Teodoro León Gross- El País
Una mirada panorámica ofrece hoy un paisaje bastante turbio y desolador del país
Una mirada panorámica ofrece hoy un paisaje bastante turbio y desolador del país. El agujero negro de Cataluña, entre el filibusterismo parlamentario y el enredo judicial del procés tras proclamar la República contra el orden constitucional; el absentismo del presidente que se borró de hacer política y transfirió toda la responsabilidad a los jueces escondiéndose tras el 155; el numantinismo de la presidenta de Madrid, todo un nido de corrupción, con la reserva de oxígeno estrangulada por la espiral de mentiras sobre un máster inverosímil sólo destinado a adornar su currículum; el tacticismo de sus socios de Ciudadanos sosteniéndola con respiración artificial para prolongar la agonía hasta donde les sea más rentable electoralmente; la enésima defensa de Rajoy a un sospechoso de corrupción, calificando de “estéril” la polémica con una frivolidad descerebrada; el desprestigio de la Universidad, entre el máster a la carta y la falsificación, cuya última oportunidad de reforma se guardó bajo siete llaves por un ministro de Educación desentendido de la Educación; los procesos de Gürtel, los ERE o Púnica, exhibiendo la potencia ética del bipartidismo en el escaparate de los tribunales; la izquierda centrifugada en el espacio público por el ensimismamiento en una superioridad moral caducada; la incapacidad del Gobierno para proyectar un relato internacional poderoso mientras pierde la batalla de la imagen y los fugados se pasean como héroes de la Resistencia, con el altavoz de Teleprocés en Cataluña; la semilla nostálgica de un cirujano de hierro al que Aznar trata de ponerle retórica; la prepotencia del nacionalismo vasco, tras hacer caja con el cuponazo, justificando el veto a los presupuestos en que Cataluña se resiste a cumplir la legalidad; la convicción del presidente de que todo esto es de rango menor y sólo importa sacar los Presupuestos, tras comprar una mayoría con el cupo vasco y otras regalías a costa de humillar a las demás comunidades, para completar la legislatura dopando nichos electorales…
Todo esto, que delata un buen puñado de patologías, suscita el desasosiego de preguntarse si era tan difícil haber hecho las cosas siquiera algo mejor. ¿Era realmente tan difícil para el presidente no poner la mano en el fuego por otro sospechoso de su partido, volviendo a parecer que dirige una famiglia al modo mafioso, y sencillamente confiar en la investigación en curso? ¿Era tan difícil aceptar que Cataluña requiere algo más que condenas, sin convertir a Llarena en el pelotón spengleriano para sostener el peso del Estado? ¿Era tan difícil ver el disparate de la falsificación de documentos para justificar un escándalo en una Universidad bajo sospecha de servir como agencia de colocación para el PP? ¿Era tan difícil para Ciudadanos aplicar la fórmula Murcia por el tacticismo de mantener a Cifuentes con el respirador artificial de una comisión de investigación? ¿Era tan difícil un nacionalismo si no del siglo XXI al menos no del XIX? ¿Era tan difícil advertir que la política ya no resiste esos niveles de insensibilidad y prepotencia?
¿Es tan difícil verle salida a esto?