Isabel San Sebastián-ABC

  • ¿Se imaginan a Suárez, González o Aznar proclamando, como Sánchez, su determinación de fumarse un puro con la soberanía nacional?

Cada vez se me hace más difícil mirar las caritas de mis nietos sin sentir el mordisco de la angustia ante el futuro que les aguarda. Me digo a mí misma que la historia, a largo plazo, siempre ha caminado en la dirección correcta, lo que no me impide constatar que en las últimas dos décadas ese proceso se ha invertido y amenaza con destruir los cimientos que sustentan nuestra libertad y convivencia pacífica. Los valores de esfuerzo, mérito, perseverancia, honestidad, que hicieron de España y Europa lugares propicios para progresar, han desaparecido, sustituidos por otros, de resultado incierto, que se imponen a martillazos a través de las redes sociales. La tolerancia a lo intolerable se extiende. La superficialidad y el hedonismo alcanzan cotas que no veíamos desde las vísperas de desastres como la caída del Imperio Romano o las grandes guerras del siglo pasado. La verdad va perdiendo valor a marchas forzadas en todos los ámbitos: desde la política, donde la mentira, que antes se pagaba cara, campa a sus anchas con total impunidad en el campo abonado de una polarización creciente, hasta la apariencia física, objeto de preocupación obsesiva en el empeño fútil de ocultar la realidad. La vida biológica se prolonga, merced a los avances de una ciencia cuya contribución a nuestro bienestar es inversamente proporcional al reconocimiento público y económico que alcanzan sus profesionales, a la vez que, paradójicamente, perdemos el interés por reproducirnos como sociedad. Nos hemos vuelto débiles y por ende vulnerables. Nuestro fortín occidental sufre la acometida feroz de los bárbaros contemporáneos procedentes del oriente autocrático, sin que brille en el horizonte ni una tenue luz de esperanza en forma de dirigente capaz de revertir esta deriva.

Las gentes de mi quinta, próxima ya a la jubilación, tuvimos la dicha de conocer la Transición, último proyecto común y compartido que nos unió a los españoles. ¡Qué diferencia con las taifas en las que habitan nuestros hijos, enfrentadas unas con otras por mor de un gobierno central aliado a golpistas y etarras cuyo único programa es la supervivencia! ¿Se imaginan a Suárez, González o Aznar proclamando, como Sánchez, su determinación de fumarse un puro con la soberanía nacional? Asistimos asimismo a la caída del Telón de Acero, la ampliación de la UE y el triunfo de la democracia sobre la tiranía comunista, que hoy, representada por Putin, vuelve a extender sus garras sobre nuestro continente, Hispanoamérica y África, mientras la Unión languidece, ayuna de liderazgo, y votar en las presidenciales de los Estados Unidos es algo muy parecido a elegir entre susto y muerte. Nuestros padres nos dejaron una herencia sustanciosa que mi generación se ha pulido en el transcurso de pocos años. Perdonen mi desaliento, pero no puedo evitarlo. Miro las caritas de mis nietos y siento que les hemos robado.