La Diada volvió a celebrarse el sábado pasado con la decadencia que se esperaba: muchos menos asistentes que en ediciones anteriores. Como ya había pasado anteriormente, el ministro del Interior no fue un prodigio de eficacia para proteger la Jefatura Superior de Policía de Barcelona de los manifestantes que la atacaban. Ya había pasado antes: el 16 de octubre de 2019, mientras la chusma golpista de los CDR la emprendía contra sus agentes tras conocerse la sentencia del Supremo por el 1-O, el ministro cenaba apaciblemente en un local de copas de moda en Chueca, el ‘Válgame Dios’.
Es difícil hacer una cronología precisa de las veces en que Fernando Grande Marlasca ha hecho méritos para su destitución. Recuerden aquel almuerzo que Lola Delgado tuvo con su bien amado Balta y Villarejo el 23 de octubre de 2009 y que ella negó. Nueve años más tarde, siendo ella ministra de Justicia, se filtró la grabación en la que aplaudía la estrategia de Villarejo de poner ‘una chorbita’ a empresarios o políticos a los que quería sonsacar. “Información vaginal, éxito garantizado”, ponderaba la que había de llegar a ministra. Entonces supo toda España que Lola Delgado, “la que bebe de mi copa”, se jactaba Balta, se refería a quien ya era ministro del Interior, después de pedir permiso al todavía juez, como “ese es maricón”. El ministro Pablo Iglesias pidió la destitución de la ministra: “Alguien que se reúne de manera afable con un personaje de la basura de las cloacas de Interior en nuestro país debe alejarse de la vida política porque hace daño a la mayoría parlamentaria que protagonizó la moción de censura”, pero no debía de importarle mucho porque Sánchez la convirtió en fiscal general del Estado e Iglesias no dijo ni mú. Tampoco debía de importarle a Fernando Grande, que debió plantarse ante el presidente: “quiero la cabeza de esta tía o aquí tienes mi dimisión”. Era un problema de lógica estricta: si no sabe defender su dignidad, ¿cómo podemos esperar que defienda la nuestra?
Es evidente que tampoco sabe. O tampoco quiere. En julio de 2019, un grupo de Ciudadanos que participó en la manifestación del Orgullo fue agredido por manifestantes de la coalición del Gobierno que le arrojaron escupitajos, latas de cerveza, lejía y orines. El ministro culpó del ataque a los propios agredidos: “quien pacta con la extrema derecha -en referencia a Vox- tiene que responsabilizarse de las consecuencias”. La indiferencia que había mostrado Marlasca tras el dicterio de Lola Delgado se tornaba en orgullo militante contra un partido de la oposición sin reparar en que su primera obligación como ministro no era reprochar las alianzas de los partidos de la oposición, sino garantizar su libertad y su derecho a manifestarse. Marlasca se negó a hacer público el informe sobre los incidentes que le había pedido C’s, declarándolo ‘secreto de Estado’ por razones de seguridad nacional, porque de hacerlo público podría constituir una pista para que los terroristas cometieran atentados. Y eso sin contar las balas que llegaron hasta su despacho de ministro, la navajita ensangrentá agrandada para las fotos y su propaganda del bulo del culo. No hay quién dé más. Bueno, sí, Pedro Sánchez, pero no se va a dejar quitar el cargo.