• Compadezco a quien haya dedicado la cena de Nochebuena a hablar de política

 

Isabel San Sebastián-ABC

Lo que de verdad importa es el universo de los afectos. Los hijos, los padres, los nietos, la familia, los pocos buenos amigos que te haya regalado la vida. Compadezco sinceramente a quien haya dedicado la cena de Nochebuena a discutir sobre nuestro modelo de Estado, como anunció que haría el vicepresidente del Gobierno, cuyo republicanismo, al parecer, resulta tan obsesivo como para no dar tregua ni siquiera en estas fechas.

En mi caso, el desapego con todo lo relativo al poder es tan fuerte, tan acusado, que se me hace cada vez más difícil incluso mostrar interés por las páginas de apertura cuando leo el ABC. Los ojos se me van a la sección de Cultura, devoro las «noticias» que recogen hechos históricos, saboreo a mis columnistas favoritos y después me esfuerzo por deglutir la sección de Nacional, porque es mi deber profesional hacerlo, venciendo la repugnancia que me inspiran sus protagonistas. Nunca me tentó militar en un partido, pero es que ahora los rehúyo como gato al agua. He aceptado la orfandad de siglas y estoy en la transición entre el agnosticismo y el ateísmo político. Aborrezco a quienes nos gobiernan, lo confieso. No puedo con la altanería hueca del inepto Sánchez, ni con la violencia apenas disimulada del liberticida Iglesias, ni con la hostilidad desvergonzada a España de los chantajistas que los apoyan y a quienes pagan infames tributos con tal de conservar sus poltronas. Mi umbral de tolerancia a la mentira está cayendo en picado. De ahí que busque refugio en lo auténtico, lo genuino, lo real, lo duradero.

Lo que de verdad importa es el amor que damos; incluso más que el que recibimos. La salud de nuestros seres queridos. El recuerdo de quienes se fueron pero siguen estando presentes, a veces, como en estos días, con una honda sensación de añoranza. La voz de los que están lejos, por muy dentro de ti que los sientas, que llega a través del teléfono y te llena los ojos de lágrimas. La risa de quienes vienen detrás, los más pequeños, fuente inagotable de alegría. Su inocencia.

Lo que de verdad importa es tener un plato de comida en la mesa, un trabajo al que volver, un proyecto de futuro, una esperanza. Es mirarte cada mañana al espejo y reconocerte en la persona que ves, parecerte a la que querías ser, saber que no te has traicionado a ti misma, que conservas tus principios.

Lo que de verdad importa aflora en ocasiones raras, como estas Fiestas bajo la sombra del Covid, en que abrimos el corazón y dejamos que sea él quien hable. Por una vez, se lo suplico, perdónenme la licencia.