Alejo Vidal-Quadras, alejoresponde.com, 18/1/12
Es conocido el aforismo de que el hombre es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras, que unas veces se cita como anónimo y otras se atribuye nada menos que a Aristóteles. Hay políticos locuaces hasta el punto de la imprudencia y otros herméticos hasta el límite la descortesía. Está comprobado que el responsable público que no cesa de hacer declaraciones y pronunciamientos corre el serio peligro de meter la pata y los ejemplos se multiplican. También es cierto que los largos alejamientos de los medios, sobre todo en épocas de dificultad o turbulencia, producen la sensación de inactividad o impotencia. Hemos pasado de un Presidente de Gobierno al que le encantaban los micrófonos y las cámaras, de tal manera que su capacidad de lanzar banalidades o memeces por unidad de tiempo se hizo legendaria, a otro que se muestra mucho más parco a la hora de comparecer ante la opinión. Si se ha de elegir entre la verborrea insustancial y cursi de ZP y la parquedad comunicativa de Rajoy, no cabe duda que es preferible la segunda. Ahora bien, como en todo, el justo equilibrio marca el camino correcto. Un jefe del Ejecutivo que se precie no ha de andar continuamente anunciando medidas o dando explicaciones, y es normal que para estos menesteres en el quehacer diario cuente con portavoces autorizados o con sus ministros. Sin embargo, la actual situación de nuestro país es tan desesperada, los males que nos aquejan tan profundos y las reformas y acciones requeridas tan traumáticas y dolorosas, que la sociedad no podrá digerirlas sin un replanteamiento general de la mentalidad colectiva y sin una revisión drástica de la jerarquía de valores imperante. En otras palabras, que un gobernante cuya misión histórica no es únicamente mejorar la gestión o retocar las estructuras existentes, sino regenerar una nación hecha jirones, no ha de hablar con excesiva frecuencia, pero cuando se dirija a sus compatriotas ha de sonar como un aldabonazo, despertar las conciencias, obligar a la reflexión, levantar los ánimos y resucitar ilusiones. Bien está no prodigarse innecesariamente en periódicos, radios y televisiones, pero en estos tiempos oscuros e inciertos hay que saber distinguir el momento y la ocasión en los que la voz del líder ha de ser oída y escuchada, porque su ausencia acarrea un vacío que sólo llenará el miedo, la angustia y la decepción.
Alejo Vidal-Quadras, alejoresponde.com, 18/1/12