Kepa Aulestia-El Correo

La revelación de indicios que podrían acabar incriminando a Iñigo Errejón en delitos contra la libertad sexual no sólo le afecta a él, sino que inevitablemente interpela a los círculos políticos en los que se ha movido y a sus más próximos. Con el posible agravante de que si el hasta hace dos días portavoz de Sumar y cofundador de Podemos decidiera extenderse en los términos en los que se explicó por escrito el jueves, toda la izquierda emergente hace una década podría quedar aún más comprometida.

En marzo de 2021, Iñigo Errejón recibió la enhorabuena general por una pregunta dirigida al presidente Pedro Sánchez sobre la atención pública a la salud mental en España. Menos la de un diputado del PP que le gritó desde su escaño: «Vete al médico». Errejón se refirió a ello en su libro -pongamos que autobiográfico- ‘Con todo: de los años veloces al futuro’, en el que por momentos se despachaba, cual Michel Houllebecq español y morado, sugiriendo que tenía problemas serios de orden emocional y relacional no necesariamente patológicos.

Lo que ya se vuelve escalofriante es que los hechos denunciados por Elisa Mouliaá tuvieron lugar tras la presentación de ese libro que hoy nos parece premonitorio. Evento al que la actriz presuntamente violentada fue invitada personalmente por Errejón. Ocurrió en septiembre de 2021. Al mes siguiente arremetió contra el Gobierno que él apoyaba porque sólo estaba dispuesto a gastar medio euro por español frente a ese problema de salud pública.

La ‘Carpeta de Salud’ de Errejón es suya y sólo suya, a no ser que decida compartirla o le sea requerida dentro de un procedimiento judicial. Pero lo que sí puede ser objeto de debate público es que, como sugería su nota de prensa del jueves, un ciudadano dedicado «con todo» a la política «durante una década» insinúe, a la vez, que lo que le pasa es un problema de salud mental, que es debido al patriarcado porque resulta que es hombre, y porque tal condición prevalece cuando «en la primera línea política y mediática se subsiste, se es más eficaz» prescindiendo «de la empatía».

Aunque Errejón sea o fuese -pongamos que- un entendido en Jacques Lacan y en Ernesto Laclau, ninguna instancia que no sea la judicial puede recabar su testimonio para que se explique sobre cómo se encontraba o se encuentra de salud. Pero no habría una oportunidad mejor de catarsis para el país en su conjunto, y para las izquierdas en concreto, que una ponencia parlamentaria exprés en la que compareciera Iñigo Errejón explicando en qué lugar deja el personaje a la persona en el foro público, en qué medida la política es el arte de los desalmados, o cómo el patriarcado podría llegar a ser una eximente para determinadas conductas delictivas.

En su nota pública Errejón se refiere, en otros términos, a la erótica del poder. A la que él sentía, y a la que adivinaba a su alrededor. Pero era precisamente con eso con lo que quería acabar también acabando con «la casta». Con la misoginia y el machismo en la política partidaria, con la verticalidad dominante en las organizaciones, con la insensibilidad respecto a los demás. Una metáfora del fraude populista. Por de pronto, quedan cancelados los ‘biquiños’ de Yolanda Díaz.