José Alejandro Vara-Vozpópuli
Álvarez de Toledo recobra protagonismo entre murmuraciones y zancadillas. Es la hora de la portavoz, tantas veces a contracorriente
La humildad es una superstición cristiana, que algunos llaman virtud, de escasa utilidad en la escena y en la política. Cayetana Álvarez de Toledo no incurre habitualmente en esa flaqueza. Tiene un ego razonable, a la altura de su brillantez, y la suficiencia necesaria para no titubear ni ante las nubes más negras. Seguramente posee uno de los equipamientos neuronales mejor dispuestos del ecosistema nacional, tan romo de ideas como escaso de cerebros. Ni lo disimula ni lo oculta. Más bien, lo contrario, lo exhibe con desparpajo y hasta insolencia, circunstancia que produce cierto escozor y no poco rencor entre sus cofrades. Cosas de los partidos, ese micromundo tóxico y cerril.
Uno de los pasatiempos favoritos en el Partido Popular consiste en zaherir a Cayetana, afición que comparten muchos más de los que parece. El histriónico regüeldo de Josep Bou, el panadero convertido en concejal donde Colau, no fue una anecdótica excepción. Tan sólo difirió en el tono. Afonso Alonso, maniobrero y ladino, es más retorcido en el navajeo. Nuñéz Feijóo, el barón de los barones, tampoco suele colmarla de alabanzas en privado. En público, ni lo intenta. No, Cayetana no goza de enorme cartel en algunas zonas de la periferia ‘popular’. El problema es que en Génova también empieza a crecer el pelotón de los reproches y la peña de voluntarios dispuesta a proceder a la ejecución, a ser posible en la hoguera y plaza pública.
Teodoro García Egea, a quien se le atribuye la paternidad de España Suma, tampoco renuncia a ese lanzar la caña en el caladero de Vox. «Era nuestra gente y pueden volver»
Álvarez de Toledo defendió desde sus albores la propuesta de España Suma, pero sin Vox, algo en lo que Santiago Abascal se muestra de acuerdo. Pablo Casado, sin embargo, siempre menciona a los votantes de Vox cuando plantea este asunto. Teodoro García Egea, a quien se le atribuye la paternidad de la iniciativa, tampoco renuncia a lanzar la caña en ese caladero. «Era nuestra gente y pueden volver», se apunta. Para redondear el lío, Feijóo desprecia a Ciudadanos, se cisca en Galicia Suma y pretende hacer la guerra por su cuenta.
El Parlamento vuelve a andar. Se adivina una legislatura bronca e intensa, erizada de ruines y rufianes. Cayetana es la líder de la bancada popular, lo que conlleva, inevitablemente, protagonismo, relevancia, profusión mediática… Un terreno en el que resplandece. No hay mejor dialéctica ni lengua más incisiva. Tormenta de celos en el riñón de Génova. Con un Casado más tenue y algo oscurecido, rebrotan las pullas de antaño que se pensaban olvidadas. Le reprochan su estilo categórico y rotundo frente al tono más acolchado que se despacha ahora en Génova. A Isabel Díaz Ayuso, la líder de la Comunidad madrileña, se le permite y hasta jalea ese sincomplejismo, retador e implacable, a lo Esperanza Aguirre. Con Álvarez de Toledo hay más reticencias. «El problema es que ya se fue. Nos puso a caldo y ahora que ha vuelto hay mucha gente que no la considera del partido», comenta un intrigante en Génova.
Apuestas y quinielas
Por los pasillos del PP circulan ya quinielas sobre el futuro de Cayetana. Algunos medios se suman a las trompadas y colaboran activamente en decidir de qué lado se inclinará la apuesta. Defensores, los tiene. Alejandro Fernández, el hombre del PP en Cataluña, es un firme valedor. También goza de enorme predicamento en el Gobierno de Ayuso, donde se le considera un activo fundamental en un partido que navega en el pantano de la indefinición. Casado le avala sin titubeos pero con sordina. La portavoz Cayetana se empeña estos días en cultivar la prudencia, en alimentar la moderación, en morderse ocasionalmente la lengua y en camuflar su mirada de acero por no dar que hablar. Justo lo contrario de lo que se necesita en este momento desgarrador y crucial de nuestra temblorosa democracia. ¿Cómo dejar sin voz en el Congreso al partido que encabeza la defensa de las libertades? Hablan de González Terol, gran amigo de Casado y experimentado político, amistoso y afable, por si llega el caso.
Álvarez de Toledo elevó a la categoría de ‘cafres’ a los cinto independentistas que se emborracharon de insultos contra la Corona en la sesión inaugural de las Cortes. «Me conmovió el Rey, estuvo estupendo frente a los cafres que dieron el espectáculo fuera». Lo de ‘cafres’ quizás pueda hacerse extensivo, salvando las distancias, a la condición de algunos capitanejos de su partido que dedican parte de su ocio a armar la pira en la que consumar la ceremonia de su inmolación. Si quien puede no lo remedia, Cayetana de Aragón mudará en Cayetana de Arco, sin más ofrenda para el martirologio que un tupido velo y un breve adiós. Si tal ocurre, ellos se lo pierden.