Roberto Blanco Valdés, LA VOZ DE GALICIA, 18/11/11
En las buenas épocas del presidente del Gobierno -aquellas en las que pasábamos por ser casi unos orates, cuando no cosas peores, quienes nos atrevíamos a decir de él lo que ahora proclama, de viva voz o por lo bajini, una inmensa mayoría del país-, la corte de aduladores que rodeaba a Zapatero tenía a gala presumir de la inmensa capacidad del dirigente socialista para eso que ahora se denomina controlar los tiempos. Frases del tipo «es un maestro», «su habilidad es portentosa» y otras sandeces del estilo eran, para sorpresa de quienes hoy, visto lo visto, puedan recordarlas, el pan de cada día.
Luego resultó que Rodríguez Zapatero no dominaba ni los tiempos para él y su partido, al que, si aciertan las encuestas, llevará finalmente, pasado mañana, a una debacle sin precedentes desde el inicio del proceso democrático; ni dominaba, lo que es mucho más grave desde la perspectiva de los intereses generales, los tiempos del país.
No se trata, por supuesto, de echar a toro pasado nada en cara a Zapatero, sino de constatar que el panorama en el que ayer nos encontramos -con una prima de riesgo que según algunos analistas se sitúa ya en zona de rescate- resultaba previsible desde hace muchos meses, lo que indicaba, como ya entones muchos pusimos de relieve, tanto desde dentro como desde fuera del partido socialista, la clara conveniencia de adelantar las elecciones generales para salir de una interinidad, de hecho, realmente insoportable.
Pero igual que Zapatero se empeñó en que su reforma laboral crearía empleo de inmediato y que nuestra economía crecería un 1,3 % durante el año 2011 -datos ambos desmentidos ayer, por fin, oficialmente, en plena confirmación de lo que desde los más diversos lugares y ámbitos políticos se le decía al presidente-, este se empecinó también en aguantar y no convocar elecciones antes del verano, por el único y exclusivo motivo de que pensó (equivocándose de nuevo por no hacer caso a nadie más que a ese instinto suyo que se ha revelado tan errado) que el adelanto electoral perjudicaría a su partido.
Lo trágico para Zapatero no es solo que su ventajista y equivocada decisión vaya a dejar, previsiblemente, al PSOE hecho unos zorros, sino que en el momento en que el país más necesitaba tener un Gobierno sólido, tomando decisiones que puedan torcerle el brazo a eso que ahora se llaman los mercados, tendremos, primero, uno en funciones y otro, más tarde, aterrizando. Es difícil imaginar una situación peor y más descabellada.
Por eso, hay que esperar que los líderes políticos de los principales partidos estén hablando ya de lo que harán el día 21, pues si no se ponen a ello y se esperan a que quien gane las elecciones sea investido presidente, quizá el nuevo inquilino de la Moncloa no reciba un país sino solo sus ruinas.
Roberto Blanco Valdés, LA VOZ DE GALICIA, 18/11/11