Antonio Elorza-El Correo

  • En la cumbre de la OTAN, Sánchez fue un astuto pícaro. A Trump sirviendo y a sus socios sonriendo. Pasarse de listo tiene su coste, la amenaza no es solo económica

‘Once upon a time’, érase una vez un mundo cargado de inseguridad y de tragedias, como siempre ha sido, pero también abierto al optimismo. Las dos grandes potencias tenían armas nucleares suficientes para destruir a la Humanidad, pero eso mismo estabilizaba los conflictos y hacía aconsejable, como en la crisis de los misiles del 62, buscar rápidamente una solución. Había un convencimiento general de que los incendios, en Vietnam o en China con Mao, incluso entre Israel y el mundo árabe, acabarían siendo sofocados, y los obstáculos, como las viejas dictaduras, de Franco o Salazar, caerían. Cuba tomaba el relevo del sistema soviético como faro revolucionario.

En el mundo desarrollado mejoraban las condiciones de vida, y empezó a hablarse del ‘trabajador opulento’ (‘the affluent worker’), mientras para el ‘Tercer Mundo’ se confiaba en su ‘take off’, el despegue que le llevaría a volar hacia el bienestar. Estallaba la revolución sexual, al ritmo de ‘Satisfaction’ de los Rolling, las mujeres descubrían el valor de su cuerpo (y la exigencia de emancipación), y la mutación en las costumbres y en los valores auguraba un tiempo de libertad y felicidad mayores. En suma, aunque los jemeres rojos y los terrorismos -Brigadas Rojas, ETA- ensombrecían el paisaje, con el yihadismo incubándose, mientras Bob Dylan corregía el entusiasmo de Joan Baez, todo parecía ir hacia lo mejor en el menos siniestro de los mundos.

No hace falta describir cómo y hasta qué punto han ido desapareciendo los supuestos de ese mundo no infeliz, pero por lo menos hasta hace tres años el sistema de conflictos y las estrategias de los principales actores resultaban claros en el plano político: crisis de la unipolaridad norteamericana y alternativa de falsa multipolaridad, basada en la alianza entre la potencia ascendente en busca de hegemonía, China, y el imperialismo ruso. El pacto entre ambos de 4 de febrero de 2022, al avalar la invasión de Ucrania por Putin, abrió la caja de Pandora, con la guerra como actor principal y una sucesión de crisis, resultado de ese nuevo protagonismo, que desafían cualquier augurio, ya que las decisiones de cada actor no están determinadas por criterios de elección racional, sino de acción-reacción-acción.

Solo faltaba la entrada en escena de Trump, con su gusto por el empleo de la violencia a ultranza, dentro y fuera de su país, y el recurso permanente a la mentira, para que la opacidad sea máxima y la deriva hacia lo irracional también lo sea.

Así que después del conflicto triangular de Israel y EE UU contra Irán, solo sabemos que la política agresiva de Netanyahu es la gran beneficiaria y que Israel ya no es invulnerable, después de que Trump se saltase todas las reglas del Derecho Internacional para imponerse con sus bombas. Desconocemos hasta qué punto los objetivos de las agresiones fueron alcanzados y si estamos o no ante un apaciguamiento forzoso o ante una simple espera. Lo único cierto es que Ucrania pasa a ser algo secundario y que la destrucción de Gaza puede verse consumada, al gusto de ‘Bibi’ y de Trump, mientras todos la contemplamos en los telediarios, antes de los deportes.

Han sido tres años tan dominados por la irracionalidad que somos ya espectadores del horror como algo natural. Primero del causado por Hamás el 7-O, hasta los bombardeos de Israel sobre la población civil en Beirut, pasando por la interminable matanza de gazatíes, que no fue un genocidio en origen, pero sí luego por practicar el exterminio de una población, aplicando la receta bíblica para el aniquilamiento de los enemigos de Israel. Como lo fue antes la actuación criminal de Estado Islámico.

Así las cosas, la reunión de la OTAN se centró en el rearme al 5% para que no nos abandone ‘daddy’ Trump, según le llamó el servil Mark Rutte. 5%, ¿para qué? Lo peor: la agresión rusa y Ucrania fueron olvidadas. El vasallaje quedó consumado a favor de la estrategia de Trump en Oriente Próximo y frente a China.

En apariencia, Sánchez jugó bien el papel del bueno, en este caso malo de la película, frente a Trump/John Wayne, con óptimo rendimiento de cara a 2027. Ante todo, fue un astuto pícaro, ya que suscribió la declaración unánime del 5%, pasado a 3,5% para gastos militares, renegando luego de su cumplimiento siquiera parcial. A Trump sirviendo y a sus socios sonriendo. Ni una palabra digna en su declaración que sitúe su insolidaridad en el terreno de la crítica al sentido del acuerdo, que es también su acuerdo, aunque anuncie la trampa y su gesto no fuera inútil.

Habría sido una crítica necesaria, con sobrada justificación porque los intereses de la OTAN en general, y de España en particular, no pueden ser dejados en el aire al pedir un esfuerzo económico como el requerido. Y por otra parte, pasarse de listo ha tenido también su coste para él, con el golpe a su prestigio en Europa, y para España. Y la amenaza de Trump no es solo económica. Menos mal que Abascal no es Giorgia Meloni.