Ayer sábado fue un día extraño. El PSOE esperaba 40.000 asistentes a la manifestación en apoyo de Pedro Sánchez y yo estaba convencido de que reunirían a 100.000.
Al final, según la Delegación del Gobierno, congregaron a 12.500.
En realidad, y atendiendo a la superficie ocupada en Ferraz, probablemente ni siquiera llegaran a la mitad de esa cifra. Y eso después de fletar 120 autobuses. Suponiendo una ocupación media de 50 pasajeros por autobús, 6.000 manifestantes. Clavado.
Dicho de otra manera. El PSOE convocó en una ciudad de 3.200.000 habitantes una manifestación en apoyo del presidente del Gobierno en el momento más crítico de su carrera y apenas logró congregar a unos pocos militantes de provincias.
«12.500 manifestantes en Ferraz, según la Delegación del Gobierno. Son 3.500 personas más que la mayor de las concentraciones contra la amnistía que se produjeron ante la sede socialista el pasado mes de noviembre» dijo el diario El País.
🔴 DIRECTO | 12.500 manifestantes en Ferraz, según la delegación del Gobierno. Son 3.500 personas más que la mayor de las concentraciones contra la amnistía que se produjeron ante la sede socialista el pasado mes de noviembre https://t.co/wLvTHsdcV9
— EL PAÍS (@el_pais) April 27, 2024
Quien no se consuela es porque no quiere. El PP congregó, también según la Delegación del Gobierno, a 45.000 personas en su manifestación contra la amnistía del pasado 28 de enero. 70.000 según el propio PP. Entre cuatro y seis veces más.
Aunque no deja de ser llamativo (y vamos a dar por buena la cifra de la Delegación del Gobierno aun sabiendo que es evidentemente falsa) que el PSOE apenas logre convocar a unos pocos cientos de manifestantes más que un par de tuiteros con nombre falso y el avatar de una rana.
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La duda que queda tras esta demostración de debilidad del PSOE, que a buen seguro Pedro Sánchez preferiría haberse ahorrado, es ¿esta es toda la fortaleza del sanchismo?
Porque si tras tres días de agit-prop en televisiones, diarios y radios, con el PSOE, Sumar, Podemos y algún que otro socio periférico del PSOE llamando a rebato y pidiendo poco menos que la imposición de un estado de excepción que ponga a raya a periodistas, jueces y oposición, si tras este ritual de hiperventilación desasosegada y de admoniciones apocalípticas, todo lo que se consigue es reunir a 12.500 militantes, ¿en qué burbuja hemos estado viviendo durante los últimos seis años?
Si la intención del presidente era darle cinco días de tiempo a sus medios para cebar un movimiento de masas enfervorecidas que le imploraran «por favor, Pedro, quédate», el plan ha salido tan bien como el de esa carta que si algo consiguió es que el nombre de Begoña Gómez apareciera en las portadas de los principales medios internacionales asociado a la palabra «corrupción» y el de Pedro Sánchez, a la palabra «drama».
Y si el plan era otro, ¿de qué ha servido una manifestación que si algo ha demostrado es la desconexión del PSOE con la realidad y su raquítico poder de convocatoria?
El PSOE barrió ayer la posibilidad de que el lunes Pedro Sánchez aparezca en televisión anunciando que se queda «por petición popular». Porque esa petición popular, lisa y llanamente, no existe. Esa petición popular es Silvia Intxaurrondo. No hay más.
El sanchismo, al contrario de lo que se nos ha intentado vender, nunca ha sido un movimiento popular como el generado por Isabel Díaz Ayuso, por ejemplo y sin ir más lejos. Ha sido un movimiento de élites, principalmente mediáticas y culturales.
De propaganda y agitación.
De relato y tentetieso.
De periodistas escribiendo para periodistas con clichés ideológicos caducados y de Almodóvares, Jorgejavieres y Jordiévoles hablándole a un público atemorizado por la amenaza imaginaria de una ultraderecha que en el mundo real se reduce, efectivamente, a dos tuiteros con nombre falso y el avatar de una rana.
Un coloso con los pies de barro.
Pero ese problema, siendo grave, palidece frente al problema real.
Y el problema real es que, queriendo o sin querer, y vamos a darle el beneficio de la duda en esto, Pedro Sánchez ha desatado fuerzas durante las últimas 48 horas que muchos sospechábamos que seguían ahí, ocultas en la psique del español medio, pero que no habían salido hasta ahora a la luz de forma explícita.
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Hablo de la exhibición de adhesión caudillista que hemos visto durante estos días. Una ceremonia de culto al líder que no se veía en España desde hace mucho tiempo. Salvo error u omisión, yo no recuerdo ningún movimiento devocional similar en democracia.
Sí recuerdo manifestaciones masivas en defensa de la propia democracia. O de la independencia de Cataluña. Contra ETA. A favor de ETA. Contra la OTAN. En defensa del mundo rural. Contra el terrorismo yihadista. En contra de la amnistía.
Es más. He visto manifestaciones que pueden ser interpretadas, más allá del lema de la convocatoria, como protestas contra un político concreto.
A la contra un español se manifiesta sin necesidad de insistirle demasiado. «Soy español, contra qué quieres que me manifieste» podría ser nuestro lema.
Manifestaciones a la contra las han vivido todos los políticos mínimamente relevantes de la España de los últimos 45 años: Felipe González, José María Aznar, José Luis Rodríguez Zapatero, Mariano Rajoy, Isabel Díaz Ayuso…
En algunos casos, y cito sólo el de Pablo Casado, esas manifestaciones han acabado con la dimisión del agraviado.
Pero no recuerdo rituales suplicantes como este hacia un político que ha anunciado su decisión de dimitir. Mejor dicho, que ha anunciado su decisión de reflexionar sobre una hipotética dimisión.
«Por favor, Pedro, quédate. Todos somos contigentes, pero sólo tú eres necesario».
Yo esto no lo había visto nunca.
Yo nunca había visto identificar a un político en concreto con la democracia, y a la oposición, los jueces y la prensa con la ultraderecha, el fascismo y el autoritarismo.
Porque Pedro Sánchez ya no es Pedro Sánchez. Pedro Sánchez es «la» democracia.
Y cualquier ataque contra Pedro Sánchez se convierte así, de forma automática, en un ataque contra la democracia.
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Son las mismas fuerzas que durante las últimas horas, y no desde una pancarta en manos de un loco, sino con manifiestos y desde la televisión pública española, han pedido el control de la prensa privada, la «destrucción» de la oposición y la intervención gubernamental del Poder Judicial. Son esquemas de pensamiento bolivariano.
No me estoy inventando nada. Otra cosa es que seamos tan naif como para pensar que cuando Más Madrid pide un «comité de expertos» que controle «los bulos» y «retire los fondos públicos» a los medios privados que publiquen «información sin contrastar», lo que está pidiendo es más libertad de prensa, y no su control gubernamental.
Más Madrid pide crear un comité de expertos independientes ante los «bulos» y retirar los fondos públicos a aquellos medios que publiquen información «reiteradamente» sin contrastar https://t.co/j0OsImzbEu
— Europa Press (@europapress) April 26, 2024
Hasta ahora, la tentación autoritaria, ya sea desde la izquierda o desde la derecha, apenas había asomado de forma explícita en los extremos del escenario político español.
Pablo Iglesias, por ejemplo, pedía la erradicación de los medios privados.
Pero nadie interpretaba que lo que estaba pidiendo en realidad el líder de Podemos era una dictadura. Muy benevolentemente, se interpretaba que lo que quería Pablo era más bien un régimen en el que los periodistas sólo dijeran «verdades de izquierdas».
Es decir, un régimen en el que los bulos fueran sólo los que le convienen al Gobierno.
Eso es, desde todos los puntos de vista, una dictadura. Pero ni siquiera Pablo Iglesias asociaba ese régimen autoritario, autocrático o como quieran llamarlo, a una persona en concreto.
Esta semana se ha roto ese último tabú. Porque lo que han estado diciendo esas élites periodísticas y culturales de las que hablaba antes es que sin Sánchez no hay democracia.
Y a una democracia que sólo puede ser liderada por una persona, una en concreto, podemos llamarla de muchas maneras, pero «democracia» desde luego, no.
La democracia es, en esencia, alternancia.
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Es muy sintomático que Sánchez, según un sondeo que el PP hizo público ayer sábado, reciba más apoyo de los votantes de Podemos y de Sumar (81,5%) que del votante socialista (71%). Algo no precisamente anecdótico si tenemos en cuenta que el simpatizante de la extrema izquierda populista, ideológicamente comunista, es más receptivo que el votante socialista a las medidas de corte autoritario.
Quizá a la manifestación de ayer en Ferraz habría acudido mucha más gente si la hubiera convocado Podemos.
Pero la cuestión es que ese caudillismo ha salido ya a la luz y se pasea entre nosotros. Está en La 1. Está en las portadas. Está en los socios de gobierno de Sánchez. Y está entre muchos ciudadanos que quizá no se manifiestan en apoyo de Sánchez, pero que le votan cuando llegan las elecciones porque «hay que evitar que la derecha gobierne».
Ese caudillismo no tiene un apoyo ciudadano aplastante, como quedó demostrado ayer en Ferraz. Pero es hegemónico en los medios.
Y a ver quién es el guapo que vuelve a meter el genio en la botella.
Por eso, este lunes hay un motivo más para que Pedro Sánchez dimita. Para cortar de raíz ese caudillismo que acaba de brotar en la sociedad española.