Carácter vasco
Una cuadrilla de asesinos, una panda de cómplices y un rebaño de cobardes han dado al traste con nuestro prestigio de antaño. Si en la actualidad ser vasco implica callarse ante la ignominia, solo me salva de la vergüenza ser y sentirme español
Las generalizaciones son siempre injustas, basta recordar la anécdota «¿Qué opina usted de los ingleses? No sabría decirle, no conozco a todos». A pesar de ello nos sigue resultando cómodo utilizarlas. Durante años a los vascos se nos adjudicaron virtudes como laboriosidad, carácter emprendedor, honradez o respeto a la palabra dada, y por supuesto una religiosidad a machamartillo que nos hacía exportar desde nuestros seminarios, sacerdotes y misioneros a todo el mundo. Hoy, tras la última denuncia del Colectivo Vasco de Víctimas del Terrorismo, me pregunto qué queda de aquellas virtudes. En los meses de julio y agosto se han registrado en las fiestas de los pueblos del País Vasco y Navarra 71 actos de apoyo a la banda terrorista ETA.
Los homenajes a terroristas, la colocación de pancartas en los recintos festivos o las pintadas se han realizado con absoluta normalidad ante la pasividad de las autoridades que, por ley, debieron evitarlas y la indiferencia o complicidad de quienes los contemplaron. Bien es cierto que resulta un comportamiento coherente si recordamos que durante cincuenta años toleramos en silencio el asesinato de 856 semejantes sin inmutarnos. El deterioro de nuestra moral colectiva es tan evidente que hace unos días las comparsas de Bilbao, con el visto bueno de su ayuntamiento, eligieron como pregonera de sus fiestas a una actriz que, no satisfecha con haberse manifestado por las calles a favor de los terroristas, se ha permitido el detalle de recordarlos cariñosamente en su discurso de arranque de las fiestas. Discurso por cierto realizado íntegramente en vascuence, idioma hablado tan solo por el 30,6 % de los vizcaínos –dato oficial de la última encuesta del Informe Sociolingüística del Gobierno Vasco– a pesar de los ingentes recursos públicos destinados a la inmersión lingüística.
No deja de resultar sorprendente nuestra fina sensibilidad. Durante estas mismas fiestas de verano no ha habido recinto festivo sin punto morado para denunciar los abusos a las mujeres. Igualmente, las autoridades locales han regado de cuñas los medios de comunicación con mensajes de «la ciudad X libre de agresiones sexistas», «por unas fiestas seguras», o el conocido «solo sí es sí». Otro ejemplo lo hemos vivido en las fiestas de Vitoria. En una abarrotada plaza de la Virgen Blanca, Celedón, personaje que da inicio a las fiestas, se desgañitaba en su «discurso» en contra de estas agresiones. Quizá la emoción del momento le nubló la vista impidiéndole apreciar las enormes colgaduras instaladas en el monumento a la batalla de Vitoria a favor del acercamiento de los presos de ETA. Por cierto, reivindicación caducada pues llevan todos años en el País Vasco gracias a los pactos de Sánchez con el brazo político de la banda terrorista.
Y está muy bien recordar el derecho de las mujeres a unas fiestas seguras y sin agresiones, pero ¿por qué absolutamente nadie, ni instituciones ni personajes populares, ha dedicado un minuto a pensar en la ofensa que supone para las víctimas del terrorismo ver cómo los asesinos son ensalzados impunemente? Qué curiosa escala de valores tenemos ahora los vascos: no se nos quitan del pensamiento las agresiones sexistas, pero ignoramos las agresiones terroristas.
Por eso creo que de aquellas virtudes que enunciaba al principio del artículo, especialmente la religiosa que nos exige amar al prójimo como a uno mismo, poco o nada queda. Una cuadrilla de asesinos, una panda de cómplices y un rebaño de cobardes han dado al traste con nuestro prestigio de antaño. Si en la actualidad ser vasco implica callarse ante la ignominia, solo me salva de la vergüenza ser y sentirme español.
- Carlos de Urquijo es exdelegado del Gobierno en el País Vasco