Iván Igartua-El Correo
- Uno de los activistas que saltó al campo en la final del Mundial de Rusia de 2018 se unió a la resistencia ucraniana contra Putin
Todo estaba listo, controlado al milímetro, para la final del Mundial de fútbol de 2018, celebrada en Rusia. Las sedes principales del evento, llamado a proyectar la imagen del país en todo el mundo, fueron el estadio Luzhnikí en Moscú y el Krestóvski en San Petersburgo. La final arrancó a las cinco de la tarde en el primero de ellos, bajo fuertes medidas de seguridad, con las gradas a rebosar. Francia iba ganando a Croacia 2-1 (a la postre vencería por 4 a 2) cuando en el minuto 8 de la segunda mitad tres mujeres y un hombre saltaron al césped con uniforme policial, ante la mirada entre incrédula e irritada de Vladímir Putin, que tenía sentados a su lado al presidente francés, Emmanuel Macron, y a su homóloga croata entonces, Kolinda Grabar-Kitarović.
Los espontáneos, como suelen ser denominados en casos así, recorrieron unos cuantos metros en espantada, cada uno por su lado y tratando de driblar a los vigilantes de seguridad, que habían saltado raudos al terreno de juego para placarlos. Apenas fueron 40 segundos de carrera desenfrenada y gozosa, durante la cual una de las mujeres pudo incluso chocar sus manos con las de Kylian Mbappé, estrella del equipo galo. En general, los medios dieron noticia del incidente fugaz sin entrar en mucho detalle, aunque hubo excepciones. Es posible incluso que esa interrupción de la gran final haya quedado en el olvido para una gran parte de los aficionados. No era, desde luego, la primera vez que alguien invadía los campos de fútbol, y aquel día al menos iban vestidos.
Quienes protagonizaron el acto, en cambio, perseguían un objetivo claro, y aunque arriesgaban mucho, sabían lo que hacían. La cuadrilla, encabezada por Piotr Verzílov, artista y activista ruso-canadiense, estaba también integrada por Veronika Nikúlshina, Olga Pájtusova y Olga Kurachóva, todas de poco más de veinte años y asociadas al grupo de punk rock Pussy Riot, conocido por sus acciones de protesta contra el régimen de Putin, al menos hasta que la banda fue desmantelada en Rusia. Sus apariciones habían sido estruendosas a propósito, pero estuvieron limitadas a un ámbito más bien local.
La detención posterior de las líderes del grupo (Nadia Tolokónnikova, hoy residente en Canadá y declarada «agente extranjera» por el Kremlin, y María Aliójina) sí disparó a partir de 2012 la repercusión internacional de sus actividades, hasta el punto de que la propia Madonna llegó a desplegar una pancarta que pedía su liberación en un concierto que dio en Moscú en agosto de ese mismo año.
Con todo, la incursión en el estadio durante la final del Mundial era de un calibre superior. Sabían que, si lo lograban, su incierta galopada sería seguida en directo por miles de millones de personas en todo el mundo. Cómo consiguieron los uniformes oficiales es todo un misterio, pero aún más enigmático es el modo en que se las arreglaron para colarse entre los miembros del servicio de seguridad aunque, si bien se mira, no sorprende demasiado que en Rusia esos dispositivos en teoría férreos e infalibles estén, en realidad, llenos de grietas.
Eran conscientes de que iban a ser detenidos y de que se enfrentarían a penas de prisión (que, inesperadamente, no fueron demasiado severas). Pero, como a los personajes que pueblan la obra de Dostoievski, esa amenaza no los frenó. A Verzílov, en el fondo, le aguardaba otro destino, según los planes de quienes lo envenenaron un mes después, siguiendo una práctica autóctona de larga tradición. Su desplazamiento inmediato a un hospital de Berlín, después de que perdiera la visión y luego la movilidad, seguramente le salvó la vida. La historia se repetiría unos años después, aunque de manera más sobrecogedora, con Alekséi Navalni, principal opositor al régimen y ahora recluido en un gulag en el Ártico, como en los viejos tiempos.
Aquellos 40 segundos de correteo caótico por el césped de Luzhnikí fueron instantes de liberación plena para los activistas, como contaron después sin poder disimular una sonrisa, a medio camino entre la satisfacción y la añoranza. En sus años de vida no habían conocido una sensación ni siquiera remotamente similar, que además resultó amplificada por su retransmisión a escala global.
Escuchándoles en una entrevista reciente, era imposible no acordarse de Vasili Grossman, autor de la monumental ‘Vida y destino’, novela que en su día estuvo a punto de desaparecer por el sumidero de la censura soviética. Según Grossman, a lo largo de sus mil años de historia Rusia ha conocido situaciones de todo tipo, pero hay al menos una de la que nunca ha disfrutado: la libertad. Piotr, Veronika y las dos Olgas quisieron probar su sabor, sentir sus efectos sobre un cuerpo habituado a la privación de derechos, cuando no directamente sometido a las coacciones y la represión de la tiranía. Fueron cuarenta segundos de libertad pura, tan radiante como efímera, que ya nunca les podrán arrebatar.
De Verzílov se sabe que en 2022 se unió a la resistencia ucraniana frente a la invasión rusa.