Imma Lucas-Vozpópuli

Tras nueve años de desplantes, un presidente de la Generalitat acude esta semana al Palacio de la Zarzuela

‘Servir y unir: Cataluña ha de ser un proyecto colectivo que nos vincule a todos, porque todo el que viene a mejorar Cataluña es catalán”. Son palabras del presidente catalán, Salvador Illa, en su discurso institucional con motivo de la Diada, el 11S, en el que dedicó un recuerdo a las víctimas de los atentados de las Torres Gemelas, hace 23 años, mientras se vive en Estados Unidos una campaña electoral que podría tener la primera presidenta de esta potencia mundial.

El rumbo a favor del rumbo institucional y el fin de la deslealtad se ha empezado a instalar en Cataluña. Al menos así lo evidencia el hecho de que, en la Copa América de Vela en Barcelona, Illa acudiera a recibir a Felipe VI, en su visita institucional, y que este miércoles se desplace hasta la Zarzuela para reunirse con el Jefe del Estado. De las fotos del Rey quemadas, de ser ninguneado por los presidentes de la Generalitat, ni Carles Puigdemont, ni Quim Torra, ni Pere Aragonès –pese a que con este último mantuvo algún discreto encuentro- se empieza a volver a una normalidad que nunca debió ser sepultada.

Primero, porque porque se suponeq ue nuestros políticos han de dar ejemplo, al menos para eso les pagamos, aunque tengan que ir con la nariz tapada porque no comulgan con la Corona, con la Constitución, con el Congreso, con el Estado de derecho, en suma, con la democracia. Respetar las instituciones es lo mínimo que ha de reclamársele a un servidor público, porque se debe a ellas, porque cobra de ellas, porque nos representa a todos.

Lo que en estos primeros días de su mandato se le escucha Salvador Illa suena mejor, porque siempre es mejor incluir que excluir. Mejor que a nuestros hijos les inviten a los cumpleaños escolares a que los excluyan, porque todo ayuda a su educación, a su formación como personas. Y de ahí vienen derivadas hostiles que, por ejemplo, cuando llegan a la política, se transforman en unos mensajes de odio como los de Sílvia Orriols, que nada tienen que ver con lo que defienden la mayoría de los catalanes.

Los independentistas siguen repartiendo carnets de quién es más nacionalista. Nadie les debe negar su sentimiento pero bien harán en reconocer la frustración que han generado por prometer una independencia imposible. Por ello, quizás quien menos se lo merezca recibe insultos, como Pere Aragonès en la Diada, la semana pasada. O el año pasado Oriol Junqueras tras haber pasado por la cárcel por haber impulsado el procés.

Corren otros tiempos, otros vientos que deben ser de trabajo, de servicio público, de gestión porque estamos hartos de parálisis, de pésimos servicios

Parece que el fin de la deslealtad en Cataluña ha concluido con Salvador Illa y tras nueve años en los que un presidente de Cataluña no ponía un pie en La Zarzuela. A lo mejor llega a tal punto la sintonía entre ambos que se calzan las zapatillas de deporte y se ponen a trotar por los jardines de Palacio. Corren otros tiempos, otros vientos que deben ser de trabajo, de servicio público, de gestión porque estamos hartos de parálisis, de pésimos servicios. Suena bien esa música de Illa en la que asegura que el futuro “se construye en las escuelas, en las aulas, en los centros de atención primaria, en las calles y los barrios seguros”.

¿Qué independentista no quiere una buena red de escuelas públicas, una mejor atención primaria y un barrio seguro?, pilares de la sociedad y la prosperidad. Ahora mismo, algunos no es que sean malos es que son deplorables, cuando no, inexistentes. Que la música suene bien pero, desde luego, que no se quede en eso, que se concrete en mejor atención en general a todos los que vivimos, cuidamos y mejoramos Cataluña. Illa tiene mucho trabajo por delante.