Miquel Escudero-El Imparcial

Miércoles 07 de febrero de 202418:58h

Antes de que hubiera radio y teléfono, menos aún televisión y redes sociales de Internet, había voces que reclamaban la necesidad de protegerse contra la tiranía de la opinión y el sentimiento predominantes. En tales términos se expresó John Stuart Mill en 1859, en un libro que ha vuelto a mi recuerdo al releer al inolvidable Javier Marías.

Cuando la sociedad es el tirano (Alfaguara) es un libro con casi cien artículos que el gran escritor publicó en El País Semanal desde febrero de 2017 hasta acabar el mes de enero de 2019. Hace seis años, se refería en uno de ellos a la Unión Europea, calificándola como “el único bastión de las libertades que queda en nuestro mundo, atacado por casi todos los flancos sin que nos demos mucha cuenta de ello”. Y añadía en otra página: “Algo tendrá de buena y envidiable esa Unión cuando, sí se fijan, hoy la ataca o la quiere debilitar casi todo el mundo. Trump la detesta y la boicotea, Putin procura disgregarla y romperla valiéndose de lo que sea, los yihadistas del Daesh y otros grupos intentan destruirla”.

Para que perviva la mejor idea jamás alumbrada por nuestros antepasados es necesario que la reivindiquemos con decisión y entusiasmo. Por supuesto, no para hacer de claque de sus dirigentes, sino para encarnar y exigir su espíritu, para nuestro propio beneficio, para que no tengamos que lamentar y llorar su irreparable pérdida. Como Javier Marías apuntaba con pleno acierto: “Los diferentes países no pueden hacer cuanto se les antoje sin ser amonestados (por mucho que los ‘pueblos’ aprobaran referéndums para restablecer la esclavitud, por ejemplo, eso no se consentiría)”. Y quien dice esclavitud, dice arbitrariedades y barrabasadas; así, en España, la impunidad redactada por unos delincuentes políticos en forma de ley de amnistía. ¿Nos queremos dar cuenta de ello? ¿Por qué no vamos a reconocerlo abiertamente? La verdad es que hay especialistas en insultar vulgar y soezmente cuando oyen o leen lo que no quieren que sea dicho. Hay una forma de aldeanismo que escupe contra toda duda que pueda surgir y reacciona de forma brutal si se le contradice. Se niega el posible dilema y se arremete. Gente airada e irritada, con aspavientos de rectitud exagerada y lejos de toda templanza, se permite entonces cometer cualquier fechoría.

La vida social está estructurada en prestigios y desprestigios. Por desgracia, estas estimaciones y desestimaciones públicas suelen ser automáticas y no responden necesariamente a méritos reales ni distinguen a los mejores de los peores. Por esto, el mundo va como va y no parece que pueda tener arreglo.

España no es una excepción a la hora de exhibir estereotipos y tópicos. En particular, hay españoles obsesionados con descalificar de forma compulsiva cualquier cosa española, y odian de forma enfermiza. Es una pena vivir así, en una jaula, pero qué se le va a hacer. Con mentalidad reaccionaria, se apuntan a esta labor y abandonan toda consideración ecuánime o decente. Por otro lado, es frecuente que muchos compatriotas den por sentada la superioridad anglosajona en todo, pero, a decir verdad, se nos cae el alma a los pies ver que países como Estados Unidos o Inglaterra son capaces de elegir para gobernarlos a narcisistas y mamarrachos (bufones, en árabe) como el chulesco y matón Donald Trump o el también insoportable y demagogo Boris Johnson; al fondo de la escena, asoman tipos turbios de la calaña de Nigel Farage, desaparecido después de lograr el Brexit, con mentiras y promesas falsas; y con el concurso del nefasto David Cameron.

En todas partes cuecen habas, y en nuestra casa a calderadas. ¿Qué decir de nosotros los españoles con un presidente como Sánchez o como Rajoy, tan diferentes entre sí? Todo el mundo, por cierto, ha olvidado que el gobierno Frankenstein (Alfredo Pérez Rubalcaba dixit) fue posible porque Rajoy se negó a dimitir en su moción de censura; si lo hubiera hecho, ésta habría quedado abortada, puesto que entonces hubiera seguido gobernando el PP hasta acabar aquella legislatura.

Para Javier Marías países como Estados Unidos e Inglaterra ya no contaban en conjunto y pasaban a ser de inmediato “países sin prestigio alguno, temporalmente idiotizados, dignos de lástima”. Pero, aún idiotizados y dignos de lástima, a los españoles nos queda apoyar otras opciones para dejar de estar entre el espasmo y el marasmo. Más allá de las elecciones gallegas, pienso en las elecciones europeas de dentro de cuatro meses, con distrito único para toda España, y en las que no se puede apelar al voto útil para desbancar al presidente a quien Rajoy le puso alfombra roja. Y hay un movimiento cívico y político que deseo que no desaparezca y pueda resurgir en beneficio de todos.