Alberto Ayala-El Correo

Que la mentira se ha adueñado de la acción política durante la larga noche de la pandemia está fuera de duda. Mentiras desde el Gobierno, sobre todo, pero también desde la oposición. No parece que el electorado esté pensando en castigar estas actitudes. Según las encuestas, el PSOE mantiene posiciones y el PP sube, aunque no lo suficiente para recuperar el poder.

Pero, con independencia de lo que vayan a hacer los ciudadanos con su papeleta cuando toque votar otra vez, merece la pena poner en valor la gravedad de dos de las falsedades que se han puesto en circulación desde la derecha. Una en la política estatal. Otra en Navarra. Ambas perniciosas para la salud de nuestra democracia. Desde que se produjo la caída de Mariano Rajoy, la derecha no ha dudado en poner en cuestión la legitimidad de los gobiernos de Pedro Sánchez. Vox directamente. Algunos dirigentes del PP de forma más sibilina.

Extender la especie de que tumbar a un presidente mediante una moción de censura -mecanismo perfectamente regulado en la Constitución- no es legítimo es una falsedad. Tan legítimo y democrático como ganar unas elecciones en minoría, conformar una coalición igualmente minoritaria y lograr los apoyos suficientes para hacer presidente a su candidato, en este caso a Pedro Sánchez, aunque entre esos respaldos haya independentistas, soberanistas y hasta antiguos jaleadores del terrorismo etarra.

La otra anomalía se está produciendo en Navarra. La derecha foral lleva semanas lanzando la especie de que el PNV es un partido ajeno a la comunidad foral y sin legitimidad para entender de los asuntos que afectan al Viejo Reyno. UPN y PP pusieron el grito en el cielo cuando los de Ortuzar, a cambio de su apoyo a Sánchez, lograron el compromiso del Gobierno de la nación de que la Policía foral volverá a hacerse cargo del tráfico en Navarra.

Ahora la tormenta se ha reactivado tras conseguir los jeltzales que el Ingreso Mínimo Vital lo gestionen los Ejecutivos de Chivite y Urkullu. El domingo unos pocos manifestantes desplegaron una enorme bandera navarra ante la sede del PNV en la pamplonesa calle Zapatería. Objetivo: denunciar las inexistentes ‘injerencias’ jeltzales en la política foral.

El PNV siempre ha sido un partido menor en Navarra, ciertamente, pero lleva 110 años haciendo política allí, como en Álava o en el País Vasco francés. Menor excepto cuando, como ahora, se ha integrado en coaliciones de éxito como Nafarroa bai o Geroa bai. Una fórmula que la pasada legislatura le permitió alcanzar la presidencia foral con Uxue Barkos y ésta formar parte del Gobierno de coalición de María Chivite.

Que el PNV pretenda la incorporación del Viejo Reyno a la CAV, opción que según las encuestas rechaza una amplia mayoría de navarros, no cambia estos hechos. La derecha foral haría bien en combatir al nacionalismo sin mentir. Y la española, sobre todo la ultra, en oponerse a todo lo que no le gusta del Gobierno socialpopulista, y tiene donde elegir, sin poner en duda su plena legitimidad.