Carlos Casas Vila- El Correo
- En recuerdo de una persona honesta que luchaba por mejorar la vida de los demás
Hermano del senador Enrique Casas, asesinado por los Comandos Autónomos Anticapitalistas de ETA.
Hoy hace 39 años del asesinato de mi hermano Enrique Casas. Todavía recuerdo la conversación que tuvimos los dos, diez años antes, en la casa paterna de Zaragoza, en la que decidimos crear una empresa dedicada a prestar servicios de informática que, en 1974, estaba extendiéndose rápidamente entre las pymes. Como yo en ese momento estaba trabajando como profesor en la Facultad de Informática de San Sebastián, decidimos que la empresa tendría su sede aquí. Ese fue el motivo de la llegada de mi hermano a San Sebastián.
Mi hermano Enrique era el cuarto de los diez hijos que tuvieron mis padres, pero era con diferencia el líder de todos nosotros, al que todos pedíamos consejo. Además, era muy inteligente, «el más listo de la clase», con notas excelentes tanto en los Jesuitas, donde estudió el Bachiller, como en la Universidad de Erlangen (Alemania), donde cursó la carrera de físico nuclear.
Al terminar el preuniversitario en los Jesuitas de Zaragoza se fue con su hermano mayor a Alemania para trabajar como emigrante y, así, poder enviar dinero a casa. Nosotros, los hermanos pequeños, pudimos seguir estudiando en gran medida por ese dinero que ellos aportaban todos los meses. Mi hermano, en Alemania, no solo trabajaba como obrero en una industria del metal, sino que aprendió alemán, convalidó sus estudios de bachillerato y terminó en cinco años su carrera. Realmente, un hombre muy inteligente.
Al terminar la carrera, sus relaciones con Siemens le proporcionaron un trabajo de traductor de proyectos técnicos que la empresa realizaba en Sudamérica. Todavía recuerdo su imagen, en el piso que teníamos alquilado en Isabel II, delante de una grabadora, traduciendo la memoria del proyecto de una central nuclear para Argentina. Esta actividad le proporcionaba mucho dinero y le permitía vivir sin ningún problema.
Eran los años de la muerte de Franco, la llegada de los partidos políticos y la apertura hacia la democracia. La asistencia a un mitin en Eibar en 1976 y sus conversaciones con Felipe González bastaron para la afiliación de mi hermano al PSOE (él, ya en su época en Alemania, había tenido contactos con exiliados cercanos a la Internacional Socialista). En esos años todo estaba por hacer y a ello se dedicó de pleno. Su inteligencia, su capacidad de trabajo, su infatigable dedicación y su conexión con Txiki Benegas y Ramón Jáuregui permitieron que, en poco tiempo, el Partido Socialista en Euskadi creciera de forma importantísima, llegando a ser una de las sedes con mayor número de militantes del Estado.
Enrique se definía como «andaluz de nacimiento, emigrante por necesidad y vasco por elección»
En poco tiempo, Enrique llegó a ser secretario general del PSOE en Gipuzkoa y senador en las Cortes Generales.
Mi hermano, nacido en Andalucía, viviendo después en Zaragoza, estudiando el bachillerato en Navarra, teniendo que irse a Alemania a trabajar, haciendo su carrera de físico nuclear en la Universidad de Erlangen, viniendo a vivir a Donostia en 1973 para montar una empresa de informática, era todo menos nacionalista. De hecho, él siempre comentaba que el nacionalismo era una ideología sensible al corazón de los seres humanos y, por tanto, fácilmente manipulable por el discurso nacionalista ejercido por personas que intentan permanentemente mostrar «lo bueno de lo nuestro» respecto a lo de los otros y «lo diferentes que somos».
Como él solía decir, las personas pueden elegir en qué trabajar o qué estudiar, o con qué persona pasar el resto de su vida, pero nadie puede elegir dónde nacer. Y, sin embargo, es en el lugar de nacimiento donde está el origen del nacionalismo. Y esto es así porque una serie de personas interesadas están permanentemente bombardeando con «lo nuestro» y marcando las diferencias con el resto de los seres humanos. Como Enrique decía de sí mismo: «Andaluz de nacimiento, emigrante por necesidad y vasco por elección».
Por eso no podía justificar que se matara en nombre del nacionalismo y, como era valiente, siempre salía denunciando cualquier asesinato de ETA y sus lacayos. Era por eso una persona incómoda y de ahí las razones de su asesinato.
Enrique, siempre estarás en nuestra memoria como un hombre honesto y un hombre de bien que quería y luchaba para mejorar la vida a los demás, independientemente de su ideología y de su nacionalidad.
Siempre te querremos y nunca te olvidaremos.
Descansa en paz.