Alejo Vidal-Quadras-Vozpópuli

La situación de deterioro institucional no sólo justifica, sino que exige, una masiva movilización

La decisión anunciada por sorpresa el pasado jueves por Alberto Núñez Feijóo de convocar una concentración en Madrid para protestar bajo el contundente eslogan “Mafia o Democracia” ha suscitado reacciones diversas, no todas de apoyo entusiasta. No cabe duda de que la situación de deterioro institucional, de corrupción desatada, de inoperancia del Gobierno y de amenazas reales a la misma existencia de España como Nación no sólo justifican, sino que exigen, una masiva movilización del conjunto de fuerzas políticas, sociales, culturales, institucionales y ciudadanas en general para acabar, siempre sin rebasar el marco legal vigente y sin estridencias de mal gusto, con este período infausto iniciado con la moción de censura espuria del 1 de junio de 2018. A partir de esta constatación surge la inevitable polémica: ¿cuáles son las iniciativas a cargo de las distintas instancias de nuestra sociedad que desean preservar los principios y valores del sistema del 78, defender la unidad nacional, sustituir la actual polarización maniquea por la concordia patriótica, fortalecer el orden constitucional y garantizar el Estado de Derecho, que mejor contribuyan a estos propósitos frente a una coalición perversa de socialistas sin sentido nacional y sin escrúpulos morales, separatistas desleales, voraces y golpistas, comunistas contrarios a la economía de mercado y a la libre empresa y herederos de una organización de vesánicos asesinos que consideran la violencia criminal como un método legítimo de conseguir objetivos políticos?

Se le echa en cara no pocas veces al PP su cierta pusilanimidad o escasa firmeza a la hora de confrontar con la siniestra alianza que desde 2004 no descansa en su maligno afán de destruir nuestra convivencia

La decepcionaste verdad es que no hay unanimidad sobre este interrogante crucial y los partidos y sectores que pugnan por proteger a España de sus enemigos enfocan demasiado a menudo sus acciones de protesta o de propuesta de manera parcial, más pendientes de los intereses particulares de su organización o de la consecución de un éxito propio a corto plazo que de servir al interés superior de la Nación con generosidad y voluntad de aglutinamiento. Desde esta óptica, se ha reprochado al PP la unilateralidad de su llamada a salir a la calle el 8 de junio, la falta de una preparación previa pactada con entidades de la sociedad civil muy activas y comprometidas en esta clase de actividades, así como el orillamiento de otros grupos de la oposición. Estas objeciones tienen su fundamento, pero no deberían ser un obstáculo al buen resultado de la concentración del 8 de junio. Al fin y al cabo, se le echa en cara no pocas veces al PP su cierta pusilanimidad o escasa firmeza a la hora de confrontar con la siniestra alianza que desde 2004 no descansa en su maligno afán de destruir nuestra convivencia, nuestra decencia colectiva y nuestra prosperidad, de interpretar el concepto de “institucionalidad” en su acepción acomodaticia y de plegarse con blanda mansedumbre al wokismo políticamente correcto. Sería contradictorio poner pegas, pues, a un gesto del primer partido del país tanto a nivel nacional como autonómico como municipal, que demuestra firmeza, determinación y capacidad de asumir riesgos.

Que el 8 de junio una desbordante marea humana cubra las calles y plazas de la capital poniendo de relieve que la oscura era sanchista ha alcanzado su ocaso y que una nueva etapa de esperanza, confianza y afán de superación se abre ante nosotros

Aunque sería recomendable en aras de la eficacia y de la optimización de recursos que futuras expresiones ciudadanas de rechazo al basurero en que Sánchez ha convertido la vida pública española fueran previamente acordadas y organizadas bajo el signo de la cooperación y la coordinación de las numerosas entidades de cualquier tipo y finalidad que comparten un saludable patriotismo, un insobornable amor a la libertad y una serie de valores éticos y de referencias culturales que definen esa extraordinaria construcción histórica que conocemos como “Occidente”, no dejemos que esta sensata perspectiva impida que el 8 de junio una desbordante marea humana cubra las calles y plazas de la capital poniendo de relieve que la oscura era sanchista ha alcanzado su ocaso y que una nueva etapa de esperanza, confianza y afán de superación se abre ante nosotros, los españoles, en la que sepamos rectificar los fatales errores cometidos en el desarrollo y despliegue de la Constitución vigente a lo largo del último medio siglo, perfectamente diagnosticados e identificados, aunque no corregidos. Es cierto que el legado de la Transición ha de ser salvado de los que quieren liquidarlo, pero también es verdad que la gran tarea de nuestro tiempo es mejorarlo, apuntalarlo y reformarlo para tapar sus vías de agua, rellenar sus grietas, reemplazar sus vigas carcomidas y afrontar sin complejos y sin el lastre de tantos intereses creados una renovación estructural que haga de España, ahora sumida en el desaliento, la desorientación y el fracaso, una referencia mundial de excelencia, estabilidad, civilidad, seguridad y creación de riqueza y oportunidades para sus ciudadanos. Ese ha de ser el espíritu del 8 de junio, el que impregne sus discursos, su simbología y su ambiente. Así lo han de entender sus promotores para que todos los que nos reunamos en ese domingo bajo el límpido cielo de Madrid podamos sentirnos plenamente satisfechos de haber asistido al servicio de nuestra gran Nación.