Jesús Cacho-Vozpópuli

“Autónomo desde mi juventud, me acabo de jubilar”, escribía un lector de este diario (alias Lareforma2024) en el foro del espléndido artículo que Enrique Feas (“El informe Draghi, la luna y el dedo”) dedicaba este viernes al grito de alarma del ex gobernador del Banco Central Europeo que esta semana ha conmocionado los cimientos de la Unión Europea. “Podría haber seguido trabajando porque me gustaba mi trabajo y físicamente estoy bien, con lo que hubiera podido mantener el modesto empleo que generaba. Pero me he ido hastiado y, sobre todo, incapaz de seguir adaptándome a las nuevas y constantes leyes y normas regulatorias que salen de Bruselas para controlar hasta el aire que se respira en la empresa. Nuevas reglas que implican siempre coste económico, lo que la hace menos competitiva. En lugar de simplificar normas de trabajo y producción, la UE regula y regula y regula ad infinitum, sobre todo y sobre todos, dejando el campo libre a la competencia externa”. Un párrafo que resume la frustración que hoy embarga a millones de europeos y a gran parte de sus empresas con el funcionamiento de una UE que en los últimos 10 o 15 años se ha convertido en una infernal máquina burocrática controlada por una elite muy bien pagada que ha hecho de Bruselas el fortín desde el que aparentemente piensa seguir mandando incluso contra, o al margen, de los intereses de los Gobiernos y de los ciudadanos europeos.

“El cobro de la PAC está vinculado a una obsesiva elaboración documental de todo lo que piensas sembrar en tus fincas, con qué vas a tratar los cultivos, cuándo y cómo lo vas a recoger, a qué sector animal o segmento de población va a ir dirigido… El incumplimiento de cualquiera de esas exigencias supone perder la subvención de ese año o a verla rebajada en un determinado porcentaje. Y rara es la semana que no aparecen nuevas normas”, se contaba aquí (“La rebelión de los labrantines”) el pasado 11 de febrero. Agricultores y ganaderos de toda Europa se han visto obligados en no pocos casos a contratar los servicios de gestorías especializadas para poder cumplir con el papeleo que imponen las nuevas normas. “Que la UE no es una gran promotora del libre mercado, el espíritu empresarial y la innovación, sino más bien una máquina de producir reglamentos es un hecho conocido”, escribía por su parte Kai Weiss en Disidentia el pasado mayo. “No hay más que ver los 109 reglamentos sobre almohadas, los 50 sobre sábanas y edredones o las 31 leyes sobre cepillos de dientes que ha elaborado Bruselas. O la explicación detallada de cómo debe ser un plátano y cómo tiene que estar libre de malformaciones o curvaturas anormales”.

La situación es particularmente gravosa en España para todo tipo de empresas, víctimas propiciatorias de una sindicalista comunista semianalfabeta reciclada como vicepresidenta del Gobierno y ministra de Trabajo

La respuesta exasperada de agricultores y ganaderos fueron las movilizaciones que a primeros de año llenaron de tractores las calles de muchas ciudades españolas y europeas. La situación es particularmente gravosa en España para todo tipo de empresas, víctimas propiciatorias de una sindicalista comunista semianalfabeta reciclada como vicepresidenta del Gobierno y ministra de Trabajo, que disfruta trasponiendo normas de Bruselas e inventándose otras nuevas destinadas a entorpecer, nunca a facilitar, el libre funcionamiento de las compañías. Si a ello se le añade la existencia de una maraña regulatoria que obstaculiza, cuando no imposibilita, las fusiones y adquisiciones empresariales, tendremos dibujado a grandes rasgos el drama de un estamento empresarial que trabaja con una mano atada a la espalda frente a sus competidores norteamericanos y chinos. Todo son barreras al crecimiento. El resultado es que hace 20 años o más que las economías europeas no crecen o lo hacen de forma raquítica, incapaces de crear empleo suficiente y riqueza bastante para mantener unos Estados del Bienestar imposibles de financiar si no es mediante el recurso a la deuda, con el BCE como prestamista de último recurso. El Tesoro español necesita pedir prestados entre 70.000/80.000 millones todos los años. La deuda pública ha superado ya los 1,6 billones. La francesa ha rebasado los 3,16 billones. De la italiana ni hablamos.

El modelo socialdemócrata (unas veces gestionado por la izquierda y otras por la derecha, tradicional taller de reparaciones de los destrozos socialistas) que ha imperado en Europa desde el final de la II Guerra Mundial está más que agotado. Cada uno de enero, la parte del león de los Presupuestos estatales está ya comprometida cuando los Gobiernos levantan el telón. Todas las cartas repartidas. El Estado francés destina el 57% del suyo a gasto social y algo parecido, aunque en menor medida, ocurre en España. Para mantener esta máquina imparable de gasto público los Gobiernos -que en el fondo hacen lo que les piden sus votantes- asfixian a ciudadanos y empresas con una fiscalidad insoportable. Se paga por todo, por lo que uno gana y por lo que gasta, por lo que presta y por lo que dona o lega. También por la rentabilidad de los ahorros. La voracidad de esta socialdemocracia keynesiana que soportamos mansamente es insaciable. La UE, heredera de aquel Mercado Común que nació para aprovechar las sinergías entre países, se ha convertido en un monstruo al servicio exclusivo de los Gobiernos, no de los ciudadanos y de las empresas.

El resultado ha sido la pérdida constante de posiciones competitivas. Los europeos somos cada año menos ricos y sobre todo, menos libres, víctimas propiciatorias de las nuevas ideologías basura (lo “woke” y sus flecos) que se han apoderado de esas élites de Bruselas, una de cuyas palabras favoritas es “decrecimiento”. La brecha entre los niveles de PIB de los Estados Unidos y de la UE, que en el 2002 era del 15%, se ha disparado en 2023 hasta el 30%. En términos per cápita, el ingreso real disponible de los hogares ha crecido casi el doble en EE.UU. que en la UE desde el año 2000. La situación es particularmente gravosa para los españoles si tenemos en cuenta que nuestra renta per cápita es hoy, año 2024, inferior a la de 2004. Veinte años perdidos, 14 de los cuales bajo gobierno socialista, con 6 dilapidados en el mandarinato bobo de Mariano Rajoy. Las multinacionales españolas, que a finales de siglo parecían destinadas a comerse el mundo, cotizan hoy a precio de ganga, con la excepción de Inditex e Iberdrola. Buena parte de los unicornios europeos emigran rápidamente a USA. De las 50 principales empresas tecnológicas mundiales, sólo cuatro son europeas. Peor aún, en los últimos 50 años no se ha creado ninguna empresa europea con una capitalización bursátil superior a los 100.000 millones, mientras que las seis grandes americanas cuyo valor en bolsa supera el billón de euros han nacido todas en este período.

La UE, heredera de aquel Mercado Común que nació para aprovechar las sinergías entre países, se ha convertido en un monstruo al servicio exclusivo de los Gobiernos, no de los ciudadanos y de las empresas

El informe Draghi entregado esta semana ha venido a dar la voz de alarma. La UE se enfrenta a un “drama existencial”, en expresión del político italiano. Se trata de un estudio riguroso que debería servir para provocar un cambio radical de rumbo en las instituciones comunitarias. Les ahorro detalles. El citado artículo de Feas puede servir de perfecta introducción a un trabajo cuya lectura sosegada merece la pena. Curiosamente o no tanto, los resultados de las últimas elecciones europeas han venido a dar la razón a Mario Draghi, en tanto en cuanto han supuesto un toque de atención a esa clase política parasitaria parapetada en Bruselas. Pero, ¿ha servido para algo? Rápidamente populares y socialistas se han puesto de acuerdo para reelegir como presidenta de la Comisión a un mujer digna de toda sospecha, Ursula Von der Leyen, sobre cuya probada ineficacia pesan serias sospechas de corrupción en el caso de las vacunas. La contradicción no puede ser más deslumbrante: Draghi anunciando el fin del mundo y la clase política europea enviando a la ciudadanía el mensaje de que aquí no pasa nada, y si algo pasa es que nos vamos a seguir repartiendo el pastel como siempre, a base de cuotas. A España le corresponde nombrar un comisario y nuestro sátrapa ha decidido enchufar a una de sus “servants”, Teresa Ribera, actual ministra de Energía y no sé cuántas cosas más, una sectaria de tomo y lomo sobre la que pesan también serias sospechas -en realidad sobre toda la banda Sánchez- de corrupción compartidas con su marido, el Bacigalupo de turno, un tipo con mando en plaza primero en la CNMC y después, porque yo lo valgo, en la CNMV. Algunos seres angelicales se han alegrado en Madrid de que los nórdicos le hayan quitado Clima y Energía, saben de qué pie cojea la dama, y de que, como mal menor, le vayan a adjudicar Competencia, sin reparar en que quizá sea peor el remedio que la enfermedad porque el destrozo causado por esta incompetente en Competencia podría ser aun mayor que en cualquier otra área. El misterio debería sustanciarse este miércoles en el pleno del Parlamento de Estrasburgo, bajo amenaza socialista de no dar el visto bueno a la nueva Comisión si lo de la doña no sale adelante. La mafia pretende seguir chupando del bote a cualquier precio.

Es este tipo de cosas las que inducen a pensar que el informe Draghi dormirá el sueño de los justos en un cajón del despacho de Von der Leyen. Es verdad que nuestra integración en el club europeo resultó capital a la hora de modernizar España e integrarla en el concierto de las democracias desarrolladas (aunque nada garantiza que Bruselas vaya a convertirse en el vigilante de la playa, asusta pensar lo que sería de nuestras libertades bajo el autócrata que nos preside -la Turquía de Erdogan en el mejor de los casos; la Venezuela de Maduro en el peor-  si España estuviera hoy fuera del paraguas comunitario), pero el proyecto está muerto a menos que ocurra una auténtica revolución democrática. ¿Qué haría la burocracia de Bruselas con esos 800.000 millones adicionales de gasto anual que propone Draghi para cerrar el “gap” tecnológico con USA y China? Seguramente lo mismo que hizo con el Plan de Crecimiento y Empleo diseñado tras las crisis financiera de 2008, o con los 700.000 millones del Plan Juncker, o con el mayor estímulo fiscal de la historia reciente (BCE mediante y sus tipos nominales negativos), o con los tropecientos mil millones de los Fondos Next Generation, 72.000 de los cuales gratis total para España, de los cuales nada se sabe ni nada se sabrá aunque cabe sospechar que una parte de ellos terminarán en los bolsillos de siempre.

La solución, empero, no parece estar ya en el dinero, sino en la libertad. Libertad para emprender, para crear, para construir, para crecer sin ataduras, sin cepos fiscales, sin grilletes regulatorios

La clase política europea sigue, sin embargo, aferrada a las tres reglas de oro del keynesianismo: primero, lo que hicimos no fue suficiente; segundo, hubiera sido peor no hacerlo; tercero y último, volvamos a repetir el experimento, volvamos a echar dinero bueno sobre dinero malo. La solución, empero, no parece estar ya en el dinero, sino en la libertad. Libertad para emprender, para crear, para construir, para crecer sin ataduras, sin cepos fiscales, sin grilletes regulatorios. De aquellos valores que un día defendieron Ronald Reagan en EE.UU. y Margaret Thatcher en Europa no queda hoy nada. El valor del talento, la recompensa del trabajo bien hecho, el libre disfrute del esfuerzo. Hay que hacer posible un entorno favorable al crecimiento, con bajos impuestos, buenas prácticas regulatorias, derecho de propiedad, libertad de empresa y todo lo demás. Entronizar al individuo, a su razón y a su esfuerzo, el individuo afincado en su “tadeonta” (eso que en griego clásico significa lo apropiado, lo conveniente, lo justo) en el frontispicio de la Unión. Y terminar con la odiosa tiranía de la igualdad por decreto. Acabar con la pobreza. Dice Draghi que «la UE ha llegado a un punto en el que, si no actúa, tendrá que comprometer su bienestar, el medio ambiente o su libertad». Yo creo que las tres condiciones no son excluyentes y que si no cambia de forma rápida y contundente lo acabará perdiendo todo. Bienestar y libertad desde luego. Imposible pensar otra cosa viendo el timón de Bruselas en manos de ineptos, corruptos y protodelincuentes.