sólo nos gustan a nosotros no se le pasa por la cabeza a nadie nunca. Así que cuando los comentaristas de RTVE se cansan de odiar a media España, se ponen a odiar a media Europa para disimular la mediocridad de SU representante.
7. Gastamos una fortuna para quedar penúltimos
RTVE se gasta más de cuatro millones de euros en el Benidorm Fest para elegir canciones que luego quedan en el puesto 24 de 26.
El presupuesto por punto eurovisivo obtenido bate récords mundiales de ineficiencia en España. En eso, desde luego, nuestro desempeño es socialista a muerte: nos gastamos auténticas millonadas en cosas que no sólo no sirven para nada, sino que lo empeoran todo un poco más.
Esperemos, al menos, que algún corrupto de la organización se lo esté llevando crudo. Ojalá Eurovisión sirva para que alguien sea feliz y viva la vida cañón, aunque sea un chorizo.
8. Nuestras puestas en escena son puro horror estético criptofranquista
Entre gente disfrazada de gallo, efectos especiales random y coreografías de orquesta de pueblo, España ha conseguido que «puesta en escena española” sea utilizado en Europa como un insulto.
Simplemente, España está incapacitada para la modernidad. Nuestras puestas en escena son al mundo del espectáculo lo que Galicia a la arquitectura.
9. Llevamos décadas sin entender qué es Eurovisión
Seguimos pensando que esto es un concurso serio de música, cuando es un espectáculo televisivo esperpéntico con canciones de tres minutos destinado a un público cuyo sentido de la estética es una mezcla de Eduardo Casanova, un chihuahua vestido de torero y Gwar.
Mientras otros países abrazan la extravagancia calculada, nosotros seguimos enviando a gente que ya era rancia cuando Serrat lanzaba sus primeros gorgoritos.
10. Nuestros comentaristas parecen la policía iraní de la moral
Nuestros presentadores y comentaristas convierten cada actuación en una clase de geopolítica internacional sin tener ni la más remota idea de geopolítica internacional. Ya puestos, podrían hablar de física cuántica, porque seguirían sin tener ni la más remota idea de lo que están diciendo.
Y siempre, además, con ese insufrible tonito de activista del Open Arms. Uno de esos que miden la distancia a Gaza en gintonics náuticos en vez de en millas náuticas.
Esto es un festival de música, no un debate de la ONU. Si los presentadores son incapaces de dejar de dar la matraca, renunciemos a Eurovisión y al menos no tendremos que seguir oyendo melonadas como la de que renunciar al festival es «una revolución».
11. Somos los únicos que nos tomamos en serio nuestro fracaso
Otros países quedan últimos y se ríen de sí mismos. Nosotros organizamos debates televisivos, escribimos artículos sesudos y convocamos comisiones de investigación desde el Consejo de Ministros.
Hemos convertido el fracaso en Eurovisión en una cuestión de Estado. Somos coñazo hasta después de perder, que es un signo distintivo de los paletos con complejo de paleto.
12. El televoto español es esquizofrénico
Los españoles le damos 12 puntos a Israel mientras nuestro gobierno amenaza con retirarse del festival por la presencia israelí. Es como protestar contra el capitalismo mientras te compras una mansión con un lavabo en el jardín con forma de tinaja.
La incoherencia es un arte patrio. Si Eurovisión fuera un festival de esquizofrenias, España arrasaría cada año.
13. Llevamos 55 años siendo irrelevantes
Desde Massiel y Salomé, España ha brillado por su terquedad en la mediocridad. Hemos conseguido la gesta de participar durante más de medio siglo en uno de los espectáculos televisivos más vistos del mundo y seguir siendo cien por cien irrelevantes.
Hemos conseguido también que tres minutos de música se les hagan eternos hasta a los europeos del este. Y mira que esos tienen el papo curtido porque se han tirado décadas aguantando películas soviéticas de ocho horas protagonizadas por el plano fijo de un tractor oxidándose bajo un ciruelo.
Que actuaciones preparadas durante meses parezcan ensayadas por primera vez una hora antes del espectáculo es uno de esos méritos que lo dice todo sobre la urgencia de cerrar RTVE de una vez.
14. Nuestros artistas acaban traumatizados
Melody se retiró a una isla desierta después del festival. Y si no lo ha hecho, debería. Manel Navarro probablemente siga en terapia, encogido en posición fetal encima del inodoro de su celda acolchada. Ruth Lorenzo tuvo que largarse a Reino Unido, para que no la reconociera nadie por la calle.
Participar en Eurovisión por España es un máster en humillación pública. Por eso las actuaciones de los representantes españoles deberían aparecer en Pornhub bajo la etiqueta «sadomaso duro».
15. El Big Five se ha convertido en el Big Horror para nosotros
Ser uno de los cinco países que se clasifican directamente para la final debería ser, al menos en teoría, una ventaja. Para España se ha convertido sin embargo en una condena: como no podemos fracasar en las semifinales, porque no participamos en ellas, nos reservamos el fracaso para el momento de máxima audiencia. ¡Que toda Europa nos vea hacer el mamarracho!
16. Hemos convertido la autocrítica en autolesión
Cada año prometemos renovación, cambio, revolución, estrategias nuevas.
Y cada año repetimos exactamente los mismos errores, como si fuéramos socialistas diciendo “esto no ha funcionado porque no se ha aplicado bien: yo voy a triunfar allí donde todos han fracasado antes, pero haciendo lo mismo que ellos”.
Es la definición exacta de locura: hacer lo mismo una y otra vez esperando resultados diferentes.
17. Es mejor retirarse y dejar la incógnita del porqué que seguir haciendo el ridículo
Imaginad a un sueco color langostino de Sanlúcar preguntándose «¿pero por qué se ha ido España?».
De repente, nuestra ausencia generaría más interés que nuestra presencia. Sería el mayor éxito de España en Eurovisión: no estar. Desvanecernos.
Al menos así, cuando nos preguntaran por qué no vamos a Eurovisión, podríamos responder con dignidad: «Porque teníamos algo mejor que hacer».
O, mejor aún, “lo hacemos por los niños de Gaza”. Y luego fingiríamos un puchero compungido al 50% e indignado al otro 50% para demostrar nuestra superioridad moral.
Imaginad el desconcierto: el país con el gobierno más corrupto de la UE, el mismo que envió a Eurovisión a Rodolfo Chikilicuatre y Blanca Paloma, el que abandonó a los saharauis en manos del sátrapa de Marruecos, subiéndose a una atalaya moral para pontificar sobre Gaza y levantarle el dedito al resto de los europeos JAJAJAJAJA.
Eso sí que sería un troleo épico.