EL MUNDO 11/03/14
ARCADI ESPADA
Al parecer hay cierta incertidumbre sobre el llamado autor intelectual de la matanza de Madrid. Siempre me ha causado una gran estupefacción ese sintagma, el ennoblecimiento. La relación más evidente del terrorismo con el intelecto es el tiro en la cabeza. Por lo demás, y como demuestra absolutamente toda su historia, el terrorismo requiere pocas luces: solo fanatismo y un cierto grado de psicopatía. Pero lo interesante de la matanza de Madrid es la ausencia de autor a secas. No su ausencia judicial, desde luego; sino su ausencia social. Hay solventes hipótesis fácticas que iluminarían los detalles de este vacío. Una encuesta, por ejemplo, que anotara el tanto por ciento de españoles capaces de dar el nombre de uno solo de los asesinos, como darían el de Mohamed Atta. O el número, también, de aquellos que sintieron que se les había hecho justicia (mala justicia) la noche que el intelectual Obama asesinó al intelectual Bin Laden. Lo más nítida y miserablemente cerca, reconozcámoslo, que los españoles han estado de señalar a un autor fue la noche en que le gritaron al presidente Aznar asesino, asesino, habiendo incluso uno que se lo razonó.
Esta reacción de la sociedad española ha sido directa o indirectamente celebrada por bastantes comentaristas. Incluso por un pensador tan generalmente perspicaz como Steven Pinker, que vio un síntoma de compleja madurez civilizatoria en el hecho de que el atentado provocara el castigo electoral del gobierno y no lo que llama histeria antislámica. Histeria jamás y ante nada, pero la verdad es que yo no habría visto mal algo de antislamismo. Como no veo mal el antinacionalismo ni el antifascismo ni el anticomunismo. Los autores de la matanza de Madrid fueron la religión y el fanatismo, y no, desde luego, los miembros de un gobierno democrático.
La supuesta madurez de la sociedad española fue el resultado del estremecedor sectarismo que la divide. Entre el 11 y el 14 de marzo de hace diez años la izquierda lanzó los cadáveres calientes de Atocha contra el gobierno. Y a partir del 14 la derecha insinuó de modo diverso y creativo que la izquierda había fabricado la matanza y que la legitimidad del presidente Zapatero se asentaba sobre 191 cadáveres. Al moralizante espectáculo se sumaron, en una confluencia inverosímil, muchas víctimas: las del Norte y las del Sur.
Y ha sido por estos coloquios españoles que la matanza de Madrid aún vaga macabra en busca de su autor.