- En el corazón de Sánchez sólo queda sitio en los suburbios
Pierdan toda esperanza aquellos que, obnubilados por el súbito atlantismo de Pedro Sánchez durante la cumbre de la OTAN, confiaban aún en un requiebro del presidente hacia el centro que dejara a Podemos sentado en el césped de sus leyes trans, sus aumentos de impuestos «a los ricos» y sus intervenciones del mercado de la vivienda.
Que fantaseaban con un futuro de razonables y discretos pactos de Estado con el PP y en un progresivo distanciamiento de ERC y de EH Bildu.
Que vaticinaban un retorno a las políticas económicas cuerdas, o en el peor de los casos socialdemócratas, de cara a un fin de año que se prevé doloroso para los españoles.
Lo ha dicho la diputada del PP por Ávila Alicia García Rodríguez. Sánchez ha decidido no cambiar de rumbo, así que deberán ser los españoles los que cambien de Gobierno.
En realidad, no es que Sánchez no haya cambiado de rumbo. Es que se ha echado al monte cargándole la culpa de las crisis, de todas ellas, a Vladímir Putin, al volcán, a la Covid, a las energéticas, a la banca y a los propios españoles por lanzarse como dementes a gastar a tontas y a locas «lo ahorrado durante la pandemia».
Sánchez ha retornado a los tiempos del «no es no», si es que alguna vez los abandonó, con la diferencia de que en 2016 era jefe de oposición y hoy es presidente del Gobierno.
Que una estrategia diseñada para asaltar el poder en 2016 desde la oposición vaya a servirle para conservarlo desde la Moncloa a finales de 2023 está por ver.
Porque Podemos va camino de la desaparición tras jugar durante los últimos dos años y medio a ese engañabobos que consiste en ejercer de Gobierno para lo agradable y de oposición al Gobierno para lo fastidioso.
Pero el PSOE no es Podemos y quizá Sánchez logre movilizar a los suyos tirando de los privilegios de la Moncloa para repartir prebendas, bonos ferroviarios y propinas varias, y de los privilegios del revolucionario para ejercer de oposición de los bancos, de las energéticas, de los ricos y de la oposición, haciéndola responsable de la inflación, del PIB, del paro y hasta de las sentencias del Tribunal Supremo americano sobre el aborto.
Dicen que el discurso de Sánchez ha levantado la decaída moral de sus diputados. Se les pasará cuando comprueben que el ganador del debate en los sondeos, cuando se asiente el polvo del corto plazo televisivo, será, como decía Antonio Caño, precisamente aquel que no ha dicho una sola palabra en él. Es decir, Alberto Núñez Feijóo.
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Que Podemos no sabe por dónde le sopla el viento se comprobó en los aplausos de Jaume Asens y de Pablo Echenique a las promesas de un Sánchez que son, literalmente, el programa electoral de los morados.
Y le llamo programa por llamarlo de alguna manera, porque no es más que la vieja demagogia izquierdista de toda la vida de dios. ¿Por qué los beneficios de las energéticas y de los bancos son «extraordinarios» o moralmente susceptibles de apropiación por parte del Gobierno, y no el de los supermercados que hicieron su agosto durante la pandemia o el de las empresas farmacéuticas que lo hicieron durante la Covid? Y ya veremos si no acaban cayendo de aquí a 2023 Amancio Ortega y Florentino Pérez.
Pues por la razón de que «la banca y las energéticas» funcionan como la campana que anuncia la merienda para ese perro de Pavlov salivante que es el votante de izquierdas.
¿Con qué propuestas, además, pretende presentarse Podemos a las elecciones de 2023 para diferenciarse del PSOE, si Sánchez se ha apropiado de casi todas ellas? ¿Con la de darle guillotina al rey y a toda su familia en un pasillo de la Complutense?
Buena suerte también a Yolanda Díaz intentando dar con un perfil propio distinto al del PSOE y que vaya más allá de la ternura, los cuidados, el cariño y los arrumacos.
Muy claro debe de tener el presidente, en cualquier caso, que no hay agua en el centro. Porque ayer, Sánchez abandonó ese terreno y se lo regaló, de linde a linde, de norte a sur y de este a oeste, a Alberto Núñez Feijóo.
En esta huida hacia delante, Sánchez no tiene nada que perder. Si su plan contra la inflación (que no contiene una sola medida contra la inflación, el equivalente de ponerle una tirita en la rodilla a un enfermo de cáncer) fracasa con estrépito, el encargado de ponerle remedio no será él, sino Feijóo. O quien sea que sustituya a Sánchez al frente del PSOE. ¿España? No sé cuál es ese país del que usted me habla.
A favor de Sánchez juega la evidencia de que ERC, que ya se chotea por boca de Gabriel Rufián del súbito izquierdismo de quien la semana pasada era más atlantista que el más atlantista de los halcones del Pentágono, le prefiere a él que a Feijóo en la Moncloa.
Hasta el eslogan de «vamos a ir a por todas» de Sánchez está sacado del manual del viejo periodista y del famoso «vamos a por todo» de Cristina Fernández de Kirchner.
Por supuesto, Sánchez, que es uno en Europa y otro muy diferente en el Congreso de los Diputados, ha reiterado su «no» a la energía nuclear y las térmicas, lo que significa que seguiremos financiando la guerra de Vladímir Putin y que este invierno sufriremos «recomendaciones de consumo», racionamientos y cortes de energía à la alemana que harán que envidiamos a los venezolanos.
Y todo para que dentro de 10 o 15 años el Partido Socialista de por ese entonces nos diga que la «verdadera» energía verde es la nuclear. Al tiempo.
Por no ser original, Sánchez ni siquiera lo ha sido en su Operación Campamento, que puso en marcha José Luis Rodríguez Zapatero en 2006 a partir de un plan diseñado en 1986. Por supuesto, el problema del mercado inmobiliario español no es la falta de vivienda pública. Pero quién quiere soluciones cuando tiene propaganda y presupuesto.
Como en el caso de los impuestos a la banca, que recaudarán menos de lo previsto y que acabarán pagando los ciudadanos, también la Operación Campamento se escachifollará como un suflé. De las 12.000 viviendas en Madrid se acabará construyendo una décima parte, si se construye, y ya veremos a quién se le pasa al final la cuenta.
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Que las medidas de Sánchez pondrán más difícil para las empresas y los trabajadores salir de la crisis es una evidencia para cualquiera con un conocimiento elemental de cómo funciona la economía real. El mejor de los resultados posibles sería que esas medidas nos dejaran en nuestro estado actual («virgencita que me quede como estoy»).
Pero el desenlace previsible es que empeoren nuestra situación hasta un punto de no retorno. Porque el objetivo de Sánchez jamás ha sido ponerle freno a la inflación, solucionar nuestra dependencia energética o los vicios estructurales de nuestro mercado laboral e inmobiliario, sino garantizar la supervivencia de su Gobierno hasta 2023.
En este sentido, el resultado del Debate sobre el estado de la Nación ha sido netamente positivo para Sánchez y será netamente negativo para los ciudadanos y las empresas españolas. En el corazón de Sánchez sólo queda sitio para los ciudadanos en los suburbios. El resto ha sido okupado por ERC, Podemos y EH Bildu.