Alberto Ayala, EL CORREO, 26/8/12
PSE y PP intentan evitar que la campaña sea un cara a cara PNV-EH Bildu para lograr un resultado aseado
Parecía lo más lógico y Patxi López no se ha complicado la vida. El lehendakari anunciaba finalmente el pasado martes su decisión de acortar en unos meses la legislatura y convocar elecciones autonómicas para el 21 de octubre. Lo dije en junio y me reitero ahora: no puede decirse que el proceder del jefe del Ejecutivo vasco constituya un dechado de elegancia. No lo es marcharse de vacaciones y de regreso, con el bañador todavía húmedo en la maleta, reunir al Consejo de Gobierno y disolver sin mediar razones objetivas.
¿Por qué no se puso fin a la legislatura en julio si desde entonces no se han adoptado decisiones relevantes? Por interés general no, desde luego. Este hace ya demasiado tiempo que no parece ocupar el primer escalón en el orden de prioridades de los partidos. Simplemente a López y al PSE no les convenía. Y es que desde que Antonio Basagoiti rompió en mayo el pacto por el cambio, el lehendakari ha disfrutado posiblemente de su etapa más cómoda en sus tres años en el poder, autoconvertido en el gran opositor a los recortes de Rajoy. Sin duda, un buen rol para intentar mejorar sus flojas perspectivas electorales.
Claro que la comodidad tenía fecha de caducidad: la presentación de los Presupuestos para 2013. Unas Cuentas que, las redacte quien las redacte, van a ser de ajuste porque desciende la recaudación por impuestos, hay que amortizar la deuda contraída estos años para no tener que meter la tijera demasiado y hay que cumplir los objetivos de déficit. De haber presentado el proyecto, a López y al PSE se les habría caído el discurso. No había otra opción, pues, que convocar elecciones.
Excepción histórica
El Gobierno del cambio llega a su fin y todo apunta a que ha sido un paréntesis que tardará en repetirse. Si es que se repite. Euskadi se encamina hacia un nuevo ciclo de mayoría nacionalista. De amplia mayoría abertzale, según todos los sondeos.
No puede decirse que la experiencia haya concitado en ningún momento el apoyo de la sociedad vasca. Al contrario, el rechazo al Gobierno del cambio ha sido siempre mayoritario. Ello, la crisis, la durísima oposición que ha ejercido el PNV y la nula sensibilidad hacia el socialismo vasco de Zapatero –solo preocupado por salvar su sillón– han hecho que el Ejecutivo López jamás terminara de sentirse cómodo.
Aun así, no ha sido un período baldío por más que imágenes como la que se recogía hace pocos días en Zarautz, con un grupo de concejales no nacionalistas borrando pintadas amenazantes, nos retrotraigan al pasado e inviten a permanecer alerta. Al contrario. El Gobierno del PSE, con el leal apoyo del PP de Basagoiti, acabó primero con la crispación sociopolítica, puso coto a los desmanes de la izquierda radical y ha aportado otro granito de arena para que se produjera la gran noticia: el definitivo adiós a las armas de ETA.
La batalla política está otra vez lanzada, pero esta vez en una Euskadi en paz. Iñigo Urkullu y el PNV marcan ya el paso al calor de unas encuestas que vaticinan su triunfo y que sus adversarios dan por buenas. En privado, claro.
Para la izquierda abertzale el objetivo es convertir la campaña en un Urkullu versus EH Bildu. Socialistas y populares tratan de evitarlo para lograr un resultado aseado. Ello se traduce en ser tercero y cuarto en el nuevo Parlamento de Vitoria, respectivamente, pero con un buen número de escaños que les permita tener juego en el nuevo escenario político vasco si, como parece, el PNV y la izquierda abertzale no unen fuerzas, al menos de entrada, en clave soberanista. Y es que la crisis no invita a aventuras secesionistas.
Porque lo que parece estar en discusión el 21-O son cuatro cosas. Una: por cuánto ganará el PNV a la mayor conjunción abertzale de izquierdas de la democracia. Dos: si ésta bate o no sus marcas de la historia. Tres: si el nacionalismo en su conjunto se alza con el mayor número de parlamentarios desde la Transición. Y cuatro: si los jeltzales, que hasta anteayer consideraban que López no podía seguir gobernando con 25 escaños, se deciden a encarar el próximo cuatrienio en unas condiciones similares, buscando acuerdos diferentes en cada materia, o negocian una alianza, parlamentaria o de gobierno, y con quién. PSE y PP no han podido dejar más claro su disposición a hablar y pactar a partir del 22-O, a pesar de todos los pesares, siempre que la dote lo merezca.
Incoherencia y pugna
Y es que coherencia y política, desgraciadamente, siguen sin ir todo lo de la mano que sería deseable. Ahí está Rajoy y cómo ha tirado a la basura todas sus promesas de campaña. Pero también un PNV que ha rechazado durante años negociar un nuevo modelo fiscal para hacer frente a la crisis, como pedía López, y que ahora que acaricia el regreso a Ajuria Enea confirma que moverá ficha. O una izquierda abertzale a la que día a día se les saltan no pocos costurones. En asuntos de calado y en otros de carácter más simbólico como los toros: decidida a prohibirlos en Donostia, mientras la fiesta se disfruta y se utiliza, por ejemplo, en Pamplona.
En lo inmediato, un polo de atención: la elaboración de las listas. Ya saltaron algunas chispas en el PNV alavés, que el EBB se encargó de apagar. Habrá que ver si ocurre o no algo similar en el PSE, también en este territorio. López ha decidido encabezar la plancha alavesa, lo que deja un escaño menos para satisfacer las aspiraciones de los líderes provinciales del partido. Con dos sectores abiertamente enfrentados, surgirán problemas si ambos no se sienten cómodos con los puestos que se les asignen. El electorado nunca premia la discordia, así que la ejecutiva vasca hará bien en tener presta la manguera por si acaso.
Alberto Ayala, EL CORREO, 26/8/12