Cristian Campos-El Español
¿Pero qué hacemos explicándole cuatro mil años de civilización a un macaco con una ametralladora? Tú, sentado con las piernas cruzadas y el dedo meñique levantado, intentando resumirle toda Grecia y toda Roma al macaco en un par de frases comprensibles sin la ayuda de plastidecores: «No, mira, yo te explico, mi derecho a no ser acusado de canibalismo sin pruebas me ampara frente…». Y el macaco ahí, metiéndote plomo con los ojos inyectados en sangre y jaleado por el resto de su tribu de macacos: «RATATATATÁ, RATATÁ, RATATATATÁ». ¿Pero estamos tontos o qué cojones nos pasa?
Una vez concedido el estatus de interlocutor válido al macaco, es decir, una vez concedida la presuposición de que sus alaridos simiescos son, a priori, tan legítimos y merecedores de atención y discusión como toda Grecia y toda Roma, el siguiente paso consiste en gastar tiempo y esfuerzo en refutar idioteces en el plano de lo teórico. Tiempo que el macaco utiliza para crujirte EN EL PLANO DE LO REAL. Porque lo que el macaco ha entendido perfectamente, y tú no, es que esto no va de quién tiene la razón, sino de quién tiene el poder. Humpty Dumpty estaba en lo cierto.
Lo que el macaco ha comprendido también muy bien, y tú no, es que los mecanismos de sanción social no se limitan hoy al Código Penal sino que abarcan una amplia panoplia de recursos punitivos para los que son imprescindibles los medios de comunicación y las redes sociales. Dicho de otra manera. Hoy en día es perfectamente posible joderle la vida a alguien no ya sin sanción penal alguna, sino con la condena o el reproche de la parte que acusa en falso. Porque lo que importa hoy no es ya la verdad sino la percepción social de la verdad. Que se lo digan a Woody Allen. O a Enid Blyton, esté donde esté.
En realidad, el cáncer es el mismo que también afecta a las democracias occidentales y del que acabaremos muriendo en unas pocas décadas. ¿Cómo defenderse de aquellos que utilizan las garantías del sistema para reventar el propio sistema? ¿Cómo defenderse de quienes se aprovechan de los peores instintos del ser humano, y entre ellos el gregarismo, para imponer esa neomoral que le habría parecido esperpéntica hasta a los puritanos de la Salem del siglo XVII?
En algo tienen razón estos macacos, y aquí enlazo con el principio de esta columna: con el fascismo no se debate, al fascismo se le combate. Al razonamiento, impecable, tan sólo le falta el giro de guion final. El de colgarle la etiqueta de ‘los fascistas de hoy en día’ a los verdaderos fascistas de hoy en día.