IGNACIO CAMACHO – ABC – 17/09/15
· Mas corre tres riesgos. El de estrellarse, el de que le amorticen sus socios y el de tener que gestionar su propio delirio.
Que vaya y se lo diga. A los suyos, no a esos dirigentes socialistas a los que trata de engatusar –allá ellos si se dejan– haciéndose el astuto por lo bajinis. Que se plante delante de Junqueras, de Carme Forcadell, del don sandalio de las CUP o de míster Proper Romeva y les espete en la cara lo que está dejando caer sottovoce en cenáculos de la Barcelona burguesa y asustada ante el vértigo de la secesión: «Mirad, esto de la independencia es sólo un órdago para meter presión al Estado.
La retórica la mantendremos, sobre todo porque la necesitamos como combustible para la inmediata campaña, pero si ganamos el 27 voy a desacelerar a la espera de las generales, a ver si podemos apoyar la investidura de Pedro Sánchez a cambio de una negociación que nos reconozca la soberanía o algo parecido. Porque lo que yo quiero de verdad es volver a entenderme con los socialistas para poder refundar Convergencia y sacarme a todos estos pesados de encima».
Eso es lo que Artur Mas anda diciendo de boquilla por ahí, a sabiendas de que sus socios de conveniencia también conspiran, incluso con Podemos, para dejarlo en la estacada. En este juego de recelos y mutuas sospechas, los presuntos aliados se vigilan de reojo con la espalda pegada a la pared para no ofrecerla de blanco a las puñaladas. Incluso es posible que el president piense de veras en un volantazo de emergencia, que ante el pavor al vacío de un fracaso sin retorno esté calculando los espacios de frenada. Sólo que él mismo se ha cerrado las salidas al empujar hacia el abismo a gran parte de la sociedad catalana.
El nacionalismo ha impulsado con gran éxito la teología de la emancipación, la narrativa del Estado propio, y no va a poder embridar esa oleada sin provocar una frustración que lo destruya como fuerza vertebral de la política de Cataluña. Los ciudadanos que salieron a la Diada se han creído de veras el mito de la independencia, la catarsis de la fuga, y a su sombra han desarrollado una suerte de narcisismo xenófobo, de sentimiento de superioridad moral frente al falso paradigma de una España oscura, triste, hosca y autoritaria que reprime su libertad y estrangula el destino manifiesto de la nación catalana. Están iluminados de autoconvicción y el que ha encendido esa engañosa luz ya no está en condiciones de apagarla.
Es demasiado tarde. Si su aventura descarrila en las urnas, Mas quedará liquidado. Si triunfa corre otros dos riesgos: el de que le amorticen sus propios compañeros de viaje y el de tener que seguir adelante con el delirio suicida que ha planteado. Si no fuese por los desastros efectos para España y para la propia sociedad catalana, ya fracturada, el proyecto de secesión merecería enfrentarse a las consecuencias de su propio éxito. Nadie puede volver a meter la pasta de dientes en el tubo. Los empeños desquiciados deberían estar condenados a realizarse.
IGNACIO CAMACHO – ABC – 17/09/15