- Sánchez se apunta a la dieta del suflé
Cuando dos periodistas, no mal vistos en la factoría de ficción de la Moncloa, se quejaron de las pocas preguntas que permitía la portavoz tras el Consejo de Ministros, un alto cargo de sanedrín le comentó a la interpelada: «Déjalos que refunfuñen, verás qué pronto se les pasa». Refunfuñar, un verbo muy utilizado en ciertos ambientes del cuadro de mandos del Ejecutivo. El que no acata, no comulga o no asiente, refunfuña o es fascista. El martes siguiente, Isabel Rodríguez concedió dos turnos de palabra más a los apacibles convocados y, a la siguiente, se volvió a sistema de siempre, esto es, tan sólo cuatro o cinco sepultados por un chorro de propaganda oficialista vertido, sin demasiada prudencia ni decoro, por parte de la anfitriona, y todos a casa tan contentos.
Rápido se evaporó el enojo, en efecto. Con la amnistía pasará lo mismo, según el análisis de los mismos protagonistas. «Después de la jura del nuevo Gobierno, el aterrizaje de los agraciados en sus respectivos departamentos y los análisis periodísticos de rigor, el suflé catalán se desinfla». Puede que Puigdemont dé algo la lata, es contumaz y estilo cermeñón, y puede que haga mucho ruido en el primer encuentro Esp-Cat (así le dicen ellos, la gente del procesado Boye) en Suiza, con cuatro verificadores de por medio. Ruido y farfolla. Lo normal. La amnistía habrá dejado de ser asunto prioritario y, tras la manifestación de este sábado en Cibeles, que será colosal, la movida callejera se reducirá al ‘folclore facha de Ferraz’ (este jueves 4.000 según delegación, o sea, casi 8.000 según la realidad). Juego de niños
Pidió perdón a los golpistas, se puso de rodillas antes sus exigencias, borró sus crímenes y se los endosó al Estado represor, colmó sus bolsillos con el dinero de todos y erigió al cabecilla de la asonada en referente ejemplar
En Moncloa respiran a estas horas aliviados tras superar el escollo más dramático de su gestión en estos cinco años. Recuperarse del batacazo electoral de mayo, salir vivos de unas generales que tampoco ganaron y haber logrado investir de nuevo al tipo más despreciable y malquerido de España, un petulante frío, engreído, con un punto desquiciado y miles de toneladas de rencor y sevicia en el entrecejo, parece un milagro. Se logró mediante un argumento tan ramplón como el miedo a la ultraderecha. O sanchismo o fascismo. Tras su entrada en el Gobierno de Castilla y León, Vox estuvo a punto de sacudirse el estigma del hombre del saco que espanta al votante centrista. El problema es que allí, la gente de Abascal colocó a un vicepresidente inadecuado. De ahí gran parte de los lodos.
Y Sánchez resucitó. El 23-J recuperó un millón de votos y tuvo la indecencia de bendecir lo inimaginable, pactar lo inaceptable, acordar lo inasumible en democracia. Pidió perdón a los golpistas, se puso de rodillas antes sus exigencias, borró sus crímenes y se los endosó al Estado represor, colmó sus bolsillos con el dinero de todos y erigió al cabecilla del golpe en referente ejemplar de la nueva España plurinacional.
Es fundamental que las europeas salgan bien, que las vascas no salgan mal y que las catalanas alimenten un hálito de esperanza. Ahora mismo los sondeos no auguran buenos tiempos para Feijóo
En tres días entramos en Navidad, el guion cambia de rumbo, la indignación ciudadana remitirá y hasta el zumbao de Waterloo perderá protagonismo. Volverá a ser un monigote estrafalario que comparece en la tele de Godó y se pasea por Bruselas con aire de president pacotilla de un republiqueta imaginaria.
Con todo, no va a ser tan fácil que el suflé en cuestión se extinga. Al menos en lo inmediato, porque hay muchos asuntos pendientes en los juzgados contra acusados del procés, causas que, aunque amnistiadas, harán mucho ruido en los papeles en forma de recursos, demandas, paseos por los tribunales y polémicas sin fin. Por no hablar del frente europeo donde parece que el PP ha logrado al fin orientarse y hay algún comisario con la mosca tras la oreja.
Mantener vivo el rescoldo de la infame amnistía es fundamental para que la oposición no se apague, para que no despierte de nuevo el bulle-bulle de las dudas, ese malestar interno que suele germinar en la derecha, esos codazos, esas puñaladas. La oposición es muy dura, desgasta y produce efectos corrosivos. Hasta los espíritus más plácidos se tornan animales peligrosos. Para evitar este hundimiento del ánimo es fundamental que las elecciones europeas salgan bien, que las vascas no salgan mal y que las catalanas alimenten un hálito de esperanza. Ahora mismo los sondeos no auguran buenos tiempos para Feijóo. Afortunadamente para él, la demoscopia atraviesa una crisis de credibilidad tan desmesurada como la de los noticieros de TVE o los trencillas de Negreira.
El suflé, quizás, se desinfle. Es natural, un episodio tan incandescente y febril como el vivido durante la negociación de la investidura no puede mantenerse en lo alto de la opinión pública por tiempo indefinido.
Ante esta inevitable situación, solo tres cosas pueden salvar a las formaciones de la oposición y, por ende, a la España democrática, ahora herida de muerte. No cesar en alzar la voz en las movilizaciones, en la protesta en las plazas, en evitar el efecto parálisis de cuando se encerró a la gente en la pandemia, ¿verdad Illa, el sepulturero? ¿Verdad don Simón?. Respaldar con firmeza a los jueces indómitos, a los magistrados valientes, hay muchos García-Castellón, muchos Marchena, muchos Llarena decididos a mantener en alto la espada de la Justicia. Y la balanza, naturalmente. Y mantener una línea de tensión informativa extramuros, en Bruselas, en la prensa europea, en los medios internacionales, en las cancillerías. Esto último quizás sea lo menos eficaz pero le molesta mucho al Joker del socialismo ovino y sus aliados de la pandilla Frankenstein.
La paz de los cementerios
En España hay un golpe de Estado en marcha. A un lado del muro de los totalitarios, la caverna de la xenofobia, los saqueadores del presupuesto, los amantes del crimen. Al otro hay una sociedad que ha pasado de la siesta a la angustia, luego al rechazo y ahora a la ira en defensa de la libertad. No puede apagarse esa preciada llama. Sin ella, las democracias se convierten en cementerios. Ese espacio desolado e inerme, esa Cataluña feliz en la que «ya no pasa nada» como proclaman los papagayos del régimen, es el escenario del que hay que huir, el camposanto mental que hay que evitar.
Si Fiejóo ha logrado resucitar la moda de la camisa blanca con cuello de botoncitos, malo será que no consiga mantener a flote este espíritu de combate por los derechos cívicos, esa apuesta rebelde por los valores democráticos, esa lucha hasta el final por la dignidad. De no lograrlo, volverán la impaciencia y los líos, las carreras alocadas en ese laberinto de egos y codazos que no conducen a ninguna parte. Y otra vez, Pedro habrá ganado.