El ofuscamiento intelectual que causó el 11-M tiene muchos ingredientes asombrosos. No se trata de ignorancia, ni siquiera de sectarismo ideológico. Se trata de emociones. El 11-M causó miedo y deseos de huída, de Irak o de donde fuera, en una buena parte de ciudadanos. Pero en otros muchos provocó el espejismo de la teoría de la conspiración.
54.000 euros es todo lo que costó a los terroristas preparar el atentado del 11-M. Con ese dinero y con bombas de fabricación casera que depositaron tranquilamente en trenes con nulas medidas de seguridad asesinaron a 191 personas. Esa es toda la complejidad del 11-M. Podía haber sido realizado por cualquier grupo de criminales sin ningún master en terrorismo. Eso sí, se requería un fanatismo enloquecido, la única peculiaridad de los autores, como lo es de todos los terroristas del mundo, incluidos los etarras.
Y, sin embargo, todavía hay numerosas personas en España que insisten en poner en cuestión todas las evidencias policiales y judiciales, ahora, las aportadas por el auto del juez Juan del Olmo, porque se niegan a creer, dicen, que «un atentado tan complejo» hubiera podido ser planeado por asesinos tan vulgares. En realidad, con eso de la complejidad no se refieren a la operación en sí misma. Supongo que son conscientes de que una buena parte de los atentados etarras han sido bastante más complejos por la sencilla razón de que sus objetivos tenían nombre y apellidos. Se refieren a las consecuencias políticas, al vuelco del Gobierno, sin querer admitir nuevamente que hasta el terrorista más tonto sabe que el efecto principal de sus crímenes es el pánico y todo tipo de efectos asociados, incluidos los electorales.
Pero el ofuscamiento intelectual que ha causado el 11-M en tantos y tantos tiene otros muchos ingredientes asombrosos. El incomprensible empeño, por ejemplo, en sostener la hipótesis de la vinculación con ETA, a pesar de que no se ha encontrado una sola prueba ni existe siquiera la más mínima lógica política o terrorista en el vínculo. Y, sobre todo, la empecinada negativa a reconocer que una buena parte de atentados islamistas a lo largo y ancho del mundo tienen características similares al español, el 7-J británico, por ejemplo.
No se trata de ignorancia porque los datos sobre el terrorismo islamista están a disposición de todo aquel que se quiera enterar en los medios de comunicación, en los libros o en internet. Ni siquiera es sectarismo ideológico. Se trata de emociones. El 11-M causó miedo y deseos de huída, de Irak o de donde fuera, en una buena parte de ciudadanos y esa fue la causa de los votos inesperados que el PSOE cosechó entre el 11 y el 14 de marzo. Pero en otros muchos provocó este espejismo de la teoría de la conspiración. Dediqué un libro a explicar los efectos del miedo (Terrorismo y democracia tras el 11-M, 2004) Pero haría falta otro para analizar esta nueva fantasía colectiva que también huye, pero de la verdad del atentado. Me hace pensar en lo frágiles que pueden ser la lógica o el respeto a los datos en el comportamiento colectivo, o, peor, la facilidad con la que una sociedad puede caer en la insensatez. Por unos motivos y por otros.
Edurne Uriarte, ABC, 18/4/2006