Aturdido, ‘ma non troppo’

ANTONIO RIVERA-El Correo

Los discursos de investidura son una pieza de oratoria de difícil digestión. El desglose de los contenidos de un voluminoso programa de gobierno -cien folios dicen que tiene el presente- genera una sensación de aturdimiento inevitable. Urkullu no es un lector de inflexiones, sino más bien monocorde en su exposición. Además, los contenidos de cualquier programa son una sucesión interminable de palabras bellas, de esas que terminan en ‘ad’ y que el euskera internacionalista de los socialistas eibarreses -parte del Eibar’ko berbeta internazionala- se negaba a traducir para remarcar el poder persuasivo de su simple dicción y escucha: solidaridad, prosperidad, igualdad, libertad, bilateralidad, subsidiariedad… Al cabo de muchas de esas, la cabeza se descuelga del cuello, aunque se oigan recién despertados.

Conscientes de ello, los negros de los discursos tienen trucos para reclamar la atención. Uno de ellos es contener los paquetes de promesas en referencias nemotécnicas o reiterativas. Urkullu se refirió a las cuatro ‘pes’. Yo volví del momentáneo sopor porque me recordaron las tres pes del objeto de mis primeros estudios de Historia Social: presos, putas y pobres. Él se refirió a los cuatro grandes objetivos que compendiaban las de ‘prosperidad’ (recuperar el empleo reactivando la economía), ‘personas’ (todo lo referido a la atención a las mismas, de la sanidad pública a la escuela pasando por la vivienda de alquiler o la protección social), ‘planeta’ (lo de que lo haremos todo conforme a la exigencia actual de verdor, limpieza, digitalización, descarbonización y muchas cosas más) y ‘pendiente’.

Con todo y los años duros que vienen, tiene previsto que sobrevivamos a ella. Pues nada, vayamos

Esta última ‘pe’ no sé si la escuché mal, pero remitía a autogobierno y convivencia (de esto último no habló, pero queda bien). Urkullu volvió sobre su particular tesis que parte de la foralidad (metaforalidad, más bien) la traduce en derechos históricos multifunción, sortea cualquier referencia constitucional exigente para hablar de un Estado que le debe lógicamente concertación, bilateralidad y mutuo respeto, y desemboca en una Europa donde Euskadi debe estar presente en el juego de tratados internacionales. Creo que, salvo la insistencia reiterada en la pluralidad constitutiva de la sociedad vasca y en la necesidad de consenso y acuerdo internos, no hay en esta parte del programa concertación con sus socios socialistas, salvo que estos hayan ensanchado aún más sus tragaderas: Urkullu se repitió a sí mismo y solo innovó en lo de evitarnos el oxímoron de «nación foral» de otro tiempo. Lo que tenga que ser el futuro, quedó por lo dicho en el aire.

Lo importante es salir de esta, pero ahí lo dejó. Luego vino una sarta de guarismos y porcentajes, que también inducen al sopor mañanero, pero que, sin embargo, introducen algo de concreción en el cuento de la lechera. Hubo números suficientes: de los cuatro mil nuevos contratos en Osakidetza al porcentaje asumible de pobreza o de gases de efecto invernadero que no recuerdo, pero lo dijo. Por ahí tendrá posibilidades el control parlamentario futuro, aunque siempre estará el dije, el digo y el diego. Y las circunstancias cambiantes.

No estuvo mal. Incluso se atrevió con un poquito de épica ad maiorem gloria de él mismo: en 2013 tenía un país en crisis total, lo levanté en estos años, pero algo llegado de fuera nos ha devuelto al principio y más. Con todo, y con los años duros que vienen -lo dijo así-, tiene previsto que sobrevivamos a esta. Pues nada, vayamos.