17 veranos

Ignacio Camacho-ABC

  • Otra vez la autogestión regional de la pandemia. Restricciones a tientas. Y un Gobierno que ni está ni se le espera

La pandemia ha vuelto a quedar fuera de control, aunque gracias a las vacunas su impacto actual sea menos grave, y las autonomías luchan contra el contagio dictando a tientas medidas que deben revisar los tribunales, pero el Gobierno sigue sin encontrar motivos para preocuparse. Ahora sabemos que cuando los encontró, porque se dio cuenta de que había llegado tarde y desdeñado evidencias flagrantes, se llevó por delante los principios constitucionales. Su gestión de la pandemia ha oscilado por fases entre la sobreactuación autoritaria y el absentismo irresponsable. En ninguno de los casos se ha regido por criterios sanitarios sino por urgencias políticas. Político fue el ataque de pánico inicial, político el maquillaje de las estadísticas, política la cogobernanza, político el abuso de las consignas y el recurso a la ocultación y la mentira, política la decisión de suprimir antes de tiempo el uso obligatorio de las mascarillas. Político en el peor sentido de la palabra, en su acepción encubridora, maniobrera, oportunista.

Para que no haya equívocos: el confinamiento de marzo fue necesario. Lo que la sentencia del TC cuestiona y revoca es el procedimiento que Sánchez escogió para implantarlo, la trocha jurídica que atajaba los vericuetos del control democrático. La corte de garantías no entra ni puede entrar en lo que sucedió después: los contratos opacos, la suspensión de la Ley de Transparencia, el atropello de los decretazos trufados de caprichos arbitrarios. Pero todo eso sería agua pasada al fin y al cabo si cuatro oleadas después no siguiésemos bajo el mismo caos, con una infección disparada entre los jóvenes, un descalzaperros regional de limitaciones de horarios y un proceso de vacunación de nuevo estancado porque el abastecimiento de dosis ha sufrido otro retraso. Todo ello sin que el Ejecutivo se dé por enterado. Su última intervención fue el prematuro y triunfalista hallazgo de que las mascarillas no son para el verano.

El problema consiste en que esa inacción provoca que en vez de un verano vayamos a tener diecisiete, tantos como comunidades, y cada uno con sus restricciones, sus cierres perimetrales, sus requisitos de acceso a lugares de ocio, su aforo de bares. Otra vez de vuelta, con permiso de los jueces, a la autogestión de la pandemia. Con mucha población inmunizada pero sin garantías completas ante la fulminante expansión de la dichosa variante Delta. Con mortalidad baja pero con ingresos hospitalarios al alza y unas tasas de incidencia que empiezan a provocar solicitudes de retorno al toque de queda. Con una incertidumbre seria sobre la ansiada recuperación turística y hostelera. Y con un Gobierno que a estos efectos no existe, no comparece ni se le espera porque el presidente ha pasado página y se ha echado la siesta tras dar por superado el problema. Por quinta vez cada cual ha de apañárselas como pueda.