Isabel San Sebastián, ABC, 6/9/12
Todo ha cambiado en las urnas para que todo siga como estaba en los despachos
MARIANO Rajoy no ha recibido sólo arcas vacías y cajones llenos de facturas en un contexto de recesión que dificulta enormemente su capacidad de movimientos. No está abrumado únicamente por el peso de una deuda disparada que no deja de aumentar ni por el de la multitud creciente de parados que debe nutrir, como en las películas de terror, sus peores pesadillas. Sobre sus espaldas carga un legado mucho más venenoso y letal que los mencionados: el de un pensamiento blando, miedoso, conservador en el peor sentido del término, enquistado en el corazón de esta sociedad enferma y que nadie parece dispuesto a combatir.
España después de Zapatero necesitaba imperiosamente una revolución ideológica y política. Una sacudida desde la raíz capaz de librarla de la caspa acumulada durante ocho años de ocurrencias y memeces alineadas con la visión entre alunada y ridícula que el «optimista antropológico» tenía de la realidad en la que vivimos. Un cambio total y absoluto, que fue exactamente lo que votaron los ciudadanos en las urnas al otorgar al PP una holgadísima mayoría de 186 diputados. Esa mutación radical ha quedado reducida, empero, a una mano de maquillaje que no resuelve los problemas y defrauda las expectativas.
El caso Bolinaga es el ejemplo paradigmático de este lamentable fenómeno, que se manifiesta igualmente en otros muchos aspectos de la gestión del Gobierno cuando cumple su noveno mes de mandato. Los españoles no respaldaron al PP para que siguiera con el mal llamado «proceso de paz» puesto en marcha con el PSOE, ni interpretara la ley a favor de los etarras, como hace el Ministerio del Interior al apoyar la excarcelación del terrorista. No dieron un apoyo tan masivo a la alternativa de centro derecha liberal para que mantuviera intacta una Administración elefantiásica acorde con la visión estatalista propia de la izquierda y aprobara sucesivas subidas de impuestos destinadas a pagar semejante nómina de empleados públicos. No creo que tuvieran en mente una gestión de las políticas sociales perfectamente homologable a la de los ejecutivos socialistas en términos de inmigración, subsidios, sanidad, becas y demás capítulos en los que España se diferencia de todas las naciones europeas por su extraordinaria «generosidad» con el dinero de todos. Once millones de electores no se decantaron únicamente por una mejor gestión de los asuntos comunes, sino por una aproximación diferente al concepto de España, de lo que es y de lo que aspira a ser en el futuro. Y mucho me temo que ese proyecto todavía está por diseñar.
El modelo de Estado no ha sufrido ni la más leve variación susceptible de llevarnos a pensar que ha dejado de ser «discutible y discutido». La cultura del esfuerzo, del mérito, de la excelencia, sigue brillando por su ausencia, a falta de un marco legal y social en el que quienes demuestren tener mayor capacidad para concebir sueños grandes y tenacidad para alcanzarlos encuentren reconocimiento. La igualdad sigue imponiendo su dictadura ideológica a la libertad, como hacen la mediocridad y la ambigüedad con respecto a la audacia y la verdad.
Todo ha cambiado en las urnas para que todo siga como estaba en los despachos, lo que probablemente explique por qué no se vislumbra la luz al final de este sombrío túnel.
Isabel San Sebastián, ABC, 6/9/12