Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo

 

Todos lo que vemos con preocupación la deriva de las cuentas públicas, todos los que consideramos excesivo el déficit aprobado con los presupuestos y todos los que pensamos que la deuda ha llegado a un nivel exagerado hemos recibido con sumo alborozo la propuesta europea de volver a la disciplina fiscal, una vez superadas las penurias de la pandemia. Una vez perdida la fe y la esperanza en que el Gobierno pudiera rectificar y hacerlo ‘motu proprio’, todos veíamos en Bruselas la única solución a nuestras cuitas. Bueno, matizo. Todos menos yo. Yo tampoco creo ya en la capacidad de la Comisión Europea para enmendar la tendencia. Ni siquiera creo en su determinación. No lo hará, entre otras razones, porque no quiere hacerlo. No quiere líos, no quiere molestar a nadie.

La Comisión siente la presión de los países austeros miembros de la UE, que son pocos pero poderosos, y que están cansados –¿hartos quizás?– de sostener un andamiaje en el que cada país y en especial los desaprensivos hacen de su capa un sayo, lo estiran a voluntad y siguen dándole a la máquina del gasto como si no hubiera futuro. Como si el crecimiento del gasto pudiera ser ilimitado y como si tan enorme creación de dinero sin contrapartida similar de bienes y servicios no influyera en absoluto en la subida de los precios que padecemos.

El acuerdo, además de decepcionante, es sospechoso. Primero porque anuncia ‘trajes a medida’ para cada país, lo que va complicar hasta el extremo las negociaciones. Va a resultar muy difícil que uno acepte cumplir con lo que a otro no se le exige o renunciar a lo que a otro se le permite. ¿Dónde se encuentra el punto de equilibrio aceptable por todos, de 27 acuerdos de consolidación fiscal? Y luego ya, en el colmo de la coincidencias malvadas, tenemos al ministro Escrivá –otro converso de la disciplina al relajo abducido por el irresistible encanto del presidente Sánchez– proponiendo que España aproveche la ocasión de su presidencia de la UE para conseguir que el gasto social no compute para los cálculos del déficit. ¿No sería maravilloso? Ya no tendríamos que preocuparnos de nada por las exigencias de la estabilidad, pues haríamos una contabilidad del gasto extraordinariamente creativa. ¿Me comprende ahora por qué no estoy contento? Se preguntará, quizás, cómo terminará todo esto. Pues no se preocupe, por la pinta que tiene, nadie más que usted y yo nos preocupamos por ello, así que hágame el favor de no ser pusilánime y timorato. Para eso ya estoy yo. A su servicio…