¿Alguien se acuerda del Delcygate, de las compras de material sanitario no homologable pagadas a precio de oro, de los retrasos, de que en España solo tendríamos algún caso diagnosticado de covid-19? ¿De la vicepresidenta Calvo diciendo que acudir al 8-M era importantísimo porque a las mujeres “nos va la vida!”, o que el Dr. Simón declaró que no le diría a un hijo suyo que no acudiera? ¿De las amenazas del vicepresidente Iglesias a Vox, de los pactos de Sánchez con Bildu, o ahora con Esquerra, cediéndole a la Generalitat las competencias para gestionar los dineritos que han de venir desde Bruselas?

¿Se acuerdan del jaja jiji en los balcones, de las comedietas ramplonas en la televisión pública, de las comparecencias con uniformados porque ningún político quería dar la cara, de la negativa de Ábalos o de Illa a dar nombres de proveedores, del cierre a cal y canto del portal de transparencia del gobierno, de las empresas sin domicilio social acreditado? ¿Tenemos presente el baile terrible con las cifras de fallecidos, la negativa del Gobierno a bajarse el sueldo, los millones que iban a sacarle a Europa sin tener que devolver un euro o las caceroladas contra el jefe del estado en pleno apogeo de la epidemia?

Podría continuar con más ejemplos pero con estos basta. Y a lo que íbamos, nadie o casi nadie recuerda estas cosas porque pasa todo tan rápido y las barbaridades andan tan encadenadas que ahora estamos centrados en lo último de lo último el “o sea tía” de la ministra Irene de Iglesias. Tremendo, dicen unos, justificable, dicen otros. Da lo mismo, para lo que va a durar el escándalo no vale la pena esforzarse en comentarlo. Es el gran truco de ese prestímano con grandes aparatos llamado Iván Redondo, de profesión sus elefantes que aparecen y desaparecen del escenario como un David Copperfield al uso.

El famoso plan B era suministrarnos tantos escándalos para que la población, entre atemorizada y harta, quedásemos narcotizados»

El departamento de comunicación política, es decir, el ministerio de la verdad que tienen montado en Moncloa, es terriblemente eficaz. Saben que un escándalo solo puede ser tapado con otro mayor. Un clavo saca otro clavo. No hay que dejar pensar al respetable, porque el truco jamás debe ser notado. Mucha verborrea, mucho agitar la mano en la que no tienes el as escondido y mucho ale-hop, lo importante es que la función siga sin interrupciones. Porque el show debe continuar y ya lo cantaba Ethel Merman, There’s No Bussiness Like Show Bussiness.

El famoso plan B era suministrarnos tantos escándalos para que la población, entre atemorizada y harta, quedásemos narcotizados. Añadan que somos un pueblo con unas tragaderas notabilísimas y ya tienen la tormenta perfecta diseñada para durar hasta que a Sánchez le venga en gana. ¿Otra prórroga del estado de alarma? Venga, esta vez con Esquerra y Ciudadanos. ¿Los ERTEs están vinculados o no con dicho estado? Da igual. ¿Hay gente que todavía no ha visto un duro? Ya vendrán tiempos mejores. ¿Mesa de diálogo con Torra? En un nada la tenemos, la están desinfectando. Y si hoy son los cayetanos los culpables de que el gobierno no pueda cumplir con su misión redentora y social, mañana serán los periodistas, pasado los tapiceros y la semana que viene los reponedores de supermercados. Lo que diga Iván.

Ni caso de lo que pase cotidianamente. Guarden los recortes, esperen diez años y entonces analícenlo con calma. Verán como no han dicho una sola verdad, porque incluso cuando la dicen, mienten. Si en la mili el valor se le suponía al caloyo, a estos se les supone una inmensa capacidad para endilgarnos trolas con las que tenernos entretenidos mientras, tranquilamente, van demoliendo ladrillo a ladrillo, sin prisa pero sin pausa, el edificio constitucional. Repito, ni caso a la ministra del “o sea, tía”, porque lo suyo es anécdota irrisoria.

No se rompan la cabeza, que la Liga empieza en pocos días y eso sí que es importante. Pan y circo. Más circo que pan, viendo cómo pinta la economía. Da igual, podemos salir al bar, a la playa, a mirar escaparates, que no a comprar lo que exponen.

Collons, que decimos en mi tierra. Son listos, muy listos. Y qué tontos son los otros.