Patxi López o María San Gil sabían que cuando Ibarretxe decía sentirse «orgulloso de todos los vascos y vascas» no se refería a ellos, precisamente. Mientras el lehendakari siga confrontando la voluntad de la sociedad vasca con la voluntad del PP y PSOE está dividiendo a los ciudadanos por categorías.
El debate sobre el conflicto vasco va para largo. Independientemente de que, tras el rechazo del plan Ibarretxe por el Congreso sea el fin de una ensoñación independentista, como le gustaría al PP, o el comienzo de un encaje definitivo de la España plurinacional, como quiere Zapatero, el lío no ha hecho más que empezar. Teniendo en cuenta que, para sostener esa necesidad imperiosa de romper con España, sin que se note ni traspase, el lehendakari tuvo que remitirse a doscientos años atrás para decir que el conflicto con España ha estado siempre latente, habrá que concluir que «doscientos años no es nada» para lo que nos espera. El nacionalista Erkoreka también insistía en el bicentenario del conflicto, liándose en una madeja de datos cruzados sobre la votación del estatuto de Gernika, consiguiendo, seguramente sin quererlo, bajar considerablemente el nivel de su antecesor en el cargo, Anasagasti. Se remontó, como el lehendakari, a los doscientos años de litigio de los vascos con el Estado para llegar a sacar todos los fantasmas de la derechona que, en 1979, se pronunció en contra del Estatuto. No se sabe en qué batzoki estaría jugando este parlamentario entonces por el Estatuto pero él contó la historia algo distorsionada al dar tanta importancia a los mensajes contrarios a la Carta de Gernika que, en realidad, fueron absolutamente barridos por el entusiasmo de los partidos que se habían volcado en sacar el ‘Bai estatutoari’.
Ayer el PP y PSOE, que representan a 20 millones de votos y, en Euskadi, a 580.000, demostraron a Ibarretxe, no sólo que no tienen miedo a debatir su plan sino que tenían ganas de darle algunas lecciones sobre la importancia del consenso en la democracia. Un plan que dice estar pensado «para la convivencia», pero que no aporta las claves para la paz, dio pie a Rajoy para formular la pregunta del millón: ¿Qué pasaría, en su plan, con la mitad de los vascos que no lo suscriben¿ ? ¿y si no se callaran: qué haría ETA? . Zapatero pasó por alto el apoyo parlamentario de los tres votos de Batasuna pero estuvo rotundo al rechazar un plan que «no es de todos ni para todos». La verdad es que imponía oír al lehendakari hablar en nombre de todo el pueblo vasco. Un título tan solemne y totalizador, a parte de incierto, que Zapatero se vio obligado a desmarcarse de él.
El socialista Patxi López o la popular María San Gil sabían que cuando Ibarretxe decía sentirse «orgulloso de todos los vascos y vascas» no se refería a ellos, precisamente. Porque quienes, como ellos, anteponen el concepto de ciudadanía al de identidad, no son considerados por el nacionalismo. Mientras el lehendakari siga poniendo, de un lado, la voluntad de la sociedad vasca confrontada con la voluntad del PP y PSOE está dividiendo a los ciudadanos por categorías. No es extraño. Su plan habla de ciudadanía y nacionalidad vasca. Al brillante Rubalcaba, que se sabe el plan al dedillo, le inquieta. Ese capítulo y muchos más.
Tonia Etxarri, EL CORREO, 2/2/2005