Los espectadores de la bronca que están desarrollando sólo para nuestros ojos Pablo Iglesias, los suyos y los otros, no podemos entender su intríngulis porque no pertenecemos a Podemos Comunión. Es difícil de entender que pablistas y errejonistas se hayan empeñado en una lucha final que sea, después de todo, una asamblea más de la Complutense.
Algunos opinadores les reprochan practicar vieja política, haberse convertido en otro partido de la casta. Siempre lo fueron, aunque tantos votantes vieran en ellos un factor de regeneración. El partido le debe el nombre al chavismo, y el impulso y el dinero, presuntamente, a Chávez y a Maduro. Bueno, deber no se lo debe, porque el dinero fue una donación, graciosa, como su propio nombre indica. Ellos venían con las corruptelas puestas ya de casa, antes de tocar pelo: Monedero y su trabajo imposible, Iglesias y su ocultación a Bruselas de lo que cobraba de la televisión iraní y las tertulias, Errejón y su beca de la Universidad de Málaga, el piso black de RamónEspinar, el pago en negro de EchemingaDominga a su asistente, etc.
No es que envejezcan rápido, es que ya nacieron viejos. Eran casta desde el momento fundacional y no han tenido nunca otro objetivo que el poder. Iglesias lo confesó en un rapto de sinceridad en 2014: «Me molesta enormemente perder, no lo soporto, no los soporto; ni a las chapas me gusta perder. Y llevo muchos años con algunos compañeros en los que estamos dedicando toda nuestra actividad política a pensar cómo podemos ganar». ¿Y cómo? Se preguntaba. «Utilizando los medios de comunicación de masas». Algo antes, en una charla con la UJCE en Zaragoza, un joven le preguntó qué prefería: educación o propaganda. «Sin lugar a dudas propaganda», respondió nuestro héroe si me admiten la hinchazón de la palabra. El medio es el mensaje. Y el masaje.
Hay que optar entre un petudo y un zangolotino. Los dos quieren al final lo mismo, aunque el personal, que siempre necesita el patrón de la medida, considera al primero leninista y al segundo socialdemócrata. Basta hacer un seguimiento de los dos vía hemeroteca para comprobar que son muy parecidos. Vean el obituario por Chávez de Errejón, tan sentido como el de Pablo de Torso, aunque no sé si tanto como Monedero, el del Orinoco por el lagrimal, si bien Íñigo, que declaraba a Venezuela su «patria de acogida», hizo una confesión que no sé cómo interpretar: «Por mí también pasó Chávez».
Íñigo y Pablo mantienen una lucha encarnizada que nos van a retransmitir minuto a minuto, en tiempo real hasta febrero. Las más feroces de las guerras son siempre las civiles, las peleas intestinas, las querellas familiares. Hermanos como Caín y Abel, empeñados en una riña teológica, como la de Buñuel entre el jesuita y el jansenista a cuenta de la gracia y el libre albedrío, creo recordar.
Uno, en este duelo, apuesta por Iglesias por su capacidad de alejar la pesadilla. Tiene menos capacidad de engañar y va a colocar el techo de Podemos más bajo, incluso para los más fanáticos de sus votantes. Ya, si pudieran fichar a Sánchez.